Descubrí a Yukio Mishima hace algún tiempo y de una forma que confirmó el viejo pensamiento que tanto me atormenta y me devuelve, a veces, a la existencia: "nada ocurre por casualidad".

ensayo-mishima.jpgNo hace demasiado creía que esa nebulosa apasionante llamada literatura japonesa me invadía en una suerte de retrogénesis. Primero fue Murakami, de Banana Yoshimoto sólo había escuchado hablar. Después Kenzaburo Oe y el genial Yasunari Kawabata. Luego viajé todavía más atrás, haciendo un tremendo salto cuántico, hasta las esporádicas lecturas del Genji Monogatari. Fue entonces cuando una chica, fanática de los grandes nipones, me dijo que alguien, a su vez, le había dicho de un escritor japonés que se había suicidado años atrás de una forma inusual para el mundo y quizá heroica para los hijos del sol naciente. Olvidé los delirios de mi amiga.

Poco tiempo después paseando en una tienda de discos, no dude en la adquisición de Kronos Quartet performs Philip Glass. Al Kronos le empecé a seguir la pista desde la banda sonora de Requiem for a dream de Aronofsky y a Philip Glass desde que me enamoré de la música minimalista. Ese buen disco contiene la suite Mishima en la que pronto se centró mi predilección. Supe que la suite pertenecía a un filme sobre el cual no me molesté en indagar.

Fue en la sección de música y cine de la librería Gandhi de Miguel Ángel de Quevedo donde ocurrió el hecho que sería el segundo eslabón de la cadena. Me detuve, casi sin querer, en un anaquel donde estaba la película Mishima: una vida en cuatro capítulos. La edición era de la Cineteca Nacional; en la portada se indicaba que la música, efectivamente, había sido compuesta por Philip Glass, pero también que los productores ejecutivos fueron los hollywoodenses George Lucas y Francis Ford Coppola ¿qué llevo a míster Star Wars y míster Godfather a producir algo en lengua japonesa hacia 1985? Mi curiosidad era extrema.

La película me pareció lenta, pero también brillante. En el instante final, el actor Ken Ogata, en el papel de Mishima, se quita la vida mediante el suicidio ritual japonés.

¿Quién no quisiera volverse leyenda? La pregunta se dirige a todos aquellos que intentan la locura del arte. El dinero no es el único motor del aspirante a la grandeza, lo es quizá la vanidad e incluso la fama. Tal vez el artista nunca supera el desdichado temor a la muerte, quizá entonces busca revertir sus efectos mediante la gloria de su nombre. A algunos les alcanzan la vida y las ganas para moldear un personaje más o menos desquiciado que pasa a las filas de la historia como un absoluto excéntrico. Poquísimos son capaces de alcanzar el misterioso rango de leyenda; la mayoría de las veces lo consiguen involuntariamente.

Yukio Mishima (1925-1970) encarnó su leyenda hasta las últimas consecuencias.

Un escritor apasionante, en una época extraña y sospechosa de todo lo proveniente del Japón, que poco tardó en generar un morbo cubierto de misterio que llamó a muchos a tratar de juntar las breves piezas que componían el rompecabezas de su existencia (entre ellos la también legendaria Marguerite Yourcenar con el brillante ensayo Mishima o la visión del vacío).

Sea biografía, estudio o película, atestiguamos puntos coincidentes por doquier. Vemos Mishima: una vida en cuatro capítulos o leemos la prosa de Yourcenar y nos damos cuenta de que estamos pisando el mismo terreno, una historia repetida que varía tan sólo en los matices que cada intérprete ofrece.

Yukio Mishima tiene la tendencia a volverse un culto en aquellos que, sin mucho afán, nos atrevemos a tomar una de sus obras. Mishima es sinónimo de una tremenda experiencia que nos atrapa sin permitirnos un respiro y es así porque encontró las extrañas maneras de permanecer en la memoria.

En las entrañas del universo del arte, antes de ser leyenda es necesario ser genio y quizá antes de ser genio sea indispensable sucumbir ante las redes de una neurosis temprana. La presencia de una abuela enferma y perteneciente a la vieja aristocracia nipona, marcó la niñez del entonces Kimitake Hiraoka. Comienza la preparación de la bomba que en el futuro se llamaría Yukio Mishima.

El desprecio por las clases bajas, una empedernida vanidad y la timidez que roza lo anormal son ingredientes que Mishima debe a la anciana, que no viviría lo suficiente para atormentarlo, pero sí para aturdirlo. Yukio Mishima habita en una esfera cristalina, construida por la vieja, quien le impide jugar con otros niños o realizar actividades que pongan en riesgo su fragilidad. Todo esto alteraría la concepción mundana del escritor. Alcanza la idea máxima de los escritores grandes y francos: la realidad no le place, su alteración es una necesidad.

La Escuela de los Pares, donde pasa el resto de su niñez y su primera juventud, le marca también en un sentido negativo. Un lugar rígido, compuesto de aristocráticos y crueles infantes con quien Mishima no puede identificarse. Es aquí donde adopta el famoso nom de plume. Al parecer, escribe poesía bajo pseudónimo por recomendación y para evitar ser el blanco de las deleznables burlas de los otros, los que tienen, a diferencia suya, la estampa del mortal.

Mishima sabe que será escritor, no hay duda; el reto es para él uno muy diverso al simple sueño: la leyenda.

ensayo-mishima2.jpg El joven Mishima no puede escapar al mayor de los demonios que lo acechan: la contradicción. El muchacho anhela servir al Emperador, es época de la Segunda Guerra Mundial, pero ante los médicos de las oficinas de reclutamiento miente sobre una tuberculosis incipiente o inexistente. Quizá el ideal imperial se desvanece ante los primeros cimientos de un ideal más importante y fascinante: el de sí mismo.

Se interesa por la literatura, el cine y el teatro. Encontramos un Mishima excitado por la composición de obras teatrales de raigambre kabuki, incluso por la idea de convertirse él mismo en actor. Compone algunas piezas, incluyendo Madame de Sade, y da así los primeros compases que devendrán en un Mishima genio y la carrera meteórica a la grandeza literaria.

Confesiones de una máscara, novela ciertamente autobiográfica, la escribe a los veintitrés años. A partir de este punto empieza a lucir algo similar a la consagración precoz. Libro que publica Mishima, libro que se transforma en éxito rotundo ―con la excepción de La casa de Kyoko siguiendo la explicación de Yourcenar1 .

La escritura es una constante en un Mishima que construye sus mundos siempre en su despacho y siempre a la media noche. Es la etapa previa a El mar de la fertilidad. Yukio Mishima nos concede El color prohibido, El marino que perdió la gracia del mar, La Perla y otros cuentos y esa oda a la destrucción de la belleza que es El pabellón de oro, donde Mishima explora los avatares de una estética contraria a todo estereotipo posible, se trata de un himno a la monstruosidad. Y todo esto coincide con un Mishima que, supuestamente, frecuenta los bares gay de Tokio, aunque su orientación sexual continúa siendo objeto de debates, un misterio más de los que se suman a la complejidad que le envuelve.

Mishima está decidido, en esa tardía juventud, a cultivar la máxima obra de arte: su cuerpo. Al igual que la creación de una novela, para Mishima el cuerpo debe procurarse a conciencia. Su determinación es total, su vanidad no conoce límites; vemos un Mishima en artísticas fotografías mostrando ese nuevo monumento que ha fabricado teniéndose a sí mismo como único y absoluto destinatario. Mishima con el torso desnudo, Mishima despojado totalmente de las ropas y sujetando sus rodillas, Mishima en paños menores y en medio de la nieve que cubre el jardín de su lujosa casa, Mishima sujetando con firmeza la katana cómo símbolo máximo del samurái, Mishima apresado a un árbol y atravesado por las flechas simulando a San Sebastián. Para el titán literario, poder capturar instantes a través de una cámara lo extasía y eterniza. Decide dejar de ser un mero escritor porque el oficio se limita a crear y a situarlo en la cómoda posición del espectador, Mishima necesita ser el protagonista de su propia historia para acceder a la leyenda que paulatinamente se gesta.

Yukio Mishima ama, en son de adoración, a Yukio Mishima. Se transforma entonces en el personaje de un relato que cuenta él mismo. Incursiona como actor en algunas películas, aparece en portadas de revistas de fisicoculturismo y su insaciable ser comienza a maquinar las formas necesarias para acceder al firmamento de lo infinito.

ensayo-mishima_san_sebastian.jpgLa última década de su vida coincide con los años sesenta. Si la muerte era un tema fundamental en su escritura, en esta época lo obsesiona hasta el grado de la fantasía fúnebre. Y aquí es importante destacar, desde luego, que para la cultura japonesa, la muerte no viene acompañada siempre del temor y que el suicidio no es mal visto en el sentido moral2 . La quimera de Mishima tiene fundamentos fantásticos y místicos, el autor cree gozoso en la reencarnación y lo plasmará sobretodo en los cuatro libros que componen El mar de la fertilidad.

Este momento es cumbre en las decisiones futuras de Mishima. Escribe sin demasiada prisa esa tetralogía que haría juego con sus deseos de prevalecer.En Nieve de primavera, el primer libro de la gran obra, hace su aparición Honda al lado de su amigo Kiyoaki, que morirá a los veinte años y quien será el sujeto predilecto de la tetralogía por las sospechas de Honda sobre su reencarnación, primero en Isao y después en la princesa tailandesa. Seguiría Caballos desbocados, el segundo libro, que alcanza a recubrirse de un cierto halo profético. Después El templo del alba y finalmente La corrupción de un ángel. De este último, Mishima envió el manuscrito final a su editor el mismo día en que realizó el plan que tendría como broche de oro su muerte, el 25 de noviembre de 1970.

Pero la apasionada escritura se mezcla con otros factores fundamentales. Mishima hace del bushido la doctrina que regiría su vida3. Ello le lleva a la adoración desmedida de la figura imperial, lo que se traducirá pronto en un nacionalismo recalcitrante que tendrá como consecuencia la creación de la Sociedad del Escudo. La contradicción vuelve a su vida: Mishima idolatra al Emperador, pero también le recrimina haber renunciado a su rango de divinidad como imposición de las potencias aliadas que ganaron la Gran Guerra.

La Sociedad del Escudo, el grupo paramilitar formado por Mishima con autorización del ejército y ante la debilidad del mismo, será testigo del final de su fundador. Al igual que el grupo de seguidores de Isao en Caballos desbocados, y antes de ellos La liga del viento divino en la narración inserta en modalidad de caja china dentro de la misma novela, la Sociedad del Escudo busca reivindicar la dignidad del Emperador que ha sido arrebatada por el Zaibatsu4. En Mishima no hay lugar para los símbolos, la metáfora es inexistente, la Sociedad del Escudo entrena en los complejos del Ministerio de Defensa, se adiestran en tácticas de guerra y en el arte del kendo, el bushido es inculcado por el líder. ¿Pero cuál es el plan del hombre de letras? No es partidario de una gran revolución, ni siquiera se interesa demasiado por la política, el plan del escritor no es otro que su propia muerte. Mishima planea todo con años de anticipación. El final del hombre y el inicio de la leyenda están próximos.

ensayo-mishima4.jpg En 1968 la vanidad de Mishima sufre un tremendo revés: el anhelado Nobel de Literatura es entregado a su anciano maestro, Yasunari Kawabata. Si esta situación reafirmó su fatal decisión o no, aparece como otro de los grandes misterios en la vida de Mishima. El único hecho duro es que faltan dos años para el final.

Es invitado a una conferencia con los estudiantes de la Universidad de Tokio, que están empapados por la ola de demandas de transformación social en el mundo. Mishima no sale bien librado, la fractura con la juventud opera cuando saca a relucir su incondicional amor por el Emperador. 1968 es también el año de la conformación formal de la Sociedad del Escudo.

A la vanidad y la muerte, Mishima suma una nueva obsesión: la acción. El desafiante japonés, al que le ha sido negada la gloria occidental del Nobel, adopta la faceta del intelectual en el sentido más estricto posible. Mishima sabe ahora que las palabras no bastan, que es necesario el paso a la acción como hiciera Isao en Caballos desbocados.

Recuerda Mishima sus años teatrales y su vena de actor, que palpita, le dice que es tiempo, justo un instante antes de que caiga el telón, de regalar al mundo una genial revelación.

Se cita con un importante general en el Ministerio de Defensa, viste sus galas más deslumbrantes, aborda un auto nuevo con cuatro de sus pupilos de la Sociedad del Escudo y emprende el viaje sin retorno. El momento cumbre que definirá la leyenda o el olvido.

Acto terrorista, manifestación política, el capricho de un loco o la génesis de la inmortalidad, calificaciones diversas para el momento crítico y cumbre de un escritor consagrado a una edad envidiada, cuarenta y cinco años. El plan es sencillo, con un pretexto cualquiera, Mishima hará entrar pacíficamente a los discípulos del Escudo con él. La cita con el mando militar tiene la encubierta finalidad de mostrarle al hombre una katana antigua y bellísima. El general es atado y amordazado, unos cuantos subalternos tratan de liberarlo, pero son heridos por la Sociedad del Escudo. El hombre luce quizá pálido, la demanda es una sola: permitirle a Mishima dar un discurso ante la guarnición esa mañana del 25 de noviembre.

La tropa se reúne malhumorada, también los periodistas que ha citado Mishima sin explicaciones, el escritor sale a la terraza y una vez más se vuelven a escuchar palabras como Emperador, divinidad, lealtad, honor, dignidad, rechazo, modernización, progreso e intereses occidentales. Es abucheado. Una última foto, para aquel fanático de capturar instantes, lo muestra con uniforme completo y el hachimaki en la frente, la expresión desesperada e impotente por no poder hablar que es ahogada en un grito sempiterno.

ensayo-mishima3.jpg Mishima regresa a la oficina del general, el momento soñado y fantaseado por años. Se descubre el vientre e informa a Morita, su más allegado discípulo de la Sociedad del Escudo, que es tiempo. La muerte, no obstante los sueños, no resulta tan poética como había imaginado. El ritual del seppuku, para ser completo, requiere un padrino o asistente quien termina con el sufrimiento de aquel que se ha abierto las entrañas, gracias a un corte perfecto de la katana que decapita al suicida. Morita no lo consigue, después de tres terribles intentos en la nuca de Mishima, éste sigue con vida, con un dolor impensable que quizá no había calculado. Furu Koga, otro de los pupilos involucrados, le arrebata la espada a Morita y termina de un golpe con la vida de Mishima. Un Morita nervioso se ve imposibilitado para realizar él mismo el seppuku y Furu Koga procede, como indica el ritual en esos casos, a la decapitación directa que vuelve a conseguir de un golpe. Los tres sobrevivientes liberan al general y se entregan, las leyendas siempre precisan de narradores.

Yukio Mishima quiso vivir en carne propia sus grandes ficciones. El extravagante suicidio era tal vez pensado como la obra maestra. Pero Mishima es mucho más que la representación del paso de la palabra al acto, Mishima es más, también, que la vanidad y el amor propio que superaba al amor supuesto por el Emperador. Yukio Mishima es la prosa desligada de cualquier atadura mundana e institucional en un país que los antiguos europeos creían el fin del mundo. Ese hombre, inmortalizado en oraciones poéticas delirantes y fotografías perfectas, nos mostró los pasos de la ciencia de la inmortalidad, las reglas para construir una leyenda a pesar de morir en el intento.


1Marguerite Yourcenar, en el citado trabajo Mishima o la visión del vacío, afirma que La casa de Kyoko fue una experiencia dolorosa para el escritor japonés toda vez que le tenía un especial afecto a esa obra, misma que no ha sido traducida a ninguna lengua europea.
 
2Sobre este aspecto es interesante leer el artículo publicado en la revista Letras Libres de mayo de 2011. Se trata de unas notas de Yukio Mishima sobre el Popol Vuh. El escritor refiere su viaje por la Península de Yucatán, donde tuvo oportunidad de visitar Chichén Itzá y Uxmal, para comparar después con la lectura de una traducción al japonés del Popol Vuh. Mishima estaba interesado en el estudio de la civilización maya. En el mencionado artículo Mishima compara la cultura japonesa con la mexicana, pero su mayor interés radica en el tratamiento indígena de la muerte y la resurrección.

3El bushido, entendido como el camino del guerrero, es el antiguo código ético bajo el cual vivían los samuráis. El bushido resalta valores como el honor y la lealtad. La desobediencia o la violación del código llevaban a la pérdida del honor, misma que sólo podía ser recuperada a través del seppuku, el suicidio ritual.
 
4El Zaibatsu era, en el Japón de la época, el grupo de empresarios y gobernantes que pugnaban por la modernización y la occidentalización de la sociedad japonesa. En Caballos desbocados los atentados planeados y tendientes a regresar la dignidad al Emperador están centrados en el asesinato de los miembros del Zaibatsu.

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Ilustraciones:

Fotografía Yukio Mishima
http://keikai.blogspot.com/2005/11/yukio-mishima.html

Fotografía de joven Mishima
http://www.orgalink.net/photos?o=32&page=8

Fotografía de Mishima caracterizado como San Sebastián, tomada por Tamatsu Yatò
http://ungeniodelmonton.blogspot.com/2010_04_01_archive.html

Fotografía de Mishima blandiendo su espada tradicional
http://jpnnet.info/?p=2525

Mishima el último día de su vida
http://www.estudiodehitler.com/2009_05_01_archive.html

José Miguel Arroyo (Ciudad de México, 1982). Escritor, abogado internacionalista y estudiante de Letras Hispánicas en la UNAM. En 2004 su cuento “La casa de la ciega” fue publicado en la colección El arte de litigar.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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