Up in the air (Amor sin escalas)
Director: Jason Reitman (Estados Unidos, 2009)


Invictus
Director: Clint Eastwood (Estados Unidos, 2009)



 


Up in the air
(Amor sin escalas)
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upintheair-01.jpgAmor sin escalas (Up in the air), incongruente título en castellano de la nueva película de Jason Reitman (Montreal, 1977), es un drama que muestra problemáticas sociales como la soledad, el desamor y el desempleo, pero cuyo propósito es trazar la semblanza de una época de fragilidad. La tercera película del hijo de Ivan Reitman (productor de Los cazafantasmas) hereda el concepto humanístico de la polémica Juno (2007) que, además de prestigio en el terreno del llamado circuito mainstream, significó para el realizador una primera nominación para mejor director en la academia de cine estadounidense. El egresado de la Universidad del Sur de California ahora relata un conflicto emocional que, antes que un documento social, es una reflexión visual que recurre a las posibilidades rítmicas y metafóricas del cine para crear un trío de personajes capaces de alimentar situaciones significativas que ilustran con claridad la vida contemporánea en un país herido por la crisis de las relaciones humanas y la inestabilidad financiera.

El impasible Ryan Bingham (un George Clooney definitivo) consume gran parte de su tiempo en vuelos de avión. Su trabajo consiste en anunciar despidos, en convencer a desempleados de que su condición es una oportunidad y en enseñar a la gente a rechazar compromisos. El ejecutivo realiza su labor sistemáticamente. No posee oficina. Viaja por todo el país al tiempo que ofrece conferencias sobre su medio. Su departamento luce abandonado. Durante una estancia en un hotel, conoce a Alex (Vera Farmiga con sobria naturalidad), una mujer madura y firme, dedicada al mismo ramo, con quien comienza una relación informal. Días después, en la matriz de la empresa donde trabaja, aparece la recién graduada Natalie (Anna Kendrick bien dirigida tras su participación en la nula zaga de vampiros Crepúsculo y Luna nueva). La joven entusiasta tiene un proyecto que busca transformar el negocio del despido al sustituir la comunicación en persona con tecnologías de internet. Ryan no sólo se opone a ese cambio, sino que se ve obligado, por orden de un superior, a instruir a la nueva empleada en la industria que para él representa tanto un modo de ser, el de la soledad, la movilidad y el individualismo, como una aparente meta en su vida: sumar 10 millones de millas de vuelos en una sola compañía aérea.

upintheair-02.jpgAmor sin escalas es una suerte de fábula intelectual. Sin relegar las capacidades del lenguaje fílmico, la película oscila entre el drama y la reflexión. Su sentido narrativo, como en una novela tradicional, estriba en desenvolver al protagonista, pero su trasfondo consiste en plasmar nuestro tiempo a través de contextos humanos. Ryan es un sujeto soberbio. Posee una personalidad irónica. A veces muestra pinceladas de sabiduría y experiencia, pero hay momentos en que se revela ignorante y gracioso. Su sello radica en que se expresa con seguridad. Se afirma en un modo de vida que no contempla compromisos, posesiones ni proyectos de asentamiento. Ryan, que quizás sea el mejor personaje de George Clooney por su afinidad con él mismo, se desplaza con tanta firmeza porque su régimen de vida no ha sido alterado en mucho tiempo. Alex y Natalie provocan cambios por los que se ve obligado a cerrar un ciclo y a confrontarse con la desconfianza que tiene hacia las relaciones humanas duraderas.

Tal y como lo declaró Jason Reitman, el objeto de la película es el personaje mismo ya que éste presenta varias cualidades del director. A pesar del sesgo autobiográfico, el resultado sobrepasa el dibujo de un personaje. Se trata de una composición que recrea el ritmo de la actualidad. Es también una historia inmersa en nuestro tiempo que trasciende como reflexión. Amor sin escalas, en contra de lo que señalan la crítica y los distribuidores, no es comedia ni tragedia. Es un drama con forma de metáfora fílmica. Ryan Bingham, que tiene cierta afinidad con el Nick Naylor de Gracias por fumar (2005), es lo que Zygmunt Bauman denomina el hombre sin vínculos de la modernidad líquida. Es un individuo que teme a las relaciones duraderas y a la inmovilidad porque supone que esas opciones le cerrarían nuevas oportunidades para relacionarse. Desconfía de los compromisos porque significan tensiones poco soportables y nada satisfactorias. Su manera de estar con otros es breve, desobligada y recelosa. Él representa a las instituciones de los tiempos líquidos: no planifica, no firma contratos, no asume responsabilidades. Cuando conoce a Alex hay una secuencia en que cada uno consulta una computadora personal para encontrar una fecha coincidente en su agenda de trabajo. Ambos aparecen en la misma posición frente a la cámara. Uno es el reflejo del otro, pero su vínculo no es auténtico. Son dos individuos que no saben de solidaridad, sino del provecho que obtienen de relaciones fugaces.

La variedad y la profundidad de Amor sin escalas hacen de esta película una pieza atípica en el cine estadounidense. Su aire literario armoniza con el estilo visual y con la sustancia intelectual. El diseño de los planos y el compás de los cortes tienen una relación global con el argumento y el sonido. Desde los créditos iniciales, musicalizados con una versión reciente de la mítica “This land is your land” de Woody Guthrie, hay tomas aéreas de ciudades norteamericanas divididas por líneas que semejan la desunión y el apresuramiento de las sociedades actuales. Esta dinámica emula el ritmo de vida contemporáneo. Reitman exhibe una serie de primeros planos con los comentarios de desempleados. Un bloque realizado sin actores profesionales y con un montaje directo y acelerado. En una secuencia posterior, la cámara muestra a Ryan antes de partir de un hotel, que parece el mismo siempre, hacia un nuevo vuelo: un conjunto de tomas, con cortes inmediatos, de los pocos objetos que lleva en su maleta y de la manera en que los empaca muestran su enajenación. Estas imágenes son una suerte de Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936) bajo la mirada del creador de Juno. En la cinta del cómico, Charlot queda atrapado en los engranes de una maquinaria de gran tamaño. El flujo de su tiempo parece engullirlo al igual que a Ryan el de Amor sin escalas, quien se enfrenta a un vacío emocional cuando cambia su entorno y descubre que carece de perspectivas. El hombre sin vínculos es un ser alienado cuya aspiración más firme es sumar 10 millones de millas.

upintheair-03.jpgEn 2007, Diablo Cody (Jennifer’s body, 2009) obtuvo el galardón a mejor guión original por Juno tanto en la ceremonia del BAFTA como en la del Óscar. Parece que uno de los sellos de Reitman consiste en trabajar con libretos de calidad. El caso de Amor sin escalas, elogiado por el mismo George Clooney, es el de un texto sólido que distribuye la labor actoral de modo que da el mismo peso a los tres papeles protagónicos. También aborda con una naturalidad poco común los escenarios de enfrentamiento. El entorno de la película es la fragilidad y el conflicto en las relaciones afectivas. Natalie recibe el mensaje con que su prometido, al igual que su propio sistema electrónico de despidos, termina su compromiso con ella. El día de la boda de la hermana menor de Ryan, el novio se arrepiente a unas horas de pisar el altar. El ejecutivo rompe consigo mismo cuando se encuentra en un punto en que contradice sus principios. Los tres personajes primordiales están definidos. Sus pensamientos son tangibles. Cuando se confrontan, el espectador no piensa en el drama allí contenido, sino en la realidad que parece desprenderse de la pantalla. Dos momentos notables de George Clooney y Anna Kendrick sintetizan casi todos los registros de la cinta: el egoísmo, la soberbia, el entusiasmo y la candidez cuando ambos discuten el funcionamiento de su industria; el humor, la sinceridad y la sensibilidad mientras debaten sus ideas sobre las relaciones afectivas en un muelle.

El crítico y estudioso de cine Roger Ebert, del diario Chicago Sun Times, afirmó que Amor sin escalas es una película precisa para nuestra época. Quizás sea mejor afirmar que la tercera realización de Reitman es nuestra época. Más allá de sus alcances testimoniales, se trata de una creación que contiene una forma de expresión particular y una relación consistente con lo humano. El vínculo entre estas dimensiones es su rasgo definitivo. Es la razón por la que se aleja del diagnóstico social y del drama recreativo para encontrar un lugar en el terreno de la imaginación artística. Amor sin escalas es el dilema de Ryan Bingham, o bien, la semblanza de una paradoja contemporánea: la individualidad frente a las relaciones afectivas. Esta película es una metáfora ambiciosa y brillante sobre la fragilidad y la mutabilidad de los lazos que las personas tejen con otras y también consigo mismas; una imagen, como la de las nubes que Ryan suele ver a través de alguna ventanilla de avión, de lo que se niega a tener una forma definitiva.

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Invictus

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invictus-01.jpgA unos días del triunfo de Nelson Mandela en las elecciones presidenciales, un comité de funcionarios de color se reúne con el propósito de transformar la identidad de los Springboks, nombre del representativo con el que la Sudáfrica del Apartheid participaba en las competencias internacionales de rugby. Mientras la junta celebra la unanimidad a favor del cambio, el presidente se presenta en el recinto para negociar la decisión a pesar de que su asesora le advierte que arruinará su capital por lo que parece un capricho. El exprisionero exhorta a sus colegas a preservar la imagen del conjunto del deporte más relevante de su país. Explica que una renovación significaría despojar a la población blanca de un símbolo fundamental de su cultura. El mandatario trata de convencer a los suyos con el argumento de que, para derrotar al enemigo, hay que conocerlo. Sabe que la ruta para conseguirlo, luego de estudiar el pensamiento del adversario durante veintisiete años en la cárcel, consiste en la reconciliación y el respeto. Lejos de la estatura de la zaga histórica conformada por Cartas desde Iwo Jima y La conquista del honor (2006), pero dentro de la línea humanista y novelesca de Gran Torino (2008), Invictus, de Clint Eastwood, es una apología del perdón como una forma de libertad y trascendencia.

La trigésima producción del director de Los imperdonables (1992) muestra el pasaje en que Nelson Mandela creó una nueva identidad sudafricana al cambiar la percepción de un símbolo del Apartheid. La sobriedad del argumento es suficiente para que Eastwood, sabio conocedor de la técnica narrativa de corte clásico, construya un relato de apariencia épica, fundado en el género motivacional del triunfo deportivo, que no es sino un himno fílmico sobre la dignidad humana con máscara de cuento de hadas. Invictus tiene un solo fin: la celebración de los momentos de nobleza e inspiración del espíritu humano. A pesar de su actualidad temática, a unos meses de la inauguración del mundial de futbol y luego de la filmación en locaciones sudafricanas de cintas en distintos géneros y registros como Tsotsi (Gavin Wood, 2005), Desgracia (Steve Jacobs, 2008) y Sector 9 (Neli Blomkamp, 2009), el trasfondo de esta película no radica en el debate político o el oportunismo mediático, sino en representar lo mejor de las virtudes humanas tal y como lo hace el poema de William Ernest Henley del que la cinta toma el título.

Un año antes de la disputa de la copa mundial de rugby de 1995, se decía que los Springboks no serían capaces de ganar el campeonato aunque se celebrara en Sudáfrica. Eastwood recrea el trayecto de un equipo hacia el triunfo, pero también la apuesta del hombre que comprendió que un cambio en la percepción de los iconos que representaban la opresión era el camino adecuado hacia la unidad de una población entonces dividida. A diferencia de Golpes del destino (2004), que es una tragedia que subvierte el formato clásico del género deportivo, Invictus está editada con intención catártica. La cinta es un conjunto de viñetas que escenifican la educación sentimental de Nelson Mandela. El relato oscila entre las enseñanzas del presidente a sus colaboradores y las hazañas de la escuadra sudafricana de rugby. Esta simplicidad narrativa se funda en una inteligencia sensible, dotada de la profundidad de una novela, que consiste en mostrar la forma en que un líder político motivó a un deportista talentoso para lograr grandes resultados en la competencia, pero, sobretodo, cambios en el comportamiento cívico de los sudafricanos.

invictus-02.jpgDías después del discurso frente al comité deportivo, Mandela (un Morgan Freeman infalible) cita al jugador de rugby Francois Pineaar (o Matt Damon disciplinado) en la casa de gobierno. Durante el encuentro, el presidente relata al capitán de los Springboks cómo fue que resistió los momentos más difíciles durante las casi tres décadas que estuvo en prisión. Habla de un poema victoriano que le sirvió de inspiración. El político pide al joven que gane con su equipo la copa mundial de rugby, pero antes le explica que la forma más genuina en que un individuo puede inspirarse es usando la obra de otros hombres. El deportista comprende que el líder de su pueblo considera que el triunfo deportivo implicará un elemento motivador para Sudáfrica, una vía para construir una idea de nación. Pineaar y los Springboks debían ser ejemplares para convertirse en el factor inspirador de una sociedad tal y como la poesía de un británico lo fue para Mandela mientras estuvo recluido.

Bajo la dirección de Clint Eastwood, Nelson Mandela no es un líder histórico, sino el héroe de un cuento de hadas. Antes que una película biográfica tradicional (el biopic de fórmula), Invictus es una épica de inspiración, un cuento didáctico, una propaganda humanista. Es un cine idealizador y de entretenimiento, pero de anhelo educacional. Tal y como la secuencia donde el presidente instruye al joven Pineaar, el relato cívico del director de Poder absoluto (1997) trata de servir como ejemplo. Si existe una pieza en la filmografía de este decano de Hollywood cuya materia coincida con esta producción sólo puede ser Gran Torino. Invictus no tiene la solvencia narrativa ni la polisemia de aquel western urbano, pero se alimenta de las mismas ideas y del afán orientador: la dignidad de los seres humanos; la noción de que, en la era de lo efímero, aún existe nobleza; el ideal del perdón que, en el caso de la película anterior, aparece como el que un individuo logra consigo mismo. En ambos episodios fílmicos, Eastwood añade los vocablos liberación y trascendencia a la capacidad del ser humano de absolver: “el perdón libera el alma; remueve el miedo; por eso es un arma tan poderosa”, dice Nelson Mandela a uno de sus guardias de color luego de escuchar las reclamaciones del mismo sobre sus nuevos colegas de piel blanca. El ídolo enaltecido aparece como modelo de tolerancia en todo el filme.

invictus-03.jpgInvictus es una película de alcance medio en la filmografía de Eastwood. No comparte el poco impacto que obtuvo El sustituto (2008), pero tampoco tiene la categoría de Bird (1988) —con la que tiene afinidad al tratarse de un acercamiento a Charlie Parker en sus momentos finales—, Los imperdonables, Los puentes de Madison (1995) o Río Místico (2003). La vocación didáctica e idealista en torno a un período de Nelson Mandela carece de la eficacia fílmica de otros momentos del creador originario de San Francisco. La película parece limitada a una sola idea. Es una semblanza reiterativa y monocromática del perdón y la tolerancia. Incluso la técnica de producción no revela la fineza habitual del realizador de Play misty for me (1991). Hay encuadres descuidados y las elipsis resultan apresuradas. La tensión no existe. Sólo el drama y el heroísmo. A pesar de ello, Invictus tiene esa cualidad envolvente del cine de Eastwood. Es posible que se deba a que su elaboración estuvo a cargo de un equipo de trabajo que ha comprendido la poética del autor. La edición de Joel Cox y Gary Roach es atemperada y suficiente, la banda sonora de Kyle Eastwood logra un matiz pertinente de las secuencias cruciales y Morgan Freeman, quien estudió por varias semanas a “Mandiba” con autorización, ofrece un papel decisivo que combina los rasgos del líder político con la semántica del director.

Parece que siempre se sabe qué pasará en los filmes de Clint Eastwood, pero en ellos hay un embrujo que fascina. Quizás se deba a su narrativa clásica o a la hondura de novela literaria que el fundador de Malpaso Productions ha logrado en cintas como Honkytonk man (1982) o Cartas desde Iwo Jima. El caso de Invictus es una demostración de esta cualidad. La retórica humanista y el discurso pacificador de la película parecen el germen de un estudio político en lugar de un panfleto ideológico. A pesar de su sesgo idealizador y de su predictibilidad, esta viñeta de Nelson Mandela consigue una emotividad de la que carecen numerosos dramas en la actualidad. No cabe duda de que la aptitud hechicera del realizador se debe a su vasta experiencia como actor y director en Hollywood. Como Sidney Lumet o Martin Scorsese, se trata de uno de los cineastas en activo y de corte clásico que han dignificado el entretenimiento audiovisual al dotarlo de significación. Eastwood es como un mago con cámara en mano que sabe relatar interesantes cuentos de hadas; cuentos donde los personajes, como en el poema, son amos de su destino y capitanes de su alma.

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Rodrigo Martínez (Ciudad de México, 1982) es comunicólogo por la UNAM. Ha publicado en las revistas Punto de partida, El Universo del Búho, Viento en vela, La revista y Periódico de poesía (versión digital). En 2004, obtuvo el Premio Nacional de Ensayo Universitario Agustín Yáñez convocado por la revista Tierra adentro y el Conaculta. Ganó el premio de cuento del Concurso 35 de Punto de partida (2004) y, un año después, recibió el de crónica del mismo certamen. Coordina el Área de Publicaciones Digitales de la Dirección de Literatura de la UNAM y es profesor de asignatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.).


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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