Una pregunta extremadamente interesante se les plantea a Umberto Eco y a Jean-Claude Carrière en la obra Nadie acabará con los libros, trabajo que incluye sendos diálogos sobre el pasado, presente y futuro de la publicación impresa: ¿Habrá existido alguna obra maestra desconocida para la humanidad por culpa de los caprichos de algún editor? Para no ahondar en reproducciones innecesarias, e invitar a la placentera lectura de ese volumen, diré solamente que ambos autores coinciden en que seguramente así es. Existe entonces una alta probabilidad de que jamás leeremos libros extraordinarios, sensación similar a la escena de la quema de una enorme cantidad de manuscritos antiguos a manos de los cristianos de Alejandría en Ágora de Alejandro Amenábar.

Pero existe otro fenómeno semejante: autores y obras geniales que caen en el olvido por razones casi inexplicables. A la pregunta ¿para qué sirve la literatura?, habrá ciertamente alguno que responda que meramente para entretener y estará equivocado, porque, por romántica que sea la idea, existen libros que si bien no pueden cambiar el rumbo del mundo sí pueden transformar la percepción de la realidad de individuos que intenten hacer de éste un lugar mejor.

richard-yates-revolutionary-road.jpgEn una de las tantas entrevistas que se le hicieron a Mario Vargas Llosa cuando obtuvo el Nobel en 2010, recuerdo haberle escuchado decir que hubo libros que le cambiaron la vida y que su intención era precisamente ésa: escribir libros que por lo menos a un ser humano le alteraran la conciencia. Así, podría darse el caso de que por la indolencia o pasividad de otros no lleguemos a conocer grandes trabajos que hagan su parte en definirnos como pasajeros de la tierra. En el caso sometido al erudito debate entre Eco y Carrière la cuestión es un misterio del que nadie tendría que preocuparse porque nada es posible hacer al respecto. El segundo caso, por el contrario, es una afrenta deleznable que invita a los defensores de la causa a dejar a un lado la indiferencia, crear una campaña, pelear desde la trinchera y conseguir una revolución para resucitar a esos escritores con sus libros inmortales: ésa fue por mucho tiempo la situación del escritor estadounidense Richard Yates (1926-1992).

Yates no cuenta en su biografía con las tinieblas de Poe, la enigmática figura de Whitman, las aventuras viriles de Hemingway, la extravagante presencia de Fitzgerald, el alcoholismo determinante de O'Neill, la veneración repentina de Faulkner o los caricaturescos excesos de Capote. Se trata de un hombre de la calle, un hombre común que creció en un hogar disfuncional, asistió a una escuela sin rimbombancia; como muchos, fue a la Segunda Guerra Mundial, volvió para trabajar en el campo del periodismo donde comenzó a escribir algunos relatos, publicó algunos trabajos, enseñó escritura creativa en varias universidades de Estados Unidos y murió de enfisema pulmonar. El cigarrillo es un accesorio que prácticamente viene con el paquete de convertirse en literato. Quizá la gran curiosidad de su vida fue haber realizado la misteriosa labor de escritor fantasma (lo que se sigue nombrando en estos lares con la políticamente incorrecta construcción castellana "negro de la literatura") en algunos discursos para Bobby Kennedy cuando su hermano John fue presidente y él procurador del país del norte, conjugando la cursilería de esa "nobleza americana" como se le conoció a la poderosa, afamada y trágica familia de políticos.

Esa circunstancia de "normalidad" puede ser el as bajo la manga en la narrativa de Richard Yates. Se trata de un retratista de la vida americana en el suburbio, un hiperrealista que escapó de las garras de la modernidad y la escritura barroca que roza con lo experimental. Yates es un escritor honesto en el más absoluto y positivo sentido del término. Escribe de una manera pura y desligándose de demostraciones acrobáticas en el manejo de la lengua inglesa. Como un fotógrafo, Yates capta perfectamente los ideales del American Dream y del periodo denominado Age of Anxiety, así como los estragos que en la realidad gestó el capitalismo extremo y su hijo predilecto, el consumismo. En el arte estadounidense del siglo XX posiblemente Richard Yates sea a la literatura lo que Edward Hopper a la pintura.

richard-yates_eleven-kinds-of-loneliness.jpgSalvo por una breve incursión en el guionismo (la adaptación de la obra de William Styron, Lie down in darkness), Yates produjo novelas y cuentos. Eleven Kinds of Loneliness, A Special Providence y The Easter Parade son algunos de los nombres de sus obras que cuentan con traducción al español. No obstante, su novela más célebre es Revolutionary Road (o Vía Revolucionaria en la precisa y literal traducción de Alfaguara que, sin embargo, en una estantería podría confundir al lector con la idea de un trabajo sobre marxismo). Revolutionary Road, publicada en 1961, fue finalista en el National Book Award de 1962 y constituye el ejemplo más claro de las características narrativas de Yates. En un excelente ensayo del año 1999,* Stewart O'Nan se pregunta por qué una obra maestra como Revolutionary Road pudo caer en el olvido después de la muerte del escritor en 1992. Agrega que los libros de Yates fueron ignorados en vida del autor (su mayor número de ventas fue de 12,000 ejemplares) y olvidados por completo después de su fallecimiento. A ello responde O'Nan con el argumento de que la literatura de Yates pudo haber sido considerada por los editores como demasiado simple y lo suficientemente agónica como para no adecuarse a la actual cultura estadounidense en donde reina la idea de un "sentirse bien". En el mismo trabajo O'Nan confiaba, en ese ahora lejano 1999, en que la literatura de Yates no pasaría demasiado tiempo en ese limbo, al igual que ocurrió con Fitzgerald y Faulkner, y que algo reviviría la atención sobre el autor de mediados del siglo XX. Para O'Nan ese "algo" es siempre un misterio y en nuestros días parece que ese "algo" fue la genial adaptación de Revolutionary Road al cine que hizo el talentoso Sam Mendes en 2008 y cuyo mayor atractivo fue la reunión de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, maduros y consagrados actores que no se veían haciendo pareja en pantalla desde la taquillera Titanic. Los medios son irrelevantes cuando se trata de un fin como revitalizar la obra de Richard Yates, al igual que esa prosa simple, eficaz y penetrante logra la transmisión de un mensaje relacionado con la trascendencia y su lucha contra una existencia absurda.

¿Qué es Revolutionary Road? Un manifiesto particular que se transfigura en idea universal, una trama simple, algo escandalosa para la época y la confusa doble moral de una sociedad puritana, una historia que contada por un autor de segunda liga quedaría en el olvido con mera posibilidad de volverse nota al pie de una historia de la literatura estadounidense, pero que relatada por una pluma sobria y magistral como la de Yates se convierte en un monumento a la sociedad moderna y a la desolación. Revolutionary Road es la historia de un matrimonio formado por Frank y April Wheeler, que no rebasan la treintena y tienen dos hijos en una casa de un bello y naciente suburbio. La imagen por excelencia de la vida americana, situada en 1955. Frank tiene un trabajo al que describe como "el más aburrido del mundo" en una compañía de máquinas electrónicas, April cuida de los chicos y procura la amistad con la señora Givings, la mujer que les vendió la casa en Vía Revolucionaria, y los Campbell, una pareja de la misma edad de los Wheeler. Frank es un tipo inteligente, una suerte de intelectual sin rumbo y April es una mujer bella e inmersa en un aburrimiento absoluto. Narrada en tres partes, Revolutionary Road da el famoso giro cuando April revive los viejos sueños de vivir en Europa a partir de la concepción de un plan: ella trabajará como secretaria en alguna de las oficinas que el gobierno de Estados Unidos tiene en París como parte de la política de reconstrucción del Plan Marshall y ese tiempo podrá emplearlo Frank para "encontrarse a sí mismo". De una relación conflictiva y tormentosa todo transita, gracias a la gran idea, hacia un renacimiento del enamoramiento primerizo. Los Wheeler han anunciado con pompa el plan que al resto de los personajes les parece "inmaduro", aunque desde luego lo comentan sólo a sus espaldas. A todos salvo a John Givings, el hijo genio y loco de la señora Givings que vive en un asilo y que es llevado los domingos a casa de los Wheeler. El tercer e inesperado embarazo de April frustra los planes y todo vuelve a la convivencia insana y desesperada, April se siente morir y Frank en realidad se siente aliviado porque existe una oferta tentadora de su compañía donde sus méritos serán tomados en cuenta y tendrá un mayor beneficio económico. La infidelidad se presenta en ambos, Frank con una chica de la oficina llamada Maureen y April con el mismísimo Shep Campbell. La recriminación de un John Givings potencia el clímax cuando, poco antes de la visita dominical, April le confiesa a Frank que no lo quiere. John cuestiona los motivos de su decisión y les hace ver la mediocridad de sus vidas cuando comprende que Frank es el promotor del cambio de planes. Más tarde los Wheeler tienen una pelea en la que la violencia es inexistente y el dolor de la indiferencia insoportable. Al final April se provoca un aborto valiéndose de una jeringa de goma (situación límite del escándalo pilgrim) y muere pocas horas después. Pero Yates, que no intenta nunca ser un Shakespeare, no termina allí el relato, sino que fabrica una especie de epílogo en donde no existe aprendizaje, reflexión o cambios trascendentales de la vida: todo sigue el curso lógico de lo que implicaría una tragedia así, porque los personajes de Yates son reales, humanos que hablan y viven sin artificios.

richard-yates_richard-yates.jpgHasta aquí la sinopsis de Revolutionary Road; habrá quien se lamente por haberme atrevido a contar el desenlace. Dos argumentos de defensa: no es esto una reseña y no se pierde la virtud de Revolutionary Road por hacer una relación estilo resumen escolar. La genial novela de Yates tiene mucho más fondo de lo que su argumento "convencional" deja percibir a simple vista. Revolutionary Road tiene que ver con las secuelas sociales de aquellos hombres que volvieron de la guerra y de las dudas existenciales que se plantean en sus satíricas cotidianidades. Frank es un chico listo, alguien que nació para cosas grandes en opinión de aquellos que le conocieron en su mocedad, ¿pero existe talento en Frank Wheeler o sólo la meditación espontánea de alguien que no puede descubrirse porque no hay nada que descubrir? Esa búsqueda de sí mismo es una demanda de April, quien representa el sentir generalizado de la mujer estadounidense de los años cincuenta: se sabe incapaz de sobresalir en una sociedad ridículamente machista (como podría verse por ejemplo en la serie televisiva actual Mad Men), se resigna con pasión a ser la mujer de un gran artista o pensador, circunstancia que ella tampoco puede ver con claridad. De allí la imposición a Frank de dejar su vida carente de sentido en pos de un sueño nebuloso (curiosamente la pésima traducción de la versión cinematográfica es Sólo un sueño). Y en medio del caos emerge el personaje de John Givings que representa la lucha entre lo trascendente y lo socialmente correcto, la genialidad de lo anómalo y el decadente establishment, lisa y llanamente lo extraordinario versus lo ordinario. No es accidental que Yates haya concebido a John Givings como un demente. Y en el fondo, un escenario compuesto por la envidia disimulada de los Campbell, la insoportable figura de la señora Givings, la institucionalidad de Jack Ordway, hombre mayor y amigo de Frank en la compañía, o incluso el lastre de la vida personificado por los hijos de los Wheeler.

April Wheeler es la figura central, la mujer que traslada sus sueños de fuga en la persona de un Frank que día con día va asumiendo su rol como ciudadano americano modelo y que se siente complacido por ello porque sabe que una situación así complacería a su padre, quien trabajó durante años en la misma compañía. Yates parece mostrar con antelación la respuesta que en el aborto encontrarán las mujeres que buscan la igualdad a toda costa.

Frank Wheeler es un personaje que se resiste inconscientemente a seguir viviendo como el muchacho sabiondo en pos del hombre responsable. Al principio aparenta ser un pensador, pero conforme avanza la trama Yates nos permite observar que más que un intelectual es un hombre racional que ha sido ya devorado por su tiempo y circunstancia. Es reflexivo como queriendo encontrar la madurez que de alguna manera sabe que le corresponde, mientras que April es una mujer de acción, visceral y melancólica.

Las escenas de infidelidad simbolizan la ambivalencia de los personajes: Frank visita a una Maureen que le prepara la cena en su departamento, creando el ambiente absoluto de la "casa chica", el hombre promedio que busca respuestas fuera del hogar propio. April en cambio compele a Shep Campbell a la fotografía más típica del amor adolescente cuando tienen sexo en la parte trasera del auto de Shep en un estacionamiento. La actitud sobria contra la actitud de efervescente potencia.

La escena última donde conviven Frank y April es un guiño enviado por Yates al lector: después de la noche de la gran pelea, se sientan a desayunar a la mesa e intercambian palabras dulces, expresiones de una deontología social que a primera vista parecería una pincelada de más pero que simboliza la felicidad perdida sin caer nunca en el humor negro.

Este breve recorrido por Revolutionary Road es una muestra pertinaz de lo que puede esperarse cuando se toma la decisión de adentrarse en el mundo de Richard Yates.

richard-yates_richard-yatesviejo.jpgLa literatura, el arte en general, casi siempre y cuando vale la pena implica un acto de rebelión. Kerouac, Burroughs y Ginsberg reaccionaron con toda su furia y locura contra los postulados de un sistema y en una época posible. Richard Yates hizo lo mismo valiéndose de un disfraz sutil e imperceptible. Pocas obras como Revolutionary Road son capaces de trasmitir un mensaje poderoso y carente de símbolos. Se trata de un atajo a la postmodernidad a través de un existencialismo alejado del absurdo y la sátira de un Sartre o un Camus.

La prosa de Yates combina la fluidez del bestseller, el mérito de aquellos autores llamados "de culto", el arte excelso en su estado más franco y una profunda conciencia filosófica de su tiempo. La virtud, rara, de Richard Yates es ser quizá el autor más legible de su generación al tiempo que es capaz de crear esos significados que a veces nos son tan necesarios.

Será cierto entonces que existen grandes obras que nunca conoceremos y que otras, también enormes, pasan al cajón de los olvidos llevándose los nombres de los titanes que las componen. Afortunadamente éste ya no es el caso de Richard Yates.

Stewart O'Nan podrá dormir tranquilo en estos tiempos en que se ha reivindicado la obra de Yates. Su obra debe ser de interés no sólo para el público anglosajón, pues sus ideas se aplican a todos los hombres partiendo audazmente de la particularidad. Una auténtica obra universal.

Un escritor que influyó a plumas tan importantes como la de Vonnegut y Carver ahora puede ser conocido por todos los hispanohablantes gracias a ese nuevo boom del que goza su obra y del que lamentablemente nunca sabrá ya el hombre que intentó la escritura por la más revolucionaria de las vías: la brutal y cruda claridad.


* El ensayo es "The Lost World of Richard Yates. How the great writer of the Age of Anxiety disappeared from print". Publicado en la revista Boston Review en 1999. Puede consultarse en la siguiente dirección http://bostonreview.net/BR24.5/onan.html

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José Miguel Arroyo (Ciudad de México, 1982). Escritor, abogado y estudiante de la carrera de Letras Hispánicas en la UNAM. En el año 2004 su cuento titulado "La casa de la ciega" fue publicado en la antología El arte de litigar.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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