Yo era un proyecto de la naturaleza, un proyecto
                                                                                                                      hacia lo desconocido, quizá hacia lo nuevo, quizá
                                                                                                                      hacia la nada; y mi misión, mi única misión, era
                                                                                                                      dejar realizarse este proyecto que brotaba de las
                                                                                                                      profundidades, sentir en mí su voluntad e
                                                                                                                      identificarme con él por completo.
                                                                                                                                                                                    Hesse

 


La época de lluvia está por terminar. Emocionado por el paisaje húmedo que se extiende ante su vista un amigo afirma que le gustaría ser poeta para poder expresarlo, compartir con los hombres algo de aquella belleza que presencia; ante su mirada miles de partículas refractan la luz del atardecer produciendo un esplendor sin nombre. Le respondo que si verdaderamente fuera poeta sólo podría contemplar la lluvia bajo el presentimiento de una profunda emoción. Intento ahora explicarme por qué el poeta debe callar ante la belleza del mundo.

ensayo1-poesiaynihilismo-soto.jpg No creo en ninguna divinidad, me parece absurdo darle un nombre a mi fe en los tiempos que corren; sin embargo, los antiguos dejaron indicios de que en aquellos tiempos sus dioses creaban sin poder contener el impulso, el lenguaje surgía de ellos como una pulsión pura e irreprimible, y el universo era la creación manifiesta en la multiplicidad del verbo. Ésa era su condena, pues los dioses jamás podrían expresarse sin producir un efecto en el mundo, su lengua sería una fuerza desatada sin contención, estaría liberada en ellos, y su propia e imposible voluntad los arrastraría irremisiblemente. Ser un dios equivaldría entonces a encontrarse atrapado en la rueda de los fenómenos que uno mismo ha originado, y la pulsión del todo surgiría como una fuerza perpetuándose en sí, la carrera delirante de las bestias que se desbocan en el caos del mundo.

Algunos consideran que Prometeo hurtó a los dioses un maravilloso don para la humanidad, y conciben al poeta como un intérprete situado entre dos mundos, quien cual recibe en su interior mensajes misteriosos e imposibles que es incapaz de transmitir claramente. Ambos mitos se encuentran intrínsecamente unidos pero he aquí que los signos están invertidos, y son los dioses quienes despojan a los hombres bajo promesas insignificantes, hasta encadenar a la montaña a sus enviados y someterlos a terribles sufrimientos, y el poeta ya no es el intérprete y transmisor de sus palabras, sino el creador de su silencio. Así pues, no es el ser humano quien cae, sino el dios que en su caída arrastra al hombre y lo tortura, bajo el deseo imposible de que alguien lo detenga. Siguiendo esta idea podemos intuir que quizá los dioses hayan concebido al hombre para que la misma creación cese, para que un individuo sea capaz simplemente de sentir ese mundo sin manifestarse sustancialmente en él. Los dioses serían una pulsión que sólo podría descansar en el silencio del ser humano, pues sus sueños y sus historias sin creación material serían como un bálsamo o un delta en el eterno fluir del todo.

Por este motivo mi intuición se revela contra todo mutismo, ya que el simple silencio no posee mérito alguno, sino sólo por aquellas cosas que encubre; bajo estas circunstancias la mejor cualidad de la fantasía y la imaginación cuando se manifiestan en el lenguaje consiste en no generar lo que nombran; por tanto, me refiero a otra clase de silencio, a aquel que subyace detrás de cada historia, de cada narración, como un bosque misterioso que da un telón de fondo al universo de lo humano, las señales de algo que ha dejado de existir y nos habla desde el misterio. Éste, me parece, es el principio virtual de toda poiesis, de cualquier narración creativa; el que provee de dimensión a nuestras palabras. Por tanto, lo que expresa el poeta debe ser inédito, él no habla de la belleza natural que se presenta ante sus ojos, sino de aquello que subyace detrás de ella, y que se revela en los signos espectrales sobre los que se sostiene la realidad del paisaje. Todo ser humano tiene derecho a apreciar por sí mismo esta íntima consternación, y aunque nadie pueda obligarnos a sentir en forma alguna, el poeta puede ayudar a depurar nuestra sensibilidad, a pulirla como a una piedra preciosa cuando nos indica un camino que sin él probablemente nos habría pasado desapercibido.

En este mundo sin dioses observo por todas partes al ser arrastrado por el terrible caos de los fenómenos, en el ruido eterno de las formas y los sucesos; y encuentro al silencio como el bien más anhelado entre la maldición del lenguaje. Mi incredulidad se parece a observar en el lodo las inmensas huellas de una máquina, los rastros del ruido que perduran; ¿cómo habré de confesar mi filiación al nihilismo si todo en este mundo me ratifica el origen de los seres y los fenómenos que reclaman su existencia?

No creo en los dioses, y sin embargo a cada instante siento cómo se confirma lo divino en mi cuerpo; si existe algo divino habré de encontrarlo en mis sensaciones y en mis sentimientos, en aquellos límites de mi sensibilidad que me llaman a una visión más amplia. Éste es también el misterio del sexo, por el cual establecemos contacto con el mundo: tocar a otro ser humano significa buscar en nosotros y fuera de nosotros, despertar algo en otro ser y que éste revele algo en nuestro contacto…, algo que, oculto como una estatua entre la arena, espera a ser despertado, algo de lo que un mundo distinto deberá surgir, y que sólo se presiente en la piel tensa, torneada por el sol. El mundo comienza y termina en un cuerpo, en él hallamos la frontera sensible de nuestro deambular por la vida. Así se abre nuestro ser al mundo y se reencuentra con la naturaleza.

ensayo2-poesiaynihilismo-soto.jpgCuánta arrogancia demuestra el hombre al creer que sus creaciones no son producto de la naturaleza, sino manifestaciones exclusivas del género humano o, en última instancia, de su genio y talento individuales; y sin embargo, ningún arte puede ser sólo la copia de un paisaje, su esencia se revela contra toda reproducción mecánica, pues desea superar a su objeto o mostrar algo a través de él.  A su vez la esencia del hombre se extiende más allá de la continuidad genética del animal o de la planta, y aunque el fluir continuo de la evolución determine sus límites y sus cualidades, no restringe su voluntad ni su fantasía. Toda creación humana, por más alejada que parezca, tiene en la naturaleza su origen y su sentido último; ésta es una afirmación que probablemente escandalice al hombre moderno (tan seguro de sí y de su técnica), pero lo cierto es que en cada uno de sus actos reafirma la simple verdad de que el límite de la naturaleza es la voluntad humana, pues a veces la voluntad humana es también el deseo y la manifestación de la propia naturaleza. La convicción del verdadero artista es que ha sido concebido por la naturaleza con un fin, para ejercer un dominio que a ella le está vedado.

Sin embargo, la naturaleza es sólo el centro restringido de la vida tal como la conocemos; más allá se extienden las gigantescas masas de la materia… imagino a esas vastas formas que llamamos planetas, soles y constelaciones flotando en el vacío como los titanes de la mitología griega; seres antiguos, prosaicos y limitados, pero cuya intuición los impulsa a seguir lenta e inexorablemente hacia un fin. Pienso en esas enormes masas flotando en el vacío ciegas e inertes, ¿cómo es posible que aquellos monstruos silenciosos e insensibles, encadenados a sus propias limitaciones, hayan creado luz, vida y conciencia? Quizá porque buscaban algo, algo como la fuerza originaria que los creó, y en esa búsqueda tantean en el vacío (aunque quizá éste no sea el verbo adecuado, pues carecen de manos, ojos o sentido alguno), y dentro de sí mismos encuentran vida, y por infinitos y prolongados experimentos han descubierto la conciencia en esa vida; pues si la materia nos creó fue porque en su interior ya poseía esa facultad, y de alguna forma aspira a lograr algo a partir de la vida, y en la vida a través de la conciencia. Yo creo que el universo está buscando su punto de origen, el destello divino que lo creó, y en esa búsqueda nos ha hecho surgir de la oscuridad, somos como puentes tendidos en las tinieblas, nuestra evolución se asemeja a un trazo luminoso sobre el vacío infinito; y puesto que la vida misma es una pulsión hacia adelante, el universo ha estado ensayándonos en ella por un tiempo inimaginable, somos el discurrir de la materia en que cesa la pulsión del cosmos, que la proyecta y le da sentido.

Todas estas revelaciones quizá habrían de indicarme el camino de unión entre el nihilismo y la poesía, pero no de aquel nihilismo vacío e irreflexivo tan común en esta época, ni de la mística equívoca y degradada de ciertos poetas que afirman creer sin saber en qué, y repiten como colegiales insensibles unos versos de Hölderlin o Novalis. El verdadero poeta nihilista debe subvertir los hechos y llevarlos al extremo: si la poesía aún es un centro místico habremos de permitir que el nihilismo penetre en su interior, que se sienta seguro profanando el altar; y entonces lo apresaremos cerrando las oscuras puertas del misterio, demostrando así que las verdades del templo son verdades cósmicas, que van más allá del recinto sagrado, del rito, e incluso más allá de la materia y de la vida. Entonces el verdadero culto se liberará en el mundo y un nuevo nihilismo será revelado ante nosotros.

Por eso creo que el verdadero nihilista no sería ajeno a la religión, en cambio buscaría una manera más libre de expresarla; el nihilismo representa en el fondo la forma más inédita y pura con que podemos confesar nuestra fe, una fe desprovista de todo ídolo y de todo dios, una fe limpia y exultante; implica extremar el vacío hasta que de su interior surja algo; Igne Natura Renovarum Integra:* tras esta sencilla verdad los seres se presentan como los más resplandecientes rastros en el abismo, el profundo resplandor de los objetos y del mundo que se encuentra suspendido en el vacío, la nada que en sí misma se manifiesta bajo todas las formas. Pienso que la religión es poesía en aquellos sitios en los cuales se ha liberado del culto y se expresa libremente sobre nosotros, por eso debe ser tanto más sencilla, básica y sin adornos. ¿No sucede acaso que la imaginación y la fantasía humana surgen plenamente más allá de los límites de lo sagrado, que el nihilismo los libera de sus antiguas relaciones para vincularlos a algo más abstracto y profundo? El nihilismo poético es creación pura, la cual irónicamente cobra la forma de una revelación sacramental: el nihilismo debe revelar nuestra existencia en el mundo como algo misterioso y excepcional.

Sólo así se nos ha concedido vivir más plenamente en el silencio de los dioses, liberados de las cadenas con que nos arrastraban al abismo; su sacrificio es nuestra posibilidad de sentir por nosotros mismos, de intuir plenamente el orden del mundo. Así confieso ante mi amigo las razones de que sea incapaz de expresar la belleza del ocaso tras la lluvia, pues yo escribo desde la liberación de mi silencio.



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* INRI Jesus Nazarenus Rex Iudaeorum. Toda la naturaleza se renueva por el fuego.



Adrián Soto (Ciudad de México, 1979). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado la biografía Quetzalcóatl, la efigie de luz (EMU, 2007) y el prólogo al ensayo La Cristiandad o Europa de Novalis (UNAM, 2009); además de ensayos, poemas y traducciones en las revistas, gacetas y suplementos literarios: Hotel, Aeda Lamm, Aion, Cuadrivio, Literalgia, Río Arriba, Quehacer editorial, así como en el Periódico de Poesía de la UNAM.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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