cuento-dayan1.jpgTodos los días Carmen y yo vendíamos tacos en la avenida, a cuadra y media de nuestra casa. Nos ayudaba Israel, un vecino de nueve años. Se la vivía con nosotros aunque no se le pagara. Si vendíamos bien le regalábamos unos tacos, nada más. Era travieso pero noble. Nos quería mucho y nos agradaba tenerlo ahí. Nos distraía. Le dábamos clases de inglés y le explicábamos algunas cosas de la vida. Muchos clientes preguntaban si era nuestro hijo. Carmen y yo nunca quisimos tener uno; al conocer a Isra, lo reafirmamos. Creíamos que un hijo acabaría con nuestra libertad.

Un domingo, a las tres de la tarde, iba del puesto a la casa a buscar agua y en la esquina me encontré a un conocido, Vicente. Me pidió que lo acompañara a la lavandería. Le dije que llevaba prisa. Me rogó y fui con él. Como era de esperarse estaba cerrada. Compró una caguama.

—Déjame ver si no se le ofrece algo a Carmen.

Al llegar le dije que tomaría una caguama con Vicente.

 —Pásala bien, ¿hace cuánto que no socializas? Yo me quedo leyendo.

Corrí a su casa. Me senté en la mesa.

—Ponle una capita de esto y luego la plastilina. Buenísima —me dijo Vicente.

Bebimos.

—¿Viste las estrellas ayer? Estaban grandes —le dije.

—Ah, pues fíjate, pasó un cometa.

—¿Un cometa?

—Una estrella que iba en friega.

—Creo que son satélites.

—Ándale. Poca madre.

—Uy, Atom. Es de mis favoritas.

—La lira.

—Limpiecita.

Sacó su guitarra.

Se nos acabó la caguama y salimos por otra. A la vuelta me encontré a Isra.

—¿A dónde vas?

—A mi casa por mi robot. 

—¿Cómo está Carmen? ¿No necesita verdura?

Me miró con miedo y negó con la cabeza.

—¿Cómo van las ventas?

—Quince.

—¿Te aprendiste las palabras?

—Sí.

—A ver, ¿sol?

—Sun.

—Bieeen. ¿Tierra?

—Cloud.

—No.

—Sand

—Acuérdate.

Me miraba inquieto. Le dije que al rato lo veía; a Vicente que iría a ver a Carmen mientras compraba la cerveza.

—Mmm —me dijo ella.

—Voy a tomarme otra.

—Yo acá tengo sed, quiero ir al baño.

—Se me olvidó el agua.

—Ya vi. Qué alegre.

—No tanto.

—El Isra anda sacado de onda. Hace rato me dijo: “Se siente todo bien triste sin don Manuel”.

Me reí.

—Vengo en media hora.

—Por lo menos a recoger.

—No tardo —y regresé a casa de Vicente.

La caguama estaba bien fría.

—Ahora sin capita.

Al acabarse la cerveza le entramos al posh.

Subimos a la azotea y me enseñó la conexión que los del auto-lavado le hicieron a su pvc para robarse el agua del tinaco. Según, tenían una deuda de más de setenta mil pesos.

—Habla con el casero y dile, eso sí, de buena manera, que su hermano se está pasando.

—No me conviene ponerme loco, ¿verdad? Pero me da coraje.

—A quién no.

cuento-dayan2.jpg—Voy a ver cuánto me quiere cobrar el otro mes. Siempre pago sesenta.

—Claro. Si llega y te quiere ensartar quinientos pues ya le dices.

—El pedo es que son hermanos.

—Sí, ¿verdad?, se pueden poner de acuerdo.

A eso de las cinco nos despedimos. Caminé al puesto y vi que Carmen platicaba con la mamá de Isra. La saludé y empecé a acomodar. Isra estaba de frente. Me dijo:

—Tiene los ojos rojos.

Me hice tonto moviendo las cosas de un lado al otro hasta que su mamá se fue.

—Vaya —me dijo Carmen—. Pensé que ni siquiera ibas a venir a levantar. Cómo estuvo.

—Agradable.

—Yo me sentí muy sola.

—No lo vuelvo a hacer.

Nos pusimos en marcha. Le pregunté a Isra palabras en inglés y no me contestó una. Iba callado y yo conversador.

Llegando a casa nos dijo adiós. Carmen y yo compramos unas latas y pusimos una mesa debajo del durazno.

—Ya es como nuestro hijo —me dijo.

—Ya lo sé.

—Me da miedo que le pase algo mientras está con nosotros.

—El que machucaron hace una semana.

—Cállate.

—¿Notaste cómo me miraba?

—Se ha de haber asustado porque te vio con Vicente y la caguama.

—Me dijo que tenía los ojos rojos.

Rió.

—Olvídalo.

—Siento culpa.

—Por qué.

—Porque me fui a tomar y te dejé trabajando sola.

—Olvídalo, no eres su papá.

A las diez nos acostamos. No pude sacarme a Isra de la cabeza. Soñé con él, que iba de la mano de Carmen y yo detrás de ellos, como un anciano.

 

San Cristóbal de las Casas, septiembre 2012


Ilustraciones:
Citámbulos  www.citambulos.net/


Dayan Gamboa Flores (Cozumel, 1985). Licenciado en Turismo por la Universidad Metropolitana de San Agustín. En 2007 obtuvo mención honorifica en el concurso Criaturas de la Noche de Saltillo, Coahuila. Ha publicado otros cuentos en la revista Molino de Letras y la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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