Desperté por lo menos dos veces antes de esa llamada. Por la noche, antes de irme a la cama, ya me sentía intranquilo. Apagué la luz de mi recámara y me acosté con el deseo de dormir profundamente, pero no lo conseguí. Desperté malhumorado cuando todas las luces de casa estaban apagadas. Estaba tiritando de frío; bañado en sudor y con un miedo inexplicable. Supuse que había tenido un mal sueño, pero para mi mala suerte, no lo recordaba.

beltran-cruz.jpgNo me di cuenta en qué momento se me quitó el miedo, ni tampoco cuándo desperté de nuevo y me quité la ropa. Me acuerdo que fue mientras trataba de recordar aquello cuando sonó por primera vez mi teléfono celular. Dio tres timbrazos pero la somnolencia no me permitió contestar. Revisé el buzón de llamadas no respondidas y apareció el nombre de Martha. Eran casi las tres de la madrugada: ¿Qué quiere esta loca?, seguro está ebria, pensé. No regresé la llamada porque Martha solía darme timbres breves con regularidad, más cuando estaba borracha o deprimida: Llamará de nuevo, supuse. Sin darme cuenta me quedé profundamente dormido.

No veía, ni sentía aire. ¿Era otro mundo?, ¿una pesadilla? De pronto, el azote de la puerta me ayudó a recordar dónde estaba. Tanteé con mis manos la cama en la que dormía, hasta que alguien encendió la luz de mi cuarto:

―¿Me quieres matar, mamá, o qué te pasa?, ¿por qué entras así, aventando la puerta? ―le grité a mi madre con el ánimo embravecido.
―Es que no sabes lo que acaba de pasar, hijo, tu prima, tu prima.
―¿Qué pasa má?, me asustas, dime.
―Martha tuvo un accidente.

Y el mundo se me cayó en pedazos. De nuevo me creí en un sueño. Sin aire, sin luz. Incapaz de llorar o gritar. Era todo tan irreal.

Me acuerdo que subimos al auto y salimos a prisa de casa. Aceleré a fondo para llegar lo más pronto posible a casa de mi tía Sonia. Quería escapar de donde estaba. Llegamos rápido, las luces de toda la casa estaban encendidas. Hasta ahí me di cuenta de que aún era de noche:

 ―¿Pues qué hora es, mamá?  ―pregunté.
―Son casi las tres.
―¿Las tres de la mañana?
―Sí.

Mi madre entró corriendo a la casa. Y yo, sin poder creerlo, revisaba atento el buzón de llamadas de mi teléfono celular. Hacía apenas unos cuantos minutos  que había llamado Martha. Me sentí un miserable por no haberle contestado la llamada y por no marcar en el instante que lo pensé. Por mera curiosidad marqué el número de mi prima, pero como era de esperar, el teléfono estaba fuera de servicio.

“Apenas hace un rato me pidió permiso para quedarse más tiempo con Pablo, me dijo que irían al árbol donde se apareció no se qué cosa, allá rumbo a Atenquique, yo le dije que no, pero ya sabes cómo es Martha de necia, y pues de regreso tuvieron el accidente por la barranca de Beltrán...” Cuando mi tía terminó de explicar la ausencia de Martha, en lo primero que pensé fue en esa impresionante barranca. En ese hoyo que parecía sin fondo. Era extraordinariamente profunda, medía más de dos mil metros y lo que había allá abajo resultaba un misterio. 

La llegada a casa de mi tío Arturo, padre de Martha, confirmó lo que se intuía, ¿quién diablos puede sobrevivir cayendo al fondo de esa barranca?: Tienes que ser fuerte mujer, Martha murió en el accidente, encontraron el auto a pocos metros entre unos arbustos, confirmó mi tío. Y tal vez la tía Sonia se creyó por un momento en otro mundo, en ese mundo irreal. La noticia cayó como balde de agua fría. Por suerte, me enteré de los detalles del accidente. En una habitación mi tío Arturo le decía al tío Pepe: De suerte el carro no se fue hasta el fondo del barranco, se quedó atorado, pero seguro el impacto hizo que se incendiara. Lo más terrible de todo es que no encontramos el cuerpo de mi niña, sólo el de este muchacho Pablo, supieron que era él por sus identificaciones, pero de Martha nada. La noticia acabó por hundirme en la depresión.

La familia le lloraba a una caja vacía. Sólo lo sabíamos tío Arturo, tío Pepe y yo. Para mi tía Sonia, saber que no habían encontrado el cuerpo de mi prima significaría un dolor más grande. Así que mi tío, siempre consciente, trató de aminorar en buena medida ese dolor. El funeral fue como todos; una celebración olorosa a flores podridas, con gente vestida de negro, diciendo un derroche de letanías. Mi madre estaba deshecha, y confieso que yo también. Era difícil que llorara, pero la idea de no volver a ver nunca más a Martha me destrozaba. Cuando estaba a punto de terminarse otro rosario, sonó mi teléfono celular. Me lo saqué de inmediato para callar el sonido. Pero me quedé pasmado, en la pantalla de mi teléfono decía Martha, Contestar.

Mi teléfono sonó tres veces, pero el miedo me impidió responder esa llamada. Salí a la calle para tranquilizarme y después de unos minutos marqué. Sin embargo el teléfono de mi prima seguía fuera de servicio. Con extrema precaución, para que no sospechara nada, le pregunté a mi tía Sonia si Martha llevaba su celular a la hora del accidente: Sí mi'jo, minutitos antes me habló para avisarme que ya venía de regreso, ¿por qué la pregunta, Mauro? No le respondí nada.

No había rincón en el que pudiera estar tranquilo, la incertidumbre me atormentaba. Entre los rezos de la gente oía la voz rasposa de Martha. Respiré profundo, soltando poco a poco el aire para calmar mis nervios. Cuando sin esperarlo, mi celular volvió a timbrar.

Era Martha y de inmediato corrí a esconderme para contestar:

―¿Dónde estás?, ¿estás bien? Por favor, acá las cosas están mal. Mis tíos están deshechos. Contesta por favor.

Por la bocina del teléfono sólo se escuchaba una respiración tranquila, suave. Segundos después se convirtió en un insoportable jadeo, tosco y agitado. La llamada se cortó, y yo, con la desesperación al límite, intenté regresarla. Pero el celular de Martha seguía como antes; fuera de servicio.

beltran-johnnyberg.jpg“No puedo creer lo que me dices, si no fuera porque estoy viendo la hora de las llamadas, pensaría que te estás volviendo loco”, me dijo el tío Pepe cuando íbamos rumbo a Atenquique. Iba sorprendido, impresionado por lo que yo le había contado. Fue casi al llegar a la barranca de Beltrán cuando sonó otra vez el teléfono. Es Martha de nuevo, grité asustado. Mi tío Pepe me arrebató el aparato para contestar: Bueno, ¿mi'ja?, anunció con la voz entrecortada. Pero al instante le colgaron. Estacioné mi carro en un espacio reducido, casi al borde de la carretera. Nos fuimos del otro lado, donde empieza el barranco, y ahí pregunté:

―¿Dónde fue el accidente, tío?
―Allá donde ves bien chamuscado.
―Y, ¿seguro que la gente buscó bien?, quizá mi prima esté más abajo lastimada, tratando de llamar.
―No seas tonto Mauro. Lo más seguro es que se calcinó.
―Y entonces, ¿cómo explicas lo del teléfono, la respiración, la llamada en la madrugada?
―Seguro alguien lo encontró y está llamando y haciendo bromas de mal gusto.
Mientras discutíamos, el teléfono volvió a sonar; contesté:
―Dime, ¿quién diablos eres?  ¿Por qué tienes ese celular? Contesta con un demonio.

Respondió una voz extraña. Como una garganta apagada, con eco. Abajo, dijo, y colgó.

Y corrí como un loco por una ladera muy estrecha que daba al fondo de la barranca. Iba esquivando la maleza que crecía por doquier. Me atoré algunas veces con las espinas de unas plantas: “Martha, Martha, ¿dónde estás?”, gritaba con esa sensación de reventarme por dentro. Muy lejos de ahí, escuché los gritos desgastados del tío Pepe que me pedía que regresara. Estuve así por buen rato, hasta que llegué a un espacio plano y tranquilo. Ya no había sol. Caía la tarde en el fondo de la tierra. Levanté la vista y vi en lo más alto la fila de carros que desfilaban por la carretera. Estoy en lo más profundo de Beltrán, susurré casi sin poder respirar. No debiste venir, me contestó alguien que estaba recargado en una piedra enorme.

―¿Quién eres?, le pregunté.
―Vete amigo, aléjate antes de que se haga de noche. Si no, estarás perdido.
―Dime, ¿quién eres? Estoy buscando a alguien y no me puedo ir hasta encontrarla.

De pronto se escuchó un sonido extraño, como el galope de un caballo que venía directo a estrellarse contra mí. Corre, me gritó la persona. Y siguiéndolo, me puse en marcha, sintiendo que el sonido del caballo me alcanzaba. De pronto llegamos a un pedazo de tierra donde estaba incrustada una desgastada cruz de madera. Aquí ya no se acerca, me dijo el joven. ¿Quién?, le pregunté. El dueño de estas tierras, contestó aterrado.

Después de un largo silencio, cayó la noche en Beltrán:

―Por nada del mundo te muevas de aquí. Es de noche y éste es el único sitio donde vas a estar a salvo. Voy a buscar a quien buscas y regreso ―me dijo el joven.
―Está bien, pero dime, cómo te llamas.
―Servando Contreras ―contestó.

Y Servando se fue corriendo del lugar, escondiéndose entre los arbustos más altos. Unos minutos después, desapareció.

La noche se llenó de miedo. Ahí abajo, en Beltrán, el cielo se ve como el universo. Son las luces de los carros que van por la carretera las que parecen estrellas. El miedo me abrazó irremediablemente al ver la inmensidad, y más cuando aquel galope extraño se escuchó pasear por todo alrededor. ¿Por qué no llega ese imbécil que me dejó aquí?, ojalá que en mi casa me estén buscando y vengan pronto por los dos, por Martha y por mí, susurraba tembloroso. Tras un largo silencio, oí otra vez el galope desquiciado atrás de mí. Me arrastré para abrazar la cruz que estaba a un lado, hasta que el sonido se extinguió. La madera desgastada me astilló la mano, la retiré de inmediato y fue ahí cuando vi lo que tenía escrito: “Aquí se encontró el cuerpo de Servando Contreras 1960-1981, descanse en paz” .

beltran-sebarex.jpgNo sé si fue el miedo o tal vez el cansancio que sentía en todo el cuerpo. Pero desperté cuando era de mañana. Me senté en la tierra con la esperanza de encontrarme en otro lado, pero seguía ahí, junto a la cruz de Servando. Y ahí parado casi frente a mí, estaba él. Me asusté al verlo. Tranquilo, ya encontré lo que buscas, y te voy a llevar a verla para que pronto te largues de aquí, me dijo despreocupado.

Hallé a mi prima Martha con las ropas manchadas de sangre y la cabeza partida en dos. Su cara estaba intacta, parecía que dormía. No me pude aguantar más y pegué de gritos: No puede ser, no puede ser, y me agaché para besarla. Del bolso de su pantalón salía ligeramente algo; era su teléfono celular que estaba apagado. De pronto, tal y como se escuchó allá abajo, el galope del caballo parecía perseguirme. Ya no hay tiempo, vuelve pronto por ella, no la dejes sufriendo aquí, pero por favor no regreses solo, y ahora corre, salva tu vida, me gritó Servando.  Y corrí otra vez como loco por una ladera muy estrecha que daba a la entrada del barranco. Iba esquivando los arbustos y la maleza que crecía por todas partes, escapando del sonido atroz que me alcanzaba. Cuando estaba a punto de llegar a la carretera, un hombre vestido de negro que iba arriba de los huesos de un animal desconocido me jaló de la camisa. Recuerdo que escuché cómo me desgarró la ropa…

Fue mientras trataba de despertar de un sueño cuando sonó otra vez mi celular. Lo tomé de prisa para alcanzar a contestarlo. Revisé la pantalla y apareció el nombre de Martha. Eran las tres y media de la madrugada. 

―¿Qué pasó?, ¿dónde estás?, ¿estás bien? ―le dije asustado a mi prima.
―Calma primito, ¿qué te pasa a ti? Hace rato te hablé, dejé timbrar una vez para que te despertaras y me llamaras, pero como no lo hiciste aquí estoy otra vez ―me respondió Martha.
―¿Pero estás bien? ―volví a insistir
―Que sí, sólo te hablaba para invitarte, Pablo y yo vamos a ir rumbo a Atenquique, a la barranca de Beltrán, que hay un árbol en el que se apareció no se qué cosa y vamos a ir a verlo, ¿vas?

Y de nuevo se me cayó el mundo a pedazos.

―No se te ocurra moverte de donde estás, que sé lo que está a punto de pasarte, le dije a mi prima y fui de inmediato a buscarla.


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Ilustraciones:
Cruz:www.elortiba.org

Diego Armando Arellano (Ciudad Guzmán, Jalisco, 1984). Estudió periodismo en la Facultad de Letras y Comunicación en la Universidad de Colima. Ha colaborado para el periódico El Comentario, el suplemento periodístico Andante, y el semanario El Juglar. Ha publicado cuentos cortos y reseñas literarias en las revistas Destellos, Reflexiones y Punto en Línea. En 2010, su cuento “El Naranjo”, obtuvo la primera mención honorífica en el concurso estatal de cuento Murmullos en el Llano Juan Rulfo.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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