El hombre está habitado por silencio y vacío.
¿Cómo saciar su hambre, cómo poblar su vacío?
¿Cómo escapar a mi imagen?
En el otro me niego, me afirmo, me repito,
Sólo su sangre da fe de mi existencia.
Justina sólo vive por Julieta,
Las víctimas engendran los verdugos.
El cuerpo que hoy sacrificamos
¿no es el Dios que mañana sacrifica?
La imaginación es la espuela del deseo,
Su reino es inagotable e infinito como el fastidio,
Su reverso y gemelo.

Fragmento del poema “El Prisionero” de Octavio Paz
 

 

delsuenoerotico-desade-01.jpgLa obra del Marqués de Sade irrumpe en el siglo XVIII como un intento de su autor por fracturar a una sociedad en la que de por sí ya comienzan a debilitarse las instituciones que la rigen: la Iglesia, la Monarquía y todo sistema regulador es cuestionado. En este escenario toman forma textos que describen el erotismo, las prácticas sexuales y de tortura que  Sade plasma en sus novelas y escritos filosóficos.  Pero ¿cómo es que logra infiltrarse con estas descripciones aberrantes en la sociedad? El Marqués de Sade nombra lo que ésta no se atreve; desplaza, en términos psicoanalíticos, ese deseo que pulsiona en una sociedad reprimida y lo lleva a la literatura; plantea, dentro de la misma norma, un espacio de fuga, favorece el lugar para el erotismo, porque es la misma regla la que le permite ese escape.

En su ensayo Un más allá erótico: Sade, Octavio Paz describe la práctica erótica como una paradoja, ya que la sexualidad es instinto enfrentado a un sistema de prohibiciones, por lo que el erotismo se convierte en una práctica antinatural en la que se domestica y se representa la práctica sexual. Por ello, está llena de rituales que buscan imitar y retornar hacia una animalidad imposible de alcanzar por el hombre civilizado. Dice Paz: “el acto erótico es una ceremonia que se realiza a espaldas de la sociedad y frente a la naturaleza que jamás contempla la representación”.

Sade se enfrenta a la concepción rousseauriana de que el hombre es bueno por naturaleza, y que es la sociedad quien lo corrompe. Para el marqués, el hombre es en su maldad, en las atrocidades que describen sus obras, en la misma naturaleza que destruye lo que encuentra a su paso. El hombre es sus pasiones, su condición natural es ese deseo que se desborda en él. Pero esa naturalidad en el hombre se pierde con la civilización porque es la que reprime, intenta abolir y prohibir. Sin embargo, el mismo Sade se da cuenta de que la sociedad aprueba formas de violencia encaminadas a frenar los actos fuera de la ley; así, la pena de muerte es una forma de detener los crímenes, igualmente la decisión de recluir a quienes se encuentran fuera de la norma. El propio Donatien Alophonse fue castigado por su escritura, por proclamar la libertad descriptiva en cada acción erótica que emprendían sus personajes.

Pero, en su reclusión, nuestro autor encontró la manera de vengarse de la sociedad: evidenció el hecho de que no hay una moral natural; que la civilización no es sino una “vasta y complicada arquitectura imaginaria”, en donde los valores reprimen al individuo en beneficio de la colectividad; que la estructura social no es sino una forma de domar el deseo; y que las fuerzas que reprimen o subliman derivan en moral, religión, ciencia, arte. Antes que Freud, Sade ya veía que las pasiones preceden al hombre, que somos cambio y accidente, por lo que encuentra terrible el hecho de domar esa fuerza. Es por eso que sus escritos no contemplan ley ni norma, su único principio es la propiedad privada, porque en ello ve realizado su deseo, en esa administración de placer que obtiene del otro. Para Sade lo más importante en su “Sociedad de amigos del crimen”, es hacer conciente que puede satisfacer su deseo, pero ello implica también un sometimiento al de los demás.

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El francés reflexiona sobre la posibilidad de una sociedad sin leyes, religiones ni jueces, en donde el hombre pueda realizarse plenamente en sus pasiones. Por ello su única respuesta es crear pequeños grupos sociales que vivan y practiquen las formas que deseen, donde el Estado no sea el regulador sino el propio individuo, siendo capaz de matar si es necesario. Esto parecería un caos, pero en palabras de Barthes, el orden sadiano radica en que la lujuria se convierte en un espacio de economía del deseo en la que planifica sin tiranía, satisfacer su deseo sin que ello implique que el otro le pertenece, más bien se vuelve una complicidad entre los que participan. Dice Barthes: “El que regula el placer es por lo general un sujeto humano; pero los libertinos muy bien pueden decidir que en tal ocasión sea el azar […] el azar aparece entonces como un orden desalienado; la estructura de los placeres, necesaria a la marcha de los mismos, no puede ya ser sospechosa de deber nada a alguna ley, a algún sujeto.”

Resulta interesante extrapolar la visión de Sade algunos cientos de años en la antigüedad, con un ejemplo que resulta clave para entender cómo el hombre se da cuenta de las fuerzas que lo reprimen e intenta huir de ellas. Un claro ejemplo es El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, ya que hace mofa de la concepción medieval caballeresca y se vale de la mujer como ejecutora de actos eróticos. La moralidad queda de lado en un contexto en donde se vive una posible destrucción del hombre en una Europa arrasada por la peste negra. La Edad Media llega a su fin y el hombre se reconstruye desde otro lugar que no puede ser ya Dios, sino el hombre mismo. Por eso estos cuentos se convierten en una transferencia de fuerzas que pone en evidencia el impulso pasional y el retorno a ese desenfreno que queda al debilitarse la estructura social.  
 
El trabajo que realiza Sade en sus obras es a través de lo prohibido, del lenguaje, de esa fuerza inconciente que deriva en pulsión y deseo que busca satisfacerse. Es necesario hacer evidente la única ley válida para el Marqués: el principio del placer en su máxima expresión, porque el hombre debe poder satisfacer su deseo. Es así que el sujeto se convierte en un elemento fundamental para este autor, ya que en el otro está ese objeto de deseo donde se ve realizado el placer. Sade obliga a los hombres a gozar de su deseo, a no estructurarse bajo leyes que repriman esta satisfacción. No permite la represión del objeto, proclama la libertad de volver a las prácticas naturales necesarias.

En su reclusión, Sade habla y escribe porque quiere ser escuchado; quiere que la sociedad oiga eso que no se atreve a decir. Busca en el lenguaje que reprime una forma de expresar todo aquello que sólo se susurra en la “ceremonia subterránea” del acto sexual. El Marqués trata de integrar en el significante toda la fuerza erótica del exceso, ya que las palabras y su significante no son capaces de encerrar el exceso del deseo.

delsuenoerotico-desade-03.jpgOtro fenómeno que ocurre desde el lenguaje en las obras de Sade, dice Barthes, es que, dentro del texto, los rituales se practican en silencio y los símbolos son reestructurados en otra significación que intenta darle una nueva función a la palabra. Sade es un maestro del lenguaje y juega con él a fin de condensar toda esa intensidad y acumulación: “la frase tiene para él esa misma función de fundar el crimen: la sintaxis, afinada por lo siglos de cultura, se vuelve un arte elegante […]; concentra el crimen con exactitud y presteza”. Nuestro autor utiliza el instrumento represor a su favor con tal de proclamar  la libertad de satisfacer el deseo sin freno. Él no intenta destruir la cultura sino arruinarla con su forma de vida; tan sólo abre un campo en el lenguaje que le permite expresar todo aquello que ha sido censurado.

Lo que opera en Sade es el rechazo a las fuerzas que pretenden reprimir el deseo. El Marqués se estructura desde esta prohibición, es el único que se percata de ello y trata de huir, niega todo, acepta el mal como una forma natural y las pasiones como lo único necesario. A través de sus obras trata de introducir no un regulador de la sumisión, sino de la libertad. Expone los escenarios más terribles, formas de tortura, de sexualidad sin censura y con ello el solo principio de liberarse de la civilización y la cultura, de darse cuenta de que el hombre es eso también, sólo que está disfrazado por las fuerzas permitidas del Estado y la Religión, que a fin de cuentas igual matan y torturan escudados en un fin “social”. Sade intenta borrar esta sociabilidad y rescata al hombre desde su individualidad deseante. 

Para Sade, la función superyoica no debe estar en la administración del placer de acuerdo a lo permitido por la sociedad, con base en las necesidades de cada individuo. El Marqués enuncia el deseo, lo evidencia ante la sociedad; imagina una forma de vida para el hombre, la narra, la describe, la traslada a una representación literaria en donde aparecen fantasmas de un mundo antiutópico pero que también responde a la necesidad del hombre por pensar otra posibilidad.

A partir de la censura que provoca el lenguaje, Sade canaliza la fuerza pasional hacia una provocación a la sociedad, que no pretenda reafirmar la ley, sino fracturarla. El lenguaje, lo simbólico, se vuelve un complot contra sí mismo, en donde ya nada tiene el valor que debe tener, sino el que el autor le quiere dar. En este sueño sádico se ven desplazados todos los valores culturales y se transfieren hacia la pura naturalidad pasional y de deseo del sujeto. Sade niega la estructura social, niega todo valor cultural y retorna hacia lo indecible para gritarlo. En palabras de Barthes: “La grandeza de Sade no está en haber celebrado el crimen, la perversión, ni en haber empleado para tal celebración un lenguaje radical; está en haber inventado un discurso inmenso, fundado sobre sus propias repeticiones […] en resumen, la contra-censura fue hacer algo novelesco a partir de lo prohibido.”



Bibliografía:

• Barthes, Roland, Sade, Loyola, Fourier, Monte Ávila Editores, Caracas, 1977, pp. 17-43, 133-198
• Freud, Sigmund, La interpretación de los sueños, 2, Biblioteca Freud, Alianza Editorial, Madrid, 2002, pp. 124-154
• Paz, Octavio, Un más allá erótico: Sade, Editorial Vuelta / Ediciones Heliópolis, México, 1993, p. 84
• Ricouer, Paul, Freud: una interpretación de la cultura, Siglo Veintiuno Editores, México, 1985, p. 483
• www.razonypalabra.org.mx noviembre 2006, número 53 sección Filosofía, Cultura y Sociedad, “El Marqués de Sade en Jacques Lacan” por Marcela Suárez

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Ilustraciones:
lacomunidad.elpais.com
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Beatriz Ladrón de Guevara (Cuautla, Morelos, 1987) es estudiante de la carrera de Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Su especialidad es el área de cine, al cual ha dedicado los dos últimos años de su carrera. Ha participado en diversos cortometrajes de la Universidad entre los cuales destacan Danzón Nº 2, Chiflando en la Loma, L´amour, Coco, El Secreto de Martín Cordiani y Madeleine (los dos últimos seleccionados en el Festival de Cine de Morelia). También participó en el concurso de la Organización SWAMP con el tema de migración, con la colaboración de la Universidad Iberoamericana. Fue candidata en la convocatoria del Imcine en apoyo de la Escritura de Guión con el argumento para largometraje Tiempo efímero, te amaré siempre.


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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