It´s wonderful to be here
It´s certainly a thrill
You´re such a lovely audience
We´d love to take you home with us

The Beatles

Dios es empleado en un mostrador, da para recibir
Charly García

 

Escuchaba voces que decían mi nombre, uno que otro sollozo, no sé, igual era difícil escuchar; la luz fosforescente del túnel era inevitable. Más me acercaba, más intensa era. Me la había imaginado como una supernova o la luz de un cielo con diamantes. Pero al final descubrí que se trataba de un gran letrero de neón. Y sentí que algo me empujó, pero no era una fuerza metafísica sino el brazo de un tipo.

—¿Qué haces parado ahí? ¿Vas a entrar o no? —me dijo, y entré.

Sonó una campanita como la de cualquier bar y creí ver junto a la puerta un contador numérico que con mi ingreso aumentó su cifra infinita. Era un sitio no tan grande pero suficiente para considerarlo repleto, aunque tuve la impresión de que siempre había espacio para alguien más.

cafe-anacronico-barra.jpg El hombre de la barra era un gordo, como todo bartender entrado en años, que estaba en el lugar preciso, diciendo lo preciso a la persona que le tocaba atender. “Me gusta atender yo mismo a mis clientes”, me contó luego. No estoy seguro si parecía más italiano de Brooklyn o gallego. Pero sí recuerdo haberlo visto saludando al tipo que me empujó.

—Ya preguntábamos por ti, Wright.

—Sólo fui a tomar un poco de aire, eso es todo —respondió, acomodándose unos viejos anteojos de aviador sobre la cabeza.

El humo del cigarrillo circundante no sólo hacía más denso el aire sino la acción, como un Londres neblinoso o un flujo de memoria de Joyce. Eso creí porque mi presencia parecía inadvertida por el resto. Todos lucían tan raros, tan diferentes. En una mesa vi un tipo con toga blanca demostrándole lo bien que hablaba con guijarros en la boca a un pintor maduro, que estaba retratándolo, a su estilo, con rasgos indígenas y manos desproporcionadas. En otra mesa un hombre en silla de ruedas, con una parálisis que sólo le permitía mover una mano, jugaba ajedrez consigo mismo, frente a un espejo, y decía con voz metálica a través de un aparatito: “Si seguimos así, el universo se acabará primero que esta partida.” Al fondo, tocaba un cuarteto vestido con trajes militares de colores muy psicodélicos para ser del ejército.

—¿Te gusta el lugar, (...)? —preguntó mientras se limpiaba las manos con el delantal, mencionando al final mi nombre.

—¿Cómo sabe mi nombre?

—Un buen bartender debe saber de todo un poco —respondió sin convencerme—. ¿Y la música, qué tal?

—Me recuerda una banda que escuchaba antes de... venir acá.

—Entiendo.

Una chica rapada y con armadura se apareció y llamó al bartender. Estaba furiosa. Supo, por un italiano de la otra mesa, que la misma iglesia que la había quemado viva, la declaró santa siglos después y ella ni por enterado. Él la escuchaba mientras le sirvía una copa de Chardonnay.

La banda terminó su acto y recibió la ovación de esta audiencia tan heterogénea. Mis aplausos, allá en la última fila, tampoco faltaron. Recuerdo haber oído las palabras de un anciano ciego que, sosteniendo el bastón como una vara, aseguró que “esto ya lo había soñado”.


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—¡Hora de la foto! —dijo, efusivo, el hombre de la barra.

Todos se pusieron de pie y se acercaron ansiosos al escenario. El bartender, que ya se había sacado el delantal, los fue organizando y les dijo: “por aquí”, “no, más a la derecha”, “monsieur Toulouse-Lautrec, no se le ve, por favor, a la primera fila”. Mientras, el cuarteto de músicos ocupó el lugar central detrás de un gran bombo.

—Qué curioso, se parece mucho a la portada del Sgt. Pepper.

—Obvio, muchacho. ¿De quién crees que fue la idea?

Y señaló las paredes del salón. No me había percatado antes, pero había un montón de fotos, nadie era el mismo en cada una pero todos formaban siempre la misma escena: una mítica banda, luego de su acto, rodeada de celebridades que habían vencido las barreras del espacio y el tiempo.

—Todo el mundo se muere por aparecer en esta foto, ¿qué puedo hacer? —me dijo el muy bribón.

Luego del flash y los brindis, la tertulia siguió y la música también.

—¿Ya viste cómo nos divertimos? Nunca deja de venir gente, ¿eh?

—No he visto críticos de arte por aquí —observé.

—Me reservo el derecho de admisión.

Asentí con la cabeza.

—Qué dices, ¿te quedas? ¿Te reservo una mesa, entonces? —y como conociendo mi respuesta, comenzó a preparar todo. Mientras, yo miré hacia la ventana y vi que el túnel por el que vine se iba desvaneciendo.


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Ilustraciones: 
Barra
http://www.domesticorent.com
Fotograma de la película Yellow Submarine
http://www.taringa.net/
Portada del álbum Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band
http://freakbizarrelife.blogspot.com

Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979). Gestor Cultural y Magister en Diplomacia. Fue finalista del Premio Juan Rulfo 2007 de Radio Francia Internacional. Es autor de Círculo vicioso para principiantes (La (h)onda de David, 2005), de la obra teatral La kriptonita del Sinaí y la novela La maniobra de Heimlich (Altazor Editores, 2010). Co-antólogo de las compilaciones de cuento Historias bajo el árbol (Consulado General del Perú, 2008) y Amigas del Yeti (Consulado General del Perú , 2009). Antologado en El futuro no es nuestro (www.piedepagina.com, 2008), Asamblea portátil (Casatomada, 2009), 22 Escarabajos: antología hispánica del cuento Beatle (Páginas de Espuma, 2009), Ecuador de feria (Planeta, 2011), entre otras. En 2011, recibió un reconocimiento a la colaboración cultural binacional por parte del Consulado de Perú en Guayaquil y la Universidad Inca Garcilaso de la Vega. Es miembro fundador del colectivo literario Buseta de papel.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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