Una madre o una suegra nunca han tenido que leer Otelo, de William Shakespeare, para saber que el hombre de novio es uno y de esposo es otro. Incluso antes de inclinarse por juzgar a ese maligno motor que es Yago, muy posiblemente haría menos la intervención del antagonista con la frase: “así son todos”.

Lo cierto es que, incluso entre el público más docto al que Shakespeare pueda aspirar hoy día, Otelo, con todo y lo de héroe trágico, no nos termina de conmover; hay algo turbio en el moro de Venecia que, por muy víctima que sea, nos deja pensando en que tal vez era cuestión de tiempo para que diera al traste con su matrimonio. ¿Será que, en el fondo, creemos lo que nos dicen las más experimentadas: que todos los hombres son iguales y que de novios son unos y de esposos otros?

desdemonas-amor-cortes01.jpgLa verdad es que la relación de pareja cambia de un tiempo a otro y, en una etapa los amantes son de una forma que “desaparece” en el siguiente nivel. Las explicaciones psicológicas y fisiológicas son bien conocidas y documentadas pero lo cierto es que no deja de sorprendernos cómo nuestros príncipes comienzan a croar, aun cuando vivimos esperando que pase. Y, por supuesto, estas “metamorfosis” no son exclusivas de un género; los esposos de todas las épocas deben haberse llevado un fiasco similar en cuanto, después de un tiempo, sus hermosas Ledas, en lugar de cisnes, se convirtieron en urracas de mal agüero.

Mi hipótesis: las explicaciones psicológicas satisfacen a los psicólogos; las fisiológicas a los químicos, biólogos, psiquiatras, etcétera. Pero las explicaciones “culturales” sobre los enamoramientos (junto con otros temas que las artes liberales abordan ampliamente pero se difunden a cuentagotas), siguen sin dar alivio a los corazones decepcionados.


Comienza el juego: el coqueteo y su sustrato medieval


La Baja Edad Media dio a luz un concepto polémico en Occidente; lo llamamos, desde 1883, amor cortés o cortesano, debido al apoyo que recibió en las cortes medievales. La polémica suele dirigirse hacia el aspecto sexual del mismo, así como a la autosuficiencia de los individuos, puesto que es entendido como un amor entre personas humanas, contrario al amor a Dios, por lo que colisionó con las aspiraciones de la Iglesia; esta suficiencia es visible en la transición que experimenta el cantar de gesta, de la nula participación de la mujer en poemas épicos medievales anteriores al siglo XI, a un texto como El cantar de los nibelungos, donde Kriemhild juega un papel más importante que el de Siegfried.

No obstante,  hay un aspecto que suele mencionarse accesoriamente, pero que se siguió arrastrando hasta nuestros días: el concepto de cortesía. Irving Singer define la cortesía como “la adquisición de esos gestos amables y equilibrados que le permiten a los seres humanos penetrar en el santuario de un ser separado sin irrumpir en él como lo hace la autoafirmación material” (Singer: 1999: 45). En las múltiples versiones del amor cortesano existe, como rasgo común, un uso privilegiado de los gestos corteses que acompañaron la labor del cortejo y que devinieron en el coqueteo, al grado de convertirse en una suerte de deporte practicado por las cortes medievales. Y es que las palabras amables, los cumplidos, etcétera, arrebatan sonrisas hasta a la más fría y poco afectiva.

Ahora bien, si nos ponemos freudianos, el coqueteo, como derivado de la cortesía, tendría una función de “proponer” sin “invadir” ni “ofender”. Cuando Freud habla del chiste, le atribuye un ahorro de inhibición; advierte la existencia de chistes  que se ponen al servicio de una intención y los clasifica según su tendencia o su inocencia. Una de sus divisiones es la del chiste obsceno, encargado de presentar un deseo libidinoso encubierto (Freud: 1937: 1162-64) y, en ocasiones, admirable, pues toda muestra de humor implica, en mayor o menor medida, el ingenio.

desdemonas-othelo.jpgSerá por esto que los versos del albañil nos irritan tanto; más que ingenio, fórmulas elaboradas como el “mamacita”, y de allí hasta los dichos más inapropiados para estas páginas (seguro hay damas leyendo esto), muestran una conducta aprendida a lo Pávlov, sin mencionar que, desprovistos de cortesía, su valor invasivo es impresionante y su intención mezcla lo libidinal con lo hostil, pues expresan una visión de mundo denigrante: la mujer sólo sirve para eso.

Pues bien, regresando a la idea principal, como actividad deportiva, la cultura occidental ha puesto reglas al juego del coqueteo, cuya intención no es otra más que ganar la partida (guiño incluido). Los resultados, muy a pesar de los alegatos de las chicas, son responsabilidad de los jugadores.


The power of love: las contribuciones del romanticismo al ideario del amor

Pero el invento medieval no se quedó estancado; como la industria armamentista, pulió sus técnicas y desarrolló nuevos mecanismos. Para el siglo XIX, el romanticismo había nutrido de armamento a los malvados don Juanes barrocos. De El burlador de Sevilla a Don Juan Tenorio, el trecho no sólo es mucho, sino también mágico: el amor romántico, como apunta Irving Singer, “idealizó a hombres y mujeres que estaban lejos de la perfección antes del amor” (Singer: 2006: 30). Así, Dostoievski idealiza a las prostitutas, Víctor Hugo hace de un ser contrahecho el único capaz de amar y el haragán de Werther impuso una moda en su tiempo.

Estos personajes imperfectos alcanzaban un valor comparable a la perfección a través del acto del amor mágico; pero no sólo el amor poseía, en la mente del romántico, el atributo de la magia, sino que también implicaba cierto heroísmo; un autosacrificio en busca de los altos ideales; de esta forma, el amor es un acto de heroísmo y un valor por el cual sacrificarse. Los seres heroicos eran, por ello, objetos del amor. Por el contrario, en el amor cortesano, la figura amada era, por sí misma, perfecta aun antes de la experiencia del amor, por lo que era usual que el amante hiciera actos heroicos, para ser merecedor de la atención del objeto de su amor.

desdemonas-shakespeare.jpgSorprendentemente, dos siglos antes de que el romanticismo estableciera que el heroísmo engendra la perfección en la persona amada y no al revés, Shakespeare desarrolló una técnica de ligue letal por eficiente (no sólo entre el público femenino, sino que también una larga fila de caballeros, más errantes que nobles, han caído en ella); Otelo cuenta a Desdémona sus peripecias y desdichas: “a menudo le robé incluso lágrimas cuando relataba algún desgraciado incidente que en mi juventud había sufrido” (Shakespeare: 2001:65). Coqueta, la hija de Bravancio aconseja al moro que, de tener ella un pretendiente, “sólo debía enseñarle cómo contar mi historia y que con eso la conquistaría” (Shakespeare: 2001: 65).

El hombre de rudos modales, el bravo Otelo, como personaje romántico, se vuelve caballero cortés gracias al poder del amor y esa magia que transforma criminales en santos pasa a ser parte del arsenal retórico del coqueteo. Y así, el amor romántico institucionalizó la redención de personajes condenados en otra época como los herejes Don Juan y Fausto. Pero lo malo con la historia de las ideas es que caigan al servicio de la “retórica mala”, aquella que sirve para recubrir de estética un discurso que persigue fines no tan estéticos.


¿Soy Desdémona?

Las relaciones de pareja son complejas y suelen adoptar múltiples formas a medida que se van desarrollando; reminiscencias de los primeros días de noviazgo apasionado y trémulo ocurren con frecuencia en una pareja que ya lleva años de un matrimonio estable y, conforme el juego del coqueteo va rindiendo frutos, la cortesía cede su lugar a la costumbre. Sin embargo, de que los hay, los hay, y, en el camino nebuloso y empedrado del amor, las Desdémonas y los Desdémonos somos susceptibles a querer ser la salvación de héroes románticos y, en pos de la magia del amor, queremos salvar a los promiscuos que sólo quieren diversión, a los alcohólicos que no han dado el primer paso hacia AA, a los neuróticos que hacen una tragedia de la convivencia con sus padres, a los inseguros de su aspecto o de su potencial que sólo quieren autoafirmarse a merced de los demás o a los egoístas necesitados de atención (obvio que el artículo “los” de cada uno de estos ejemplos implica una población de género mixto; el “las y los” lo dejaré como vicio del sexenio pasado).

desdemonas_melodiko.jpgEsto no quiere decir que aquí se proponga una cruzada contra el coqueteo o que, por otro lado, se pretenda creer que el amor no implica una idealización o un otorgar valores, muchas veces subjetivos; aun más, no se pretende en estas líneas convencer al lector de que no se debe perdonar los defectos de la persona amada y que, a la primera señal de imperfección, deban dejar a sus parejas. En absoluto, sin ese conferir valor del que hablamos, indispensable para la aparición del amor sexual entre las personas, las relaciones de pareja serían apenas una suerte de intercambio “comercial”. No obstante, lo que se espera sacar de esta lectura es una especie de precaución: en el intercambio del coqueteo se vale todo; así que, cada vez que sus buenas mercedes participen en dicho juego, hay que disfrutarlo, pero sin descuidar la posibilidad de convertirse en los nuevos Desdémonos.


Bibliografía:

Freud, Sigmund, “El chiste y su relación con lo inconsciente” en Obras completas I, Biblioteca Nueva, Madrid, 1937.

Martín Casamitjana, Rosa María, El humor en la poesía española de vanguardia, Gredos, Madrid, 1996.

Shakespeare, William, La tragedia de Otelo, el moro de Venecia, UNAM, México, 2001.

Singer, Irving, La naturaleza del amor: cortesano y romántico, Siglo XXI, México, 1999.

Singer, Irving, La naturaleza del amor: el mundo moderno, Siglo XXI, México, 2006.


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Cassandra Commons (Cuernavaca, Morelos, 1991). Estudia Letras Hispánicas en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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