I
Hablando de quiromantes;
mi madre fue la reina.
Tomó la mano de su primogénito
y las teas verdes de sus ojos
encendieron las líneas en mi palma diestra.
Un soplar de mares encrespados, hijo. Todo, mi niño, quebrado. Olas enturbiando el paisaje, indomables caballos de agua despedazando la tranquilidad. Aunque te apersones, la negrura es, auténtica es, completamente tuya. Eres un huracán sin quererlo, pequeño.
Sus palabras fueron opacadas por el viento que sugirió mi nombre al anunciar la lluvia.
Aquel lienzo donde alguien escribió el destino
parecía insoportable.
Ella usó el cuchillo para cambiar el futuro:
era una diosa encauzando las líneas corazón y vida,
hizo un sol al dislocar estas curvas amargas,
con furia hundió el acero abriendo surcos,
cincelaba la traquilidad.
Hablando de quiromantes;
mi madre fue la reina.
II
Es cierto,
tengo un mechón de pelo blanco por mamá;
la piel oscura, causa del hombre.
Soy hijo de una casualidad hermanada con el desamparo.
Busco a mis iguales:
desvalidos, rotos desde antes de ser lo que serán, amafiados, dolientes.
Pero algo me salva de la edad incambiable de la pobreza.
Estas manos subirán al cielo
porque conozco los errores del tío, del primo
del padre, del abuelo
y todos concluyen diciendo que me llene de letras.
Hablaré por todos,
desde la eternidad de nuestra hambruna, sílabas de lumbre
de un tiempo en este tiempo. Romper el círculo de la pesadilla,
en eso consiste la necesidad. Soy el sueño de una palabra: cambiar.
Es cierto.
III
¿Qué sangra?
Mi mundo atolondrado por el dinero,
la pierna del anciano que pide limosna.
No. ¿Qué sangra?
Si bajo la armadura de un fantasma nada es corpóreo.
Ofrezco respuestas:
cavernas donde los nuevos atesoran besos ardientes/ mi sexo/ la amistad entre los viejos amigos/ la mujer que me desviste con la mirada/ este dragón que resbala por mi hombro sin tus labios/ mi cuerpo temblando en las bancas de los parques/ tú/ la vida.
Sólo díganme,
¿quién asesina mi historia?
IV
La busqué en esta ciudad
primero los hospitales
luego plazas y burdeles
en tanto mamá pintaba el cuarto con jadeos
y sus mejillas con el sudor del casero divorciado
pero nadie la vio
ni siquiera por la cicatriz en su rostro
la estatura de mi hermana se congela en la foto
en mi angustia silenciada
en la apacible realidad de los carteles
V
¡Somellier!
—¿Prefiere cerveza blanca u oscura?
—¡No importa! Sólo es para olvidarla.
VI
Un hombre se confiesa preguntando:
¿cómo hablar del camino sin metáforas?
El cliente abordo desconoce la respuesta
y el conductor piensa en tomar un atajo
porque en la vida el amor es un accidente
de ahí que insista con sus dudas:
¿quién empolla la tristeza en el asiento?
El hombre sonríe
Cuando la tarde se agrieta en el parabrisas
el chofer se flagela con otra incógnita:
¿quién tuviera el tanque lleno para huir del hambre?
Y escucha en la curva los intentos poéticos de su espalda.
VII
Entre las sábanas
el tiempo es lánguido, acuoso
a pesar de las consignas del reloj empujando el día.
Autos, voces de televisor.
Sonoridad doméstica/ miedo.
Girarse: regresar al mismo punto
ojos abiertos/ latidos/ recuerdos.
El trabajo es la respuesta;
olvidar, mi oficio.
VIII
Así que bebiendo cuento tu historia
bajo el destello de estas luces fluorescentes
porque tu espíritu son las burbujas en el vaso
que deja el jugo al agitar el vodka.
Pareces otra mujer cuando te sorbo
y sabes que la vida es eso que sucede entre los tragos;
te diré que mi boca los topa de frente.
Te vas al fondo
hasta volverte un río por donde navega mi nombre
sin mí a flote.
IX
La hija del tendero no juega con muñecas
teje chambritas para el árbol que temblará en invierno.
Extiende su voz de pasto húmedo por donde se colocan las mariposas,
flores que vuelan.
No juega con muñecas;
su hijo la va comiendo por dentro.
Mi vecina morirá cuando nazca el silencio.
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