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El solista
Director: Joe Wright
Gran Bretaña, 2009

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Si bien el fundamento del cine es la imagen y el montaje, una exigencia de su forma más genuina es la reunión precisa de todos los elementos que conforman su lenguaje cinematográfico. Una de las poéticas fílmicas que se conocen es la de la película de ficción como medio de expresión. En estos casos, el principio de totalidad del vocabulario fílmico es ineludible. Con El solista, el director británico Joe Wright (Londres, 1972) ha encontrado el sentido de su estilo visual, considerado como uno de los más elegantes, porque enlazó todos los instrumentos de su oficio en un relato que, antes que aspirar al drama, dibuja la amistad como un valor humano superior y traza una analogía con la tragedia de uno de los miembros de la supremacía musical alemana: Ludwig van Beethoven.

El reportero Steve Lopez —un Robert Downey sin la entereza necesaria— experimenta una crisis matrimonial y creativa cuando encuentra a Nathaniel Ayers —Jamie Foxx casi tan dinámico como el de Ray (Taylor Hackford, 2004)—, un músico sin hogar que posee un violín arruinado con dos cuerdas, ante una estatua de Beethoven en un parque de Los Angeles. El periodista dedica una primera columna a quien fuera alumno de la prestigiada academia de música Juilliard y conmueve a una lectora de edad avanzada que dona un violoncello. Tras escuchar una pieza ejecutada por el vagabundo, Lopez decide ayudarlo y lo conduce a un refugio bajo la condición de que sólo allí podrá usar el instrumento. El plan funciona, pero el artista comienza a padecer síntomas de esquizofrenia como los que lo obligaron a renunciar a la carrera musical durante su adolescencia.

El solista recrea el afán de un periodista que descubre en la generosidad una vía posible de redención. El núcleo de esta historia, como en Orgullo y prejuicio (2005) y Expiación (2007), es el conflicto que propicia la pretensión de virtud de un hombre. Lopez aspira a rescatar de la calle a un músico talentoso. Su propósito adquiere importancia, a tal grado que llega un momento en que también le confiere sentido a su quehacer cotidiano. Se trata de una pieza dramática donde un individuo común afronta una situación extraordinaria que, hacia el final, deviene una suerte de parábola sobre la imposibilidad de revertir una tragedia: Nathaniel Ayers, un afroamericano ya maduro, anheló en su adolescencia el ingreso a un ensamble de música de cámara, pero no pudo porque padecía una esquizofrenia cuyas consecuencias prevalecerían. Este escenario es una tragedia genuina con la que el realizador pone de manifiesto su concepción de la camaradería como un acto de profundo humanismo.

solista-03.jpgCon sus dos producciones anteriores, Wright estableció su interés por el drama, pero también hizo un cine caracterizado por la comunión de creatividad y espectacularidad. El solista repite esta fórmula con una intención diferente: en lugar de concentrarse en las consecuencias de las ambiciones humanas, expresa una ideología humanista. El principio de imaginación y atracción de las otras realizaciones del director ahora se subordina a demostrar la capacidad de amistad y ética de los individuos. Sólo que en esta ocasión, a diferencia de Orgullo y prejuicio, la relación protagónica no tiende hacia el melodrama de molde, ni está sobrecargada del sentimentalismo que tuvo la aproximación del británico a la novela de Jane Austen. Aunque el factor dramático es intenso, el uso de las técnicas de filmación, la fotografía, el montaje y del sonido matiza el tono general del relato para crear atmósferas expresivas en lugar de estados anímicos. La presencia de los primeros planos (close-up) de rostros es ideal dado que el director sólo recurre  a ellos cuando es necesario que el efecto dramático se apodere de la película. En cambio, el recurso que parece un exceso es el diálogo expositivo. Tal es el caso de la escena final, porque su propósito no es redondear la narración, sino exponer una ideología que ya había sido plasmada en la cinta.

Con este largometraje Joe Wright confirma que es un director que se empeña en el cuidado del encuadre y los movimientos de cámara para lograr una cinematografía elegante. La crítica considera que su estilo es fino, pero que su empeño por conseguir calidad visual resulta a veces en mera ostentación de su técnica. Ahora el británico encontró el equilibrio entre la forma y la narración. La espectacularidad de su nueva producción colorea la expresión emocional e intelectual con un mejor efecto en el relato. En Expiación, un plano secuencia muestra el recorrido de tres soldados en las playas de Normandía poco después del desembarco de los aliados. Se trata de una escena en la que los movimientos de cámara, el ritmo y la coordinación entre los actores y los encuadres muestran un balance total que, sin embargo, no es más que la prórroga de un conjunto de segmentos innecesarios. El solista no posee estos alardes de educación fílmica, pues cada vez que el director emplea técnicas semejantes es para focalizar la experiencia íntima de un personaje y matizar las atmósferas visuales. Cuando Nathaniel toca el violoncello, bajo un puente vial  luego de muchos años, la cámara se aleja de los dos personajes en una serie de desplazamientos que muestran el vuelo de las palomas y, al estilo de Win Wenders en Las alas del deseo (1987), las formas de la ciudad en un encuadre en picado total. Este episodio no es una exhibición de técnica, sino la interiorización del efecto musical y su significado tanto en el espíritu del ejecutante como en el de su compañero.

solista-04.jpgNo cabe duda de que el recurso que tiene más fuerza en la naturaleza expresiva de esta película es el sonido en relación con el concepto fotográfico. En El solista la música es un medio para comprender las emociones de los personajes, pero también es un mecanismo para profundizar el impacto visual de las atmósferas y de las imágenes. Hay un momento en que la imagen experimenta lo que podemos llamar un silencio visual. Lopez lleva a Ayers a un ensayo de orquesta y, cuando comienza el concierto, ocurre una disolvencia a un plano oscuro en el que comienzan a danzar ondas circulares en azul, rojo y verde. La pausa visual obliga a la concentración musical. El sonido tiene el papel del director del relato porque la dimensión plástica del filme se subordina a su plano sonoro cuando éste se coloca al frente. La expresión emocional de El solista resulta del intercambio de posiciones entre estas dos superficies de la película. El montaje parece seguir la pauta propuesta por las variaciones de la Tercera SinfoníaEroica” de Beethoven. Una secuencia tan bella como terrible, donde la imagen y el sonido intercambian posiciones, ilustra la miseria de los hombres cuando la cámara recorre de noche un barrio de vagabundos mientras duermen sobre el suelo a unos pasos del refugio.

Toda expresión estética tiene un referente en el terreno de la realidad. El solista es la adaptación de la crónica periodística de un hecho real, pero parece que también es una analogía fílmica, pensada como un ensayo visual, de un aspecto de la vida de Beethoven. El musicólogo Roland de Candé dijo alguna vez que el compositor alemán, a quien nombró “el gigante solitario”, compuso una música que jamás escuchó como consecuencia de la sordera: “no oyó la Novena sinfonía, ni la Missa solemnis, ni los cinco últimos cuartetos, ni las cuatro últimas sonatas para piano… sus obras más bellas, más profundas”. En la película, Nathaniel Ayers padece la misma fatalidad. No es capaz se saborear su propia virtud. Sólo otros individuos pueden regocijarse con su talento. Se dice que Beethoven vivió en una soledad que lo hizo sentirse incomprendido ya que su enfermedad le dio un temperamento tan áspero que perdió a sus amistades. Desde la cinematografía, Joe Wright rinde un homenaje al genio del romanticismo, pero también parece que quiere advertirnos que, ante las calamidades irremediables, únicamente es posible recurrir al mayor valor de los hombres: la amistad.



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Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982) es comunicólogo por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista y Periódico de poesía (versión digital). En 2004, obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yáñez convocado por la revista Tierra adentro y el Conaculta. Ganó el premio de cuento del Concurso 35 de Punto de partida (2004) y, un año después, recibió el de crónica del mismo certamen. Coordina el Área de Publicaciones Digitales de la Dirección de Literatura de la UNAM y es profesor de asignatura en la FCPyS (This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.).

 
 
 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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