Bestiario del perro
René Morales
Limón Partido, México, 2009


portada-bestiario.jpgGalopando en las colinas, deja caer una a una las estrellas, camina despacio negando esa muerte vulgar que interrumpe el sueño, búho cansado, transita el cielo en ondas turbias de colores, santifica a las bestias, las redime, pues son seres de una gran sabiduría; búho cansado, de su pecho florecen campos verdes y armonías difusas, búho cansado, su mirada encubre un ánimo en constante enflacamiento, trae una flamante chamarra amarilla de conductor de tractores, un reloj suizo que le regaló una mujer, una playera que dicta: ¡Viva Cristo rey!, y conoce sitios que desafían las más pródigas escenificaciones de lo grotesco. Prefiere caminar, camina demasiado, y sólo Dios sabe cómo aún anda sobre esos Convers que generalmente lo único que tienen nuevo son las agujetas. Agujetas azules, zapatos rotos, y sin embargo anda y hace poesía, pues lo importante para andar no es el terreno sino la amplitud, la rugosidad de ciertas ramas muertas que uno encuentra al azar, los grumos mohosos que palpitan a lo lejos como un amanecer sin luces. Anda y hace poesía, “funde el golpe de lo blanco sobre el fondo azul” su Bestiario lo ideó como una respuesta de la fragilidad de la especie frente a las embestidas de Dios, de la eternidad, de la muerte. Un bello reclamo parecido al estertor del perro atropellado, una consigna llena de palomas ávidas por encontrar refugio. Un tacto herido lo dispara, “transparente e inmóvil”, nocturno y fatigado como un velero que visualiza sin sorpresa el brillo de los faros; y de su escritura, una expresión clara, sencilla, se encarga de sostener el efecto de un poderoso y bien definido lirismo; facilidad plástica, versificación fluida, capacidad de síntesis. Y constantemente reflexiona, el verso se detiene y piensa, la violencia gratuita frente a la fuerza por la supervivencia, la humillante domesticación de la especie, la tragedia de la finitud, la brutalidad vista como el comportamiento natural de una situación extrema, el sano olvido de la bestia frente a la humana conciencia de la muerte, aparecen de pronto en fragmentos que por sí solos son ensayos: “Uno tiene que salvarse de uno mismo, de la soledad que implica vivir, de lo monótono de los relojes, de lo triste que es uno ante el espejo.” Y a veces nos hallamos con frases desconcertantes, propias de una rara sensibilidad, de un extraño sentido edificado desde el ansia de absoluto, el asco y la conciencia de los límites:

El idilio siempre se extingue por el sueño, así como la sed de tocarle el sexo a la muerte.

Lo grotesco como una representación de los estadios del alma, ángeles carnívoros, hojas enfermas en primavera, el tiempo clavando alfileres en los pezones más lindos, son atmósferas de este poeta que ha preferido nacer del hocico más amargo del mundo. Sin embargo, lo terrible es una fachada que recubre esplendores, una capa enlamada cubriendo piezas puras, “vampiro de tierno rostro”, pues debajo del musgo suele estar la piedra lisa. Entonces, en algún momento, el torrente cede a la llovizna:

Le hemos desagradado a Dios hasta la náusea.
Afortunadamente la fiesta ha terminado
y una lluvia suave de noche se tiende sobre las calles.

Lo horrible sería un guiño insolente de fuerzas funestas, pero nuestro poeta ha diseñado un imperio de sensaciones que danzan sin pudor, frente a frente con lo agrio, una “sarna de ternura”, un “antibiótico contra la tristeza”, como él mismo dice, un ácido lácteo que endulza el paladar de quien pide ser lamido en las costillas y escupido en la boca por sus amantes cuando sea cadáver.

De su familia nuclear: Antonin Artaud, André Breton, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud; la frase limpia, sentenciosa, la reflexión poética, la difícil empresa de llevar la sensación al verbo, el brillo de lo ruinoso, pero a diferencia de los franceses, en el de Ocozocuautla la herencia maldita no es una posición estética sino una manera de adherirse a sus propias sensaciones. No dice “yo es otro” como Arthur Rimbaud, prefiere un sosegado, un terrible: “Cansado de ser yo, de no ver más que lo mismo”. Y si Breton hace humor por lucidez, por historia, nuestro chiapaneco por defensa propia: “Bienaventurado el que se olvida de sí mismo y duerme.”

Y su conflicto con Dios se hace evidente, “porque Dios ha servido para alimentar a las ballenas”, prefiere a la hermosa bestia imperfecta, la que se confirma en la molestia de su propio peso, la que se reconoce siempre por la sangre. La imagen lastimada del perro nos anuncia que la existencia está extenuada ya, pero aún nos mira con sus ojos tristes: es un pulso que se debilita, una lluvia desplomándose sin la necesidad de caer. Desfallecido, sin apresurarse, se instala en medio de la tarde inmóvil, y deja que la lluvia caiga, sabiendo que a cada segundo algo se extingue, que “el diluvio se sustenta en una gota de agua diminuta como el mar”. Y a nuestro poeta le hubiera gustado que lloviera por siempre, que el dolor se atenuara filtrándose intermitentemente por los goteros de la noche. Descansa, cordero, esmeralda inquieta, que el sueño te cubrirá con una sábana digna para tu cansancio.

 

Leopoldo Lezama (Ciudad de México, 1980) es poeta, ensayista y narrador. Estudió la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Coordinó el taller de creación literaria de la Facultad de Filosofía y Letras durante dos años consecutivos. Publicó poemas en el libro colectivo Espacio en disidencia (Praxis, 2005). Textos suyos han aparecido en Viento en vela, La Gaceta del FCE, entre otras publicaciones periódicas.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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