La oficina es un caballo blanco como el día ¿Estamos solos en medio del blanco desierto? Paredes, escritorios, clips, camisas de fuerza, así un vómito monotono. La oficina cabalga a trote como un teclado, un caballo blanco de redoblado paso interminable. ¿Estamos ensillados en el día que come piedras y pienso? Hasta el aire está acondicionado. Un algo kitsch No me contestes demasiado pronto, queridísima Frika: un diamante en bruto, díganlo si no los africanos en las minas, es lo mismo que un trozo de carbón (lo que cueste es asunto de Wall Street). Los siglos y siglos en el congelador de la tierra nos los entregan relucientes, brillantes como los cerebros de algunos genios de la zoología, como algunos sabelotodo con quienes nos encontramos a un paso de hormiga, en la fila de la caja rápida. He ahí la brillantez con que los diamantes en bruto se nos presentan, como un botones mal vestido detrás de nuestra propina. Yo prefiero guardar distancia, agrandar mi campo de energía oscura, densa como el vacío. A mí me gustaría que los diamantes pudieran derretirse, y por qué no, beberse. Sería un gran negocio. Algunos no hemos pulido el estilo, andamos brutalmente desgarbados, las palabras se nos embotan de la boca, y si los diamantes bebidos nos aportan un algo kitsch, pues quién se negaría. Claro que tendrían que ser digestivos, en eso la brillantez de nuestros científicos hace milagros —aunque no precisamente cuando nos referimos al estilo. Ya ves, se me va el tiempo en explicarte que soy un bruto para entender cuando me hablas de diamantes. El blanco es no dar en el blanco La hoja en blanco es una antigua amiga que de pronto se ha quedado en blanco antes de decir nada, ni bu como un fantasma bajo la sábana, una postal de Nueva York que conseguimos en un bazar sin jamás haber subido a la cima de la estatua. No hay mujer que desista al impulso de soñarse en la parte más alta de la hoja en blanco, con su vestido semiblanqueado ondeando como una bandera. Pero sabes, querido Vitrubio, la historia, incluso las instantáneas personales son sólo un intento por plagiar la realidad, la verdadera historia está en las zonas blancas que manchamos con los dedos al pasar la rugosa página del día. Pero el blanco me persigue como un oso polar hambriento entre odiosos témpanos de hielo mientras brindo contigo. Claro, oh Vitrubio, con mi vodka Absolut a las rocas. Y mi blanco es no dar en el blanco. Y blancas estrellas fugaces rayan la oscura fealdad del cielo. Por eso te digo, a nada le tengo más miedo que a ser aplastado por el BLANCO.
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Carlos Vicente Castro (Guadalajara, 1975) es autor de los libros de poemas Raíces temporales (Paraíso Perdido, 2000) y Carcoma (Paraíso Perdido-Écrit des Forges, 2006). Poemas suyos están incluidos en las antologías Anuario de poesía mexicana 2004 (FCE, 2005) y Un orbe más ancho. 40 poetas jóvenes (1971-1983) (UNAM, 2005). Fue becario del Fonca en la categoría Jóvenes Creadores, en el área de poesía, en el periodo 2006-2007.
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