Atildados, suaves, los pasos de Julio resuenan en la atmósfera estrecha del callejón. Rebotan en las paredes escarapeladas, se elevan hacia los techos en los terceros niveles, más allá, hacia un cielo profundo y negro tachonado de luces plateadas. El bulto envuelto en papel de periódico se oprime contra su vientre debajo de la sudadera, indispensable a pesar del calor. Los miembros fláccidos, débiles, no saben ahora de prisas. Los dueños de la casa viajaron a Tampico al velorio de la abuela, y el trabajo estuvo decididamente fácil: ni un sólo percance, ni una sola alma despierta a esa hora. Para esa eficacia rompieron la lámpara de la esquina una noche antes, la única por ese rumbo del panteón que funcionaba. Ahora la oscuridad se levanta allá, tras él, apenas herida por la escueta claridad de las estrellas. Allá quedaron “El Silvio”, “El Pantera y López. Ese López, castroso, terco como una mula, pidiéndome que lo acompañara, que nada más unas cuantas y nos vamos… Y él que no, que estaba muy cansado. Ha estado un poco raro últimamente López, escribiendo mensajes en el celular a mitad de la labor.Y luego ese brillo en los ojos cada vez que me mira, el tono socarrón en la voz hasta para decirme algo sin importancia. Qué se traerá entre manos López. Como no se le ocurra venir hasta mi casa a sonsacarme por las caguamas.

Atraviesa el callejón un coche rojo, a la carrera, y deja el ronquido de su motor vibrando en el ambiente reducido. Después el runruneo se transforma en una especie de llanto: la lucha de dos gatos en celo. El incidente basta para sacudir sus nervios y ponerle alerta. Enseguida vuelve el rostro y distingue una silueta humana, alargada como una sombra, en la otra punta del callejón. Tiene algo del andar de López, pero es demasiado alto para ser él. Aunque bien podría ser él mismo que viene a seguir pinchando con su propuesta de las caguamas. López es incapaz de entender mi agotamiento, todo porque vive únicamente del negocio. Ahora es para que yo estuviera descansando…

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El trabajo de vigilante lo dobla, le vacía los ojos y le entumece las piernas. No entiende cómo el otro López, el hermano mayor de éste, a veces hasta se ofrece a doblar turno. Aquel López, tranquilo y siempre camarada. No como éste, el menor, terco, exigente y medio mamila. Más trabajador el otro López, hasta parece querer retirarse: su habilidad ha faltado en las últimas tres operaciones. O quizá también, como yo mismo, anda molido por ese pinche trabajo, pero lo sabe disimular tan bien como un verdadero hombre.

La calle se prolonga como un vagón inmenso. Por un momento se ha olvidado del sujeto que viene tras él. La proximidad le ha conferido más altura. Ahora luce más oscuro, incluso mucho más delgado. Ya no se parece tanto a López… Pero de cualquier forma será conveniente apresurarse, si no quiere alegar un buen rato por una tontería en caso de que fuera él. Será mejor darme prisa, llegar a casa, meterme a la regadera y acostarme a un lado de Irene; hacerle el amor a Irene que últimamente se ha vuelto huidiza en las noches y rezongona con el dinero. Sí, mejor apurarme…

Porque de pronto la silueta parece haberse alargado desproporcionadamente y sus pasos han comenzado a retumbar como baquetazos. La acústica del callejón debe influir no poco. Esa estrechez restirada quizá debe afilar las ondas hacia él. Las estrellas tendrán que ver no menos con la monstruosa estatura actual del sujeto, pero también la contigüidad. Sí, tendré que apurarme, aún más… Aunque de repente escuche sus pasos presurosos, exactamente alternados con los otros, sin atreverse a volver. Quién sabe si no sea López. O sí sea… y sólo quiera embriagarlo para arrebatarle su parte y blandir después la hipótesis falsa de que él mismo la extravió.

Un erizamiento en la piel de expectación exaltada, mezclado con un deseo furioso de poseer a Irene, le espolea con un brío casi sobrenatural: Esos pasos a tan poquita distancia, Irene y sus nalgas soberbias... Esos taconazos casi espectrales, la turgencia espigada de los senos de Irene. Los pasos inmediatos, ahora ya sincronizados con los de Julio, despuntan con un estruendo mayor. Lo tengo en los talones. Si no volteo y veo quién es me dará un infarto.

A metros de su puerta su propio nombre es una gota fría de lluvia que le resbala por la espalda. ¡Es López!..., la voz atiplada de López, diciendo “vente, nomás unas dos”. Y él “no, López, en serio, ya te dije que estoy muy cansado”. Y López “cómo eres, hombre, yo te acompaño de regreso. ¡Vamos!” Y Julio nota ese resol, ese “vamos”, ese reverbero en los ojos que ya le conoce a López. Una malevolencia velada, una insinuación, acaso un abismo ya descubierto a la vuelta de la esquina. López le sujeta de un brazo con la fuerza de una llave de lucha. Con un aspaviento Julio se libera. Le dice “López, en serio, no quiero tomar”, como asfixiándose un poco. Y López “¿te vas a poner así?”, asiéndole nuevamente de un brazo, la presión aumentada. La palpitación de su voz linda más con el miedo que con la insolencia. Su rostro es de una palidez lunar, pese a la ausencia del astro. Ahora le ha puesto de cara al panteón y lo empuja. Julio dice “cuál es pues tu problema, López”, ya molesto. “Mejor llevémonos bien”, responde éste, despacio, una nota amenazante. Julio libera su brazo con un nuevo aspaviento y camina otra vez de vuelta a casa. Entonces el acero es como un dardo caliente chapoteando en un líquido frío. Advierte Julio apenas la paradoja cuando otra fisura, apretada como una vagina adolescente, oprime aquel miembro metálico en la carne de su espalda.

Cae, irremediablemente. Oscuramente Julio se desploma. La noche es un enigma, una burla espantosa como una boca abierta mostrando su dentadura podrida. Siempre supo de López que era capaz de esto, y aún más, pero no del otro. Del otro —del hermano mayor— no lo pensaba. No lo piensa aún cuando ve una silueta de hombre surgir de su puerta, distante y silenciosa como una exhalación, y echarse a andar con ese ritmo pesado y bizarro de los López, del hermano mayor de López. Tan miserable, tan ojete… tan maldito… tan…
 
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Ilustraciones:
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delcaldo www.sxc.hu


Moisés García Hernández (Centla, Tabasco, 1989). Estudia Filosofía en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. En 2011, obtuvo una mención honorífica en la categoría de cuento en el concurso de Punto de partida. Ha publicado en las revistas Salvo el Crepúsculo, Letra Franca, Prisma Volante Ficticia, entre otras. 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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