Méndez y Pascual jugaban viuda y bebían cerveza. Méndez tomaba Corona y Pascual Victoria, cada cual su favorita. Así acostumbraban. Eran los únicos empleados de la panadería que no tenían apodo. Los llamaban por sus apellidos. Méndez y Pascual. Méndez fumaba Delicados y Pascual Faros, ambos, sin filtro. Méndez tenía una mujer y Pascual tenía un romance con la mujer de Méndez. Méndez no lo sabía. Pero lo sospechaba.

cuento-perez-1-stelogic.jpg"Tocas o te la llevas", le dijo Méndez a Pascual. "Toco", le contestó Pascual. "Muy bien Pascualito, muy bien". Pascual esperó a que Méndez hiciera un movimiento pero éste añadió: "Qué tienes Pascualito", "Bueno pues, tengo tercia de reyes". Pascual mostró sus cartas: rey de corazones, rey de espadas, y comodín con reina de espadas. "Mira qué casualidad Pascualito", "Casualidad de qué Méndez, has estado muy extraño". Pascual le dio un sorbo a la Victoria. "Pues yo tengo Pachuca", "¿Pachuca Méndez?, ¿y por que no te quisiste llevar la viuda?", "A lo mejor pensé que me estabas engañando Pascual... Te toca barajarlas".

Méndez y Pascual llevaban ya un rato jugando y nunca apostaban. Sólo por el placer de jugar, y se tenían confianza. Como en ocasiones sucede una de las partes tiende a abusar de la confianza. Al menos así lo sentía Méndez. Había notado que la Lilia estaba muy extraña. Son cosas que se huelen. No le hacía el mismo caso que antes. Su mirada estaba perdida durante las conversaciones, y como Méndez se la pasaba en la panadería, ya casi no lo veía. Pero Pascual sí salía de la panadería. Él era el repartidor. Salía con su bicicleta a repartir y siempre regresaba contento. Son cosas que se huelen.

Eran las cuatro de la mañana y sobra decir que se encontraban en la panadería. "Quédate con la viuda", "De qué hablas Méndez", "Ya, no te hagas el tarado. Ya lo sé", "Saber qué Méndez", "Ella me lo dijo". Pascual se quedó callado y agachó la cabeza. Abrió sus ojos lo más que pudo y le dio una fumada al Faro. "En serio te lo dijo", "Pues claro que no, pendejo, pero hasta para eso eres imbécil, pa' mentirme, Pascualito", "Me lleva...", "Ya ni digas nada Pascual. Lo acepto y los felicito. A mí la Lilia ya no me daba ni cosquillas. Me voy a largar de aquí", "Cómo que te largas... ¿a dónde Méndez?", "Eso no te importa, ni a ti ni a nadie. Me voy. Diles que me mataste, o que me mató un vagabundo. Los dejo a ver si es cierto", "A ver si es cierto qué, Méndez", "¡Pues que se aguantan!"

Méndez, sin decir nada, se paró de la mesa y salió por la puerta chica. Pascual tragó saliva. No quería ni ver a la Lilia. A la tarde siguiente ya estaba medio pueblo buscando a Méndez y ni rastro de él. Se corrió el rumor de que había muerto a manos de un vagabundo, el señor de los elotes lo había presenciado todo. Pero el cuerpo nunca lo encontraron. Pascual no dijo nada. Hasta pensaron que Pascual lo había matado y desaparecido el cuerpo. Pero era imposible. Pascual era bueno. Él repartía el pan. Él era agradable. Y la Lilia ni lloraba. A todo mundo se le hizo raro que ella como si nada. También empezaron las sospechas.

En la noche, Pascual le contó todo a la Lilia. "Me dijo que sabía lo nuestro... Que ya lo sospechaba", "Y luego...", le contestaba la Lilia con la expresión fría y seca que la había acompañado todo el día. "Pues nos felicitó. Pero dijo que se iba, quién sabe a donde, pero que se iba", "Pues mejor para mí. Ahora sí podremos amarnos más Pascualito..." La Lilia dijo esto último con malicia, había cierto sarcasmo. En el fondo, ambos sabían que la burla no había sido por Méndez sino por Pascual. Pascual tragó saliva, se sintió incómodo, y no dijo nada.

cuento-perez-2-canpcipeg.jpgAl día siguiente ya se referían todos a la Lilia como la viuda. Siempre le reprocharon esa actitud de apatía ante la desaparición de Méndez. Pasó una semana para que en la panadería empezaran a buscar un reemplazo. "Pascual, tú ya eres de confianza, te quedarás con las funciones que hacía Méndez, además, él era tu amigo". Pascual seguía amando a la Lilia y ahora la visitaba sin esconderse de nadie. Comenzó a quedarse en su casa. Los vecinos lo notaron enseguida. Pero desde la partida de Méndez, Pascual se había amargado. No por Méndez, sino por la Lilia. "Pascual, pero necesitamos tu reemplazo, alguien tiene que repartir el pan..."

Alguien tiene que barrer la panadería, porque el Juancho ahora sale en la bicicleta. A Pascual le pesa el trabajo y entre las guardias, las cervezas y la producción del pan, las madrugadas son testigo de las partidas de viuda. Un día se quedaron solos el Juancho y Pascual. "Tú qué tomas Juancho", "Victoria igual que usted".

Pascual y el Juancho jugaban viuda y bebían cerveza. Pascual bebía Victoria y el Juancho también. La razón de que sus bebidas fueran iguales, es que al Juancho le gustaba todo lo de Pascual. Así acostumbraba. Pascual era el único al que llamaban por su apellido, todos los demás tenían apodo en la panadería. Pascual fumaba Faros y el Juancho fumaba Raleigh, Pascual sin filtro, el Juancho con filtro. Eso era lo único que no le gustaba al Juancho de Pascual. Los cigarros. Pascual tenía una mujer y un trabajo pesado, además de una amargura por tener que sustentar a la mujer que alguna vez lo sedujo con su encanto. Y con su frialdad. El Juancho siempre salía a repartir el pan en la bicicleta y, refrescándose con el aire, siempre regresaba todo contento. Son cosas que se huelen.

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Ilustraciones:
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Carlos Pérez Ochoa (México D.F. 1986). Estudió Psicología en la Universidad del Valle de México. Actualmente cursa la maestría en  Estrategias de Reeducación en el Centro Cultural Itaca.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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