Señoras y señores, sean bienvenidos a un mundo de tubos y lonas rosas y amarillas, donde encontrará todo lo que busca. “¡Bara, bara!”, “¡pásele, güera!”, “¡pruébele gratis, sin compromiso, marchantita!”, “¡Agárrele, mi güera, aquí no hay hambre!”, “¡Métale la mano!”. Esos son los gritos desafinados que seducen al colono que va de shopping dominguero. Visitantes y vecinos de la Colonia Escuadrón 201 en Iztapalapa recorren cada fin de semana este colosal mercado ambulante que se extiende desde el Eje 3 Oriente, o la melancólica Avenida 5 casi esquina con el poco recordado Agustín Yáñez —que todos llaman Rosales— hasta el horroroso nombre —como algunos dicen— de Atanasio G. Sarabia, al que la vox populi le conserva el nombre de Zapata casi esquina con la 113, la trece pa' los cuates.

No con sus mejores garras, las doñas merodean las calles, y los dones, con bermudas y playeras pamboleras, acompañan llenos de impaciencia a sus mujeres. Al fin y al cabo es domingo sagrado y futbolero. Los carros invaden las calles. Los franeleros cobran diez pesos y hasta su silla se llevan. “Hay que reponer la fatiga, ¿qué no?”. Las mujeres llevan en las manos listas ilegibles. No es más que el mandado. “Naranjas chingonas” a 10 pesos el kilo, jitomate a 15, nopales a 10 la bolsita. No hay mejor indicador financiero que las leyendas en los precios de los sagrados alimentos; no hay mejores economistas e inversionistas que las señoras que acuden a realizar sus compras.

Colas y colas en el pollo, donde atienden muchachos muy agradables pero  son americanistas; no aceptan propaganda Chiva y le rinden tributo a mujeres voluptuosas, semidesnudas, sabrosísimas, como la pechuga que están aplanando.“¿Cómo la va a querer, güera?”, preguntan a una señora acompañada de su hija, a la que el joven pollero siempre se le queda viendo, como si de Maribel Guardia se tratara. “Ya sabes cómo, en bistec, ni muy gruesos, ni delgados, ¿o ya se te olvidó?; has de venir bien crudo, ¿verdad?”, objeta la doña. Y la pregunta del millón: “¿Qué estás estudiando, güerita?”, “Comunicación, en cuarto semestre” responde la joven. Frente a aquellos chicos, el puesto de periódicos: la carnicería del Alarma y La Prensa; la subversión del Proceso; el taco de ojo del H, Maxim, Extremo; la banalidad del Cosmopolitan; la cultura del TV Notas. El Universal, muy demandado; el Récord, también. Para las cuatro de la tarde siempre quedan La Jornada y Excélsior

Tuvimos un sirenito justo al año de casados, en esta esquina. Mi amigo, el negro José, del otro lado, Capullo y Sorullo enfrente. En un mundo de caramelos, mezclado con El Sonidito.  No son más que los DJ’s callejeros que arbitrariamente quitan y ponen discos “va probado, va calado, va garantizado, mi güera”: “¿Cuál pinche crisis? 10 pesos uno, tres por 25”.  Uno de esos DJ’s baila y canta efusivamente “Guaaaaiiii en siiiiiii eiiii” mientras en el puesto de enfrente retumban los compases de salsa en contraste con la voz de Mercedes Sosa, que parece hacer dueto con Javier Solís. Una adolescente de piel morena, tenis de astronauta, pantalones entubados, gorrita hoppera, playera que resalta sus curvas adiposas, cola de caballo y fleco ochentero oxigenado, pide el nuevo disco de lo mejor del Reggaeton. Un señor de sombrero vaquero, pantalón de mezclilla y cinturón de víbora busca lo mejor de los narcocorridos. Una señora busca un disco de Los Panchos, pero también de lo mejor del Duranguense; aunque ya vio el de la Santanera y se lo va a llevar. Su hija halló uno de la Dinamita, grupo del que es fan, pero también comprará uno de Reventón Musical para ponerlo en el estéreo de su carro. Aquí se oye de todo. Estas tiendas discográficas no le piden nada a las que son propiedad de un magnate forbesiano. Y hasta dejan más. Aquí los costos de producción valen madres: sólo tres pesos cuesta producir esos discos compactos.

Arrincónamela para arriba y para los lados. Hay gente que camina sin dirección alguna. Va con la mirada perdida en busca de algún producto, deseado o no deseado. Sus necesidades de consumo insatisfechas culminan en este gran foro callejero. Chacharea con madres, pues. Algunos otros, desde los puestos de tacos, observan a compradores compulsivos y planeadores. Los tacos de barbacoa, carnitas, birria, arrachera, cochinita, bistec, campechanos; las quesadillas, pambazos, papas fritas, hamburguesas, banderillas, huaraches y crepas nadan en litros de aceite quemado por el reuso. El domingo es día oficial del rompe dietas patrocinado por la Coca. Para los light, fruta preparada y jicaletas; para los golosos, brochetas de dulce cubiertas con chocolate, gomitas, chocolates de todo tipo. En el pasillo oriente está la triada sagrada: la señora de los postres con su fila interminable; el siempre concurrido puesto de huaraches; y en medio, los hornos de pan que desprenden un aroma inconfundible a mantequilla y azúcar. El ambiente huele a veces a grasa quemada, pero todo se compone si hay enfrente un puesto de perfumes.

En el pasillo occidente, hay ropa amontonada sobre sábanas percudidas, montadas en camas de resortes oxidados. De a diez o veinte la pieza o de “barios presios”, sin cambios. La gente se pelea hasta por un calzón, aunque  desconozca su procedencia. Algunas prendas fueron lavadas para ocultar que son usadas. Dicen que todo es producto de la corrupción que hay en las aduanas. Y que los comerciantes se van al gabacho a comprar ropa de paca, a menos de un dólar la pieza, y que allí se invierten los papeles, ellos “mamasean” las montañas de ropa, extienden sus brazos hasta donde les alcance y de ahí a quitarle las etiquetas por si hay revisión; de cualquier modo, con dinero baila el perro.

Otros puestos venden marcas como la Abercrombie, Hollister, American Eagle, Aeropostale. No cabe duda, la globalización llegó a las calles de la 200. Son chamarras, playeras, bolsas, blusas, chanclas, colguijes y pantalones, un poco más caras, pero de mejor aspecto que la ropa de paca. Hasta en los comerciantes se nota el status, el tianguis sí deja. “Ta re bueno el calor, ¿verdad, compa?”, dice un comerciante.  “Sí, ahorita para estar en la casa viendo el futbol con un vinito tinto, del Chateau Margaux, y un quesito azul y ¡ah!”, responde el otro. 

Más adelante hay una horda de escuincles alborotados. “Papá, yo no tengo a Big Show, cómpramelo”, le dice el infante. “Oiga, joven, ¿a cuánto los bi chou?”, pregunta el padre con la esperanza de que esté caro. “A tres cincuenta; es la edición limitada”, responde el vendedor. “¿Ya viste, papá?, está a tres cincuenta, cómpramelo”, interrumpe el chiquillo. “¿Es lo menos?”, objeta el padre. “Tss... es que no me sale”, contesta el tianguista. El hijo amenaza con llorar. Tras la fingida derrota, el padre pone cara de alivio.

Es que aquí regatear es todo un arte. La señora de la Santanera y su hija se paran frente a un puesto de cremas antiedad, sólo vendidas en almacenes de prestigio a precios exorbitantes. Semana a semana le preguntan qué trae de novedad. El joven comerciante les muestra la gama de menjurjes antiarrugas. “¿Y éste para qué me sirve?”, pregunta la mujer. “Dice que es un suero… ahm, que se pone en la noche… y que le reafirma la piel”, responde el vendedor mientras lee la etiqueta escrita en francés, danés, inglés u otro idioma. “¿Y en cuánto me la vas a dejar?”, pregunta la señora. “Ya sabe, clienta, en 150”, responde el negociante. “Ya me desconociste. ¡Puras fallas contigo! Déjamela en 100 para que me la lleve”, objeta la fémina. “Bueno pues, está bien”, responde el mercante mientras guarda el frasco de Estée Lauder en una bolsa de plástico. 

A lo largo y ancho del tianguis hay televisores de pantalla plana, LCD y  plasma con sonidazos HD Dolby Digital que retumban en las calles de la 200. Las imágenes en movimiento reúnen a gente de todas las edades. No podían faltar las películas y videos: desde Cantinflas o Pedro Infante hasta Brad Pitt o George Clooney, de Luis Buñuel a Quentin Tarantino. Los vendedores saben hasta de qué productor y director son los filmes. En un puesto, Alicia en el país de las maravillas de Burton, a un costado Desde mi cielo; en otro, lo mejor de la WWE; también todas las temporadas de todas las series y todos los conciertos de todos los artistas. Al parecer esta semana llegaron nuevos títulos, incluso películas que no exhibirán en salas sino hasta meses después. “Palomitas gratis en la compra de dos películas, aprovechen que es día del Óscar”, dice uno de los vendedores llamado Óscar. 

El carnaval mercantil no nace día con día. No nace al levantar el puesto o montarlo. Nace cuando gente de todos lados llega aquí a proyectar sus necesidades de consumo y a invertir sus ingresos. Sea poco o mucho, el tianguis es incluyente. No importa el origen de las mercancías, sólo el fin que éstas tienen. Aunque el que mire mucho compre poco, el arte del cambalache no morirá.

 


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Georgina Larruz Jiménez cursa la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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