El arenoso viento de marzo corría desbocado por las calles angostas del llano.

—Por allá anda un chucho con rabia.

Los niños oyeron el chisme como una orden. Abrieron sus puertas y caminaron con alegría, como si fueran a la posada de navidad, cuando en el patio de la iglesia se monta la kermés, el juego de canicas y las tazas locas.

Los más grandes ayudaron a los niños más pequeños a ponerse los zapatos y los halaron del brazo para que sus pasos cortos se emparejaran con los suyos.

Las mamás los veían salir con indiferencia y volvían a atrancar sus puertas. Sacudían sus manteles y cortinas. Una de ellas vio a su hijo, que había estado en cama por la fiebre, apagar la televisión, pararse con trabajo y salir de su casa dando pasos cargados de energía.

“Es que hay un chucho con rabia allá arriba. Después de la loma”, le dijo a su madre. Colocó sobre la mesa los frijoles que tenían que escoger.

Incluso algunas niñas desertaron de la cocina, donde era la hora de espulgar el frijol. Abrazaron a sus hermanitos de pecho y los llevaron consigo, caminaban con prisa, ajustando sus zapatos a las grietas del camino.


A mediodía, entre la bruma del aire revuelto irrumpieron las figuras pequeñas de los niños más jóvenes y las esqueléticas formas de los que comenzaban a crecer. Todos eran una espesa caravana. Juntos subieron la colina. Se detuvieron de pronto. Ninguno dio un paso más, desde ahí podían ver al animal:

Corría bufando, como si lo atacaran con cuento-la-rabia2.jpgviolencia seres sólo perceptibles por sus ojos dilatados. Ladraba hacia ninguna parte. Una espuma blanca y efervescente le brotaba de la boca.

Los perros no infectados aullaban alborotados desde los techos de sus casas o escondidos entre las matas.

La criatura bramó. Rascó el piso, desesperada, hasta sentir la tierra helada oculta debajo de la arena. Resopló.

Un niño pequeño tomó del descampado una roca puntillosa. La reconoció entre sus dedos.

Arrojó la primera piedra.

Chocó con fuerza contra el lomo del animal. De inmediato, los demás niños atacaron. El animal se retorció. La criatura era un nudo de ira. Por un segundo chilló como un cachorro. Pero ningún golpe pareció mermar su enojo. Una maldad antigua colapsaba sus entrañas, apretujadas dentro de su cuerpo como un conjuro.

El perro había sido de don Albino Magdaleno. Aunque el perro no tenía nombre, era bien sabido por todos que pertenecía a esa familia. Muchos habían visto al chucho recostado a los pies de don Albino, moviendo la cola cuando él tomaba café. Don Albino remojaba, entonces, una pieza de pan y se la daba en la trompa.

Alguien sospechó que tenía rabia desde la semana anterior, cuando lloviznó a la hora de calor y el perro aulló dolorosamente debajo de las gotas finas, como si fueran una lluvia de brasas. Después, se le vio ladrando contra un muro.

El perro estaba perdido y lo sustituyó la rabia.

La criatura retrocedió, pero la retaguardia lo apedreó con insistencia.

El animal sintió miedo. Apenas hacía una semana que había estado posado sobre los pies de don Albino. Lo atrajo el olor a café. Se recostó junto a su silla. Él lo llamó con un chasquido y le dejó caer un trozo de pan. Le acarició el dorso. Sintió su pelo doblarse bajo su palma. Lo observó. Se vio a sí mismo reflejado en la canica de sus ojos oscuros. 

cuento-la-rabia3.jpgAhora sentía una pasión interna desbocada y febril. Intentó embestir a uno de los niños más grandes, pero era demasiado tarde, la turba había crecido. No había más niños en sus casas, ni en el parque ni en el río, todos lo rodeaban.

Los niños más pequeños corrían por todas partes para llevar nuevas municiones a sus hermanos o primos mayores. Ellos escogían una piedra propia y la arrojaban como si desearan reventarlo. Las miradas de todos eran una concentrada píldora de rencor.

Sentían la sangre recorrer su cuerpo con detalle, como si nunca hubieran estado tan vivos como en ese momento: tomaban entre sus manos una roca rasposa y la arrojaban al animal con el frenesí de una tribu.

Toc. Sonó la primera piedra que le dio en la cabeza, como cuando se da un hachazo a un coco.

El perro se tambaleó sobre sus cuatro patas y cayó sobre un costado bufando. Una línea cristalina de baba escurrió de su hocico y mojó la tierra. Pronto, lo rodearon gruesas manchas de sangre.

Le hubiera gustado oír el tamboreo de los pies de don Albino sobre la duela del corredor, mientras esperaba que sirvieran su taza de café. Lo llamaba. Remojaba una pieza de pan. Lo dejaba comérselo todo. Él lamía del piso las migajas.

Partes de su piel se desgajaron de su cuerpo y cayeron al piso como el cuero cabelludo de un sioux vencido. Su piel abierta brillaba como la cáscara de una fruta desmembrada contra el suelo.

Los niños cercaron al animal. Tomaron más rocas y siguieron aporreando la masa de carne y vísceras que yacía sobre el descampado. La criatura, aún viva, observó al cielo con los ojos desorbitados. Su mirada era un dolor vivo.

Un gemido, como el de un cachorro, se desprendió de su cara desfigurada.

cuento-la-rabia1.jpgLos niños se sacudieron las manos en los pantalones. Poco a poco regresaron a sus casas. Algunos caminaron rumbo al río para nadar. Otros estaban agotados y caminaban cabizbajos. Los demás todavía estaban enérgicos y pateaban botes. Las niñas andaban por la calle dando pequeños brincos y riéndose con timidez. Cantaban las canciones que les enseñaban en la escuela, mientras entraban a los corrales de sus casas espantando a las gallinas.


El polvo se asentó sobre los muebles conforme la tarde invadía el llano.

Los niños bebían café dentro de casa con la tele encendida.

La lluvia cayó entonces. Gruesa y bulliciosa. Escurría sobre las tejas y escarbaba la tierra, creando ríos revueltos de lodo, que se retorcían como culebras, engullendo las calles. 

Una corriente arrolló los despojos del animal apedreado en la llanura. Lo que quedaba de sus vísceras se fue desprendiendo de la tierra como cerro que se desmorona.

No restaba nada. La rabia se había ido a otra parte.

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Ilustración:
Rough Old Building, Rough Landscape
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Pomegranate 3
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Apocalypse thunder
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Claudia Morales (Cintalapa de Figueroa, Chiapas, 1988). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM y la maestría en Antropología Social en el CIESAS. Ha publicado el libro de cuentos Primera respuesta de los corintios (SEP, Chiapas, 2011).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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