La sala de redacción debería al menos tener tantos ceniceros como ordenadores, se decía Julio con aire ligero al tiempo que le mostraban el cubículo iluminado que ocuparía en el segundo piso del diario El Horizonte. Una bodega desvaída y remota como el fondo de un gran estanque, el edificio había servido en otro tiempo, según la historia de algún viejo fotógrafo, como una fábrica de frituras deshidratadas. Aunque ya casi todas las mesas que conformaban las diferentes secciones del periódico se encontraban llenas de sujetos que anteponían manos y gestos a cualquier respuesta del interlocutor, el jefe de Julio recién acababa de aceptar la taza de café acodado en una fonda donde un grupo de policías esperaba sus desayunos. El inexperto periodista, que en unos instantes había dejado de atraer la atención de los redactores, se disponía a leer la primera plana de la fecha cuando decidió que era mejor apartarse de las paredes grises sobre las que colgaban los titulares de la competencia y al menos aparentar que escribía.

cuento-primerdia-benedeki.jpg Antes de quedar reducida a un mínimo aliento desvaneciéndose sobre la caja registradora, la mujer embarazada se entregó al horror de sus visiones. O mejor, pensó Julio desaprobando lo que había acabado de escribir para volver con violencia sobre las teclas: cortando el aire con los labios acosados por el desierto, el mensajero se acercó a la panzuda muchacha que permanecía inmóvil detrás de la caja registradora. Luego de desechar la palabra “registradora” y una vez más autorizar su parpadeo sobre el monitor, Julio se levantó para buscar el baño sin querer soltarse del revuelo de la ficción. Frente a la intimidad del espejo vacilaba al evocar ciertas palabras, no exactamente por falta de memoria como podría pasarle al estudiante acostumbrado a tomar nota, sino por una especie de azoramiento de que, pronunciadas por el locuaz sujeto que había conocido en la costa, tales palabras pudiesen entrañar una realidad que lo rebasaba y que había presentido tan absurda como arrebatadora: …hermana… noche… encierro… cuerpo… rasguños… poseída… la sangre de Cristo… vocecita burlona… ruina… largarse… oscuro… madre… hipocresía…   

Después de sacudirse la horrorosa historia, caminó de regreso a su escritorio. Al tiempo que percibía el olor del café se imaginó en el crepúsculo, lejos de la redacción, sus zapatos de goma avanzando a buen paso rumbo a casa, el borde de una copia de El Horizonte sobresaliendo desde el bolsillo de su chaqueta, al encuentro de la cabizbaja Salomé, quien en ese mismo momento acababa de dejar un hotel de la costa para tomar el autobús desde el que celebraría la blancura del sol derramándose sobre la arena. Julio se dispuso a continuar la historia cuando los intrigados ojos de su jefe se enteraron de que las llantas de su viejo Ford aún no habían sido cambiadas a pesar de que se había demorado en tomar algo a unos cuantos pasos del taller.

Si en el instante en el que se disponía a continuar destejiendo los disformes escarpines no hubiera sido atravesada por la premonición, la muchacha no habría advertido el avance funesto de las sombras labrando el pequeño rincón que ocupaba en el almacén de la gasolinera. Julio se sintió afortunado de que el párrafo que suspendía su pensamiento frente al monitor hubiera sido escrito en tan poco tiempo. Hacía varios meses que no lograba terminar un cuento, así que de repente tuvo la ansiedad de que un nuevo empujón de lascivia narrativa lo poseyera como lo había hecho hace ya algún tiempo cuando con más ingenuidad que orgullo empezó a expulsar relatos desde el silencio de su habitación. Ahora, aunque se hiciera presente el jefe o el mismísimo dueño del diario, estaba obligado a poner al día al menos un exiguo monto de sus cuentas literarias. Embarazada, escondida en medio de un desierto, la muchacha solamente esperaba por el cumplimiento de la visión que se le había hecho presente, según la intuición de Julio, para enrarecer la atmósfera del relato que le estaba resultando tan esquemático. Omar, el fornido personaje que así bautizara Julio con la intención de evocar la desmesura de la naturaleza frente al hombre (“¡Oh mar!” se decía riendo en secreto a la vez que se avergonzaba de un hallazgo tan pueril) sería el encargado de entregar el mensaje a la muchacha que había adivinado su llegada en una motocicleta sin comprender el significado del arribo.

cuento-primerdia-axxnn.jpg Julio estaba tan absorto en su trabajo que tuvieron que llamarlo de nuevo antes de responder. Luego de un par de presentaciones, el editor general del diario y un delegado de la administración, pudo reencontrarse con la muchacha embarazada a la que caprichosamente dotó de la rasposa voz de Salomé, pero atribuyéndole personalidad y nombre distintos que, como siempre sospechaba al iniciar un relato, cambiarían en el transcurso de la escritura. Como en la fértil mente de un niño que no necesita del mundo exterior para ocuparse o divertirse, el diario no era para Julio ya más que una mesa en blanco donde podía conciliar las difusas proporciones de una historia.

Salomé se había marchado a la costa un par de meses atrás, pero después de que Julio fue a visitarla las dudas no cesaban de obstruir su serenidad. Siempre se había mostrado cariñosa, tierna hasta la amargura. Pero ahora que lo había invitado y le había presentado a ese hombre inundado de historias en las que retorcidos espíritus se apoderaban de su hermana, algo profundo empezó a crecer hasta alcanzar una gran forma secreta. Una sospecha lacerante, él vivía a unas pocas cuadras, unos brazos que la acercarían con fuerza a sus ojos azules para contemplar su cuerpo desnudo y atestado de picaduras. Durante los últimos días de junio, la incertidumbre de encontrar un empleo apropiado a su condición se había sumado al desfallecimiento que le provocaban las escenas desatadas por los celos.

La arena revoloteaba frente a la cerrazón de sus ojos al tiempo que con dificultad se encargaba de abrir las puertas del negocio. Sin temer el esfuerzo desmedido, la muchacha iba descubriendo que la ansiedad de ser hallada inflamaba su espíritu, infinitas esquirlas de audacia y de desprecio, todo apto para contaminar la familiaridad de un destino infortunado. Entretanto, desnaturalizada por el desvarío, se desplazaba hasta deshilachar los carteles que sobre los muros del pueblo señalarían con refranes de colores su ubicación en el destierro. Su vientre había crecido de manera inusitada aquellos días, un gigantesco latido de calor y misterio, esperando el elusivo envío, el mensajero en motocicleta que le había entregado su visión, el llamado que estremecería el desierto con su tempestad…

Reteniendo su malestar, Julio esperaba que el relevo de la escritura lo envistiera cuando un llamado a su celular lo condujo al estacionamiento del diario. El jefe, un tipo pálido y descarnado que se amoldaba a una leva oscura, le mostró las llantas relucientes del vehículo al que inesperadamente subieron. El hombre oculto tras sus anteojos sacó una carpeta con algunas de las crónicas que había escrito para el diario mientras Julio se preparaba para fumar el primer cigarrillo del día. En el instante en el que Julio resolvió inútil ubicar alguna falla en los textos del curioso personaje, sus ojos empezaron a llamear con un fuego interno a través del humo. Una de las historias que su jefe había escrito, y que según la adornada voz del sujeto le serviría como ejemplo del trabajo que haría en el diario, había llamado su atención poderosamente. La hija menor de una familia de la costa, poseída por enloquecedores espíritus, había ocasionado un pleito fatal entre los vecinos del pueblo. Más tarde, cuando entre correos electrónicos y correcciones encontró un momento libre en el segundo piso, escribió:

cuento-primerdia-glennpeb.jpg¿Ya estás aquí? Omar podía distinguir su angustia sin llegar a la más mínima figuración del presentimiento que, tan irrevocable como el niño que se alimentaba en la perpetua noche de sus entrañas, hacía de Salomé la encarnación del silencio más puro detrás de los dispensadores de combustible.



 

 


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Juan Manuel Granja (Quito, 1980) es escritor, periodista y comunicador. Escribe para las revistas El Apuntador, El porta(L)voz y El Búho. En 2007 ganó el Segundo Premio Nacional de Novela Corta Medardo Ángel Silva. Su libro de poesía Alter fue publicado en versión online en 2008. Dirige los weblogs Metamorfódromo y Folio Inn.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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