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Nueva York en escena
Director: Charlie Kaufman
Estados Unidos, 2008

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Un principio de la creación cinematográfica consiste en que el director sea capaz de formular una visión creativa que cause impresiones reales en el espectador. Cuando una película carece de esta aptitud, además de que no logra una conexión total con el público, tampoco sostiene la vida interna que ha generado. En Nueva York en escena (Synecdoche, New York), Charlie Kaufman debuta como realizador con el retrato de un artista en un momento de crisis como pretexto para reflexionar sobre el proceso de la creación. El afamado guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? (Spike Jonze, 1999) y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (Michael Gondry, 2002) rinde un homenaje a sus propias fórmulas de escritura cinematográfica con lo que, antes que crear y comunicar un estilo visual, sustenta un discurso intelectual excesivo contrario a la naturaleza dinámica y espectacular del cine.

Caden Cotard (un Philip Seymour Hoffman en total dominio de su experiencia), un director de teatro a cargo de una compañía de actores jóvenes y capaces, comienza a notar que varias de sus funciones corporales fallan justo cuando Adele (Catherine Keener tan fría como en ¿Quieres ser John Malkovich?), su esposa pintora de óleos en miniatura, confiesa que está decepcionada de él. La mujer viaja a Alemania para consolidar su carrera, pero también para abandonar a su marido y tomar a su hija de cuatro años. Mientras el realizador se adapta a su entorno, recibe la noticia de que ha obtenido una beca considerada como un privilegio exclusivo de artistas geniales. Caden se muda a Manhattan y renta un almacén gigantesco para emprender el proyecto escénico más ambicioso de su vida: una épica de lo ordinario; una mirada del hombre común a través de Nueva York.

Nueva York en escena es el retrato de un artista en crisis construido como una ensoñación de múltiples extensiones. El debut de Charlie Kaufman como director no podía ser diferente. El afamado guionista plasma un drama a través de un arriesgado cruce de dimensiones visuales. La vida de Caden se revela en la apariencia de su realidad, pero también en la representación exteriorizada de su mente. El realizador propone un relato donde la verdad al interior de la película se funde con la ficción creada por su protagonista en una cadena que parece interminable. Este juego de espejos, que es una forma de relato metaficcional —una narración sobre la narración—, incluye al autor de la cinta quien, al igual que su personaje, ofrece su trabajo más ambicioso. El filme es una épica de lo ordinario que, para Caden —el personaje—, debe ser una obra honesta y brutal mientras que, para Kaufman —el director— es una comedia sincera y metafórica sobre el proceso creativo.

Kaufman declaró que esta película no fue la recreación de un sueño, pero que su diseño buscó conseguir la apariencia de uno. Una descripción más acertada de la forma es imposible. Se trata de una literal puesta en escena de la vida de un excéntrico dedicado al teatro. Caden es un hombre ordinario, un artista ególatra que, como todo ser humano, está sometido al ciclo de vida propio y al de quienes lo rodean. Su historia parte de una crisis creativa y emocional que lo lleva a un punto de total soledad y obstinación. Nueva York en escena es un drama común, contado de manera lineal, pero que está enlazado con el imaginario que habita la mente del protagonista. El concepto visual busca crear una impresión de irrealidad y ensoñación. El director intenta aprovechar el guión y la estructura para proyectar hechos cotidianos en una gran metáfora.

new-york-2.jpgEn Nueva York en escena se nota el tacto de un guionista con práctica, pero también se advierte la mano inexperta de un director debutante. Los esfuerzos de Caden para tener una vida personal más digna y consumar una obra artística trascendente son elementos adecuados para lograr un drama verosímil. El protagonista es sólido tanto por su bosquejo como por la presencia de un Philip Seymour Hoffman que trabaja en un registro discreto por el que el personaje encarna una evolución genuina y convincente que va del miedo y el dolor a la soledad y el egoísmo. Los diálogos destacan pues, en conjunto con algunas escenas, consiguen el registro cómico. La estructura de la película, en cambio, no presenta un mejor desarrollo ya que termina por ser retórica intelectual pura (la sinécdoque anunciada en el título original). La fantasía aporta metáforas memorables (Hazel, el aparente amor verdadero del protagonista, parece no advertir que vive en una casa que siempre está en llamas), pero produce un ritmo aletargador y matiza en exceso la profundidad del drama. El cruce de lo que podemos llamar la realidad con el imaginario de Caden no es más que un alarde conceptual de un escritor de guiones que olvidó que, en el cine, el público también participa.

En una secuencia que parece tener poca relevancia, Caden revela la concepción que tiene de su trabajo: “El teatro —dice— es el principio de una idea”. Nueva York en escena parte de esta premisa. Es un concepto que está dentro del argumento; una noción a la que se subordina el montaje y que termina por construir un discurso intelectual, bastante ajeno a la esencia del cine, en lugar de uno visual. Kaufman intentó una película de inteligencia extrema, pero no empleó la capacidad de simplificación que tiene el lenguaje cinematográfico. Sometió la sintaxis a una idea obsesiva. El problema humano que abordó, tema suficiente para un relato fílmico, no es tangible porque el concepto se excede en su propia dinámica: la caracterización de la caracterización, la duplicidad de personajes y la multiplicación de lo cotidiano.

new-york-1.jpgComo autor de los guiones de ¿Quieres ser John Malkovich? y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Kaufman mostró su inclinación por el abordaje indirecto de personajes en crisis. Nueva York en escena repite la misma formulación. La conducta animal de los protagonistas está disimulada por metáforas conceptuales o recursos metaficcionales (el actor que interpreta a Caden también será caracterizado por otro histrión). El realizador oculta lo evidente. Los hechos están sugeridos. El resultado es una atmósfera que pone al espectador en comunión con los impulsos del protagonista. En la secuencia final, Caden se coloca un dispositivo en la oreja mientras oye el estruendo de lo que parece un bombardeo. Luego del caos sale de su apartamento y camina por la ciudad que construyó en el almacén. Recibe órdenes del mecanismo y advierte la destrucción de la urbe. Cuando al fin encuentra a una mujer, habla con ella en un sillón, se recarga en su hombro y aguarda la orden final del aparato en su oído. La imagen se disuelve en un plano de luz. A pesar de los excesos de la cinta, su línea dramática concluye de forma notable por el contraste de las imágenes y sus ambientes. Se trata del momento más cinematográfico de Nueva York en escena.

Si en Eterno resplandor de una mente sin recuerdos Kaufman reelaboró sin mucha solvencia el tema de la magistral El muelle (Chris Marker, 1962), Nueva York en escena es también una alusión directa a 8 ½, una de las piezas cumbre de Federico Fellini y del cine mundial. La diferencia es que el director de Amarcord (1973) empleó a Guido Anselmi (Marcelo Mastroianni) para plasmar la vida de los creadores y expresar artísticamente la crisis de creatividad, mientras que Kaufman echó mano de su Caden Cotard para poner al límite una idea y un método. El italiano hizo un poema visual, una plasmación fidedigna de la creación, una semántica llena de ritmos e imágenes poderosos, mientras que el neoyorquino propone una reflexión conceptual, un libelo de la egolatría del creador, una sublimación de su propio método de escritura cinematográfica.

No cabe duda de que Charlie Kaufman es una de las mentes más imaginativas de Hollywood. Eso explica la profundidad de sus personajes y su habilidad en el manejo del diálogo y de la sorpresa. Nueva York en escena posee ambas cualidades y también tiene el mérito de la metáfora. A pesar de ello, el debut de este guionista, considerado uno de los hombres más poderosos de la industria del cine, es una creación cinematográfica incompleta. Debe aplaudirse, sin embargo, su atrevimiento ya que decidió comenzar con una película ambiciosa que, más allá de sus carencias, tiene ya pinceladas de lo que podría ser una propuesta fílmica reveladora si comprende que el potencial del cine está en la imagen y en el montaje.


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Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982) es comunicólogo por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista y Periódico de poesía (versión digital). En 2004, obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yáñez convocado por la revista Tierra adentro y el Conaculta. Ganó el premio de cuento del Concurso 35 de Punto de partida (2004) y, un año después, recibió el de crónica del mismo certamen. Coordina el Área de Publicaciones Digitales de la Dirección de Literatura de la UNAM y es profesor de asignatura en la FCPyS (This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.).

 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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