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Al principio, lo reconozco, me perturbó su actitud. Y no es que sea prejuiciosa. Sencillamente había algo perverso en sus modos, aunque simularan inocencia. Cualquier mujer que haya sido madre (o cualquier madre que haya sido mujer) me entenderá: no existe síntoma alguno que logre escapar al instinto materno. Primero pensé en llevarlo con algún especialista, pero al pequeño Claudio le fastidian los doctores de bata blanca. Además, Claudio acababa de salir de su operación y por el momento no quería darle más problemas. Pensé que si lo dejaba seguir con su jueguito, él solo se daría cuenta de su extraña conducta y pronto volvería a comportarse con normalidad.
Déjenme que les cuente lo linda que es mi novia. De hecho, novia no es la palabra adecuada. Nuestra relación trasciende cualquier tipo de noviazgo y se funda en la libertad: entre nosotros no hay voluntad de poder. Ni siquiera tuvimos que llegar a un pacto. Fue todo tan natural que en seguida comprendimos que no habría monogamia ni ningún otro regulador estúpido de por medio. Pero ahí está Alicia, que nos mira con esos ojos suplicantes sin comprender que lo nuestro es diferente, que tiene que ser diferente. Claudio sigue con sus modos y a mí cada vez me cuesta más trabajo conciliar el sueño. Maru y Cotis dicen que le busque una novia de verdad. Me dicen, Licha, si no haces algo, Claudito te va a salir desviado y entonces sí va a estar en chino curarlo. Les respondo que según el doctor Azuela, Claudio no debería manifestar deseo sexual. No entiendo qué sucede. ¡Pero si seré distraído! Les quería contar lo linda que es mi novia que no es mi novia y en seguida me desvié del tema principal (aunque en gran medida, la forma en que nos relacionamos contiene algo de su prodigiosa hermosura). Su voz es un doblar de cascabeles y siempre se pone un collar rojo, sedoso, que en realidad es el único adorno que usa. A veces nos tiramos en el piso para dejar que el sol nos acaricie con sus yemas y yo me quedo dormido en su regazo y sueño cosas que olvido al despertar. Cuando hacemos el amor, ella se pone abajo, yo encima. No creo ser capaz de expresar la imagen que se me presenta. Entonces me vuelvo loco y le muerdo el cuello hasta sentir que reviento. No tengo nada en contra del placer. A mí me gusta. Creo que a todos, ¿no? Por ejemplo, encuentro placer en comer galletitas de coco, o en sentar a Claudio en mis piernas (aunque esté grandecito) y acariciarle la cabeza. Sin embargo, hay límites, pues el goce en exceso degenera en vicio. Creo que es hora de tomar medidas, aunque duela. Será por tu bien, mi vida. Alicia se comporta diferente y comienzo a sospechar que algo tiene que ver con la desaparición de mi amada. ¿Por qué la felicidad durará tan poco? Parece que este día el sol no encontrará a quién acariciar. Mi refugio es la penumbra. Claudio está inapetente. Ya somos dos. Traté de explicárselo pero nomás no me entiende. El doctor Azuela me ha pedido que lo lleve a la clínica para quitarle los puntos de los testículos. Pobre Claudio, con lo que le fastidian los especialistas. Lo que no sé es si de plano debo tirar su peluche. Lo ha tenido desde pequeño, cuando lo único que sabía era maullar.  |
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Ilustraciones: Enrique Nájera Chávez (México, D.F., 1985) estudia sociología en la UAM. En 2008 ganó el Segundo Premio del Concurso 39 de Punto de partida en la categoría de cuento. En 2005 obtuvo el segundo lugar en la 2da. Convocatoria de Creación Literaria, Desde las Banquetas: Haciendo Letras, en la modalidad de cuento corto. Además es diseñador gráfico y bajista del grupo Mal Vasallo. |
