Todo crimen, porque señala la fragilidad de la ley,
es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte
solapada, la venganza hipócrita lo son aun más
porque aumentan esta exhibición de la fragilidad legal.
Julia Kristeva

It is unfortunate that our nation is rather too
clannish: If all Somalia are to go to Hell,
tribalism will be their vehicle to reach there.
Mohamed Siad Barre

A Sagal Gabril

 

29 de noviembre de 2000, La Haya. Tribunal Internacional para el enjuiciamiento de Abdi Kadir por crímenes de guerra y otras faltas graves al Derecho Internacional Humanitario cometidos en
la región de Woqooyi Galbeed, al norte de Somalia, durante la guerra civil, a partir de 1991. (Resolución 666.)

Es verdad, los propios beligerantes rara vez captamos las causas y derivaciones sistemáticas de nuestra barbarie, pero esta situación jamás concluirá. Con excepción de la guerra entre Etiopía y Eritrea, en la última década los conflictos en el continente son dentro de los lindes de las propias naciones: guerras civiles, feudos tribales, choques étnicos, confrontaciones religiosas.

Allá, en Somalia, todos deseamos el poder, está en nuestros genes. Cuando fallece un warlord hay muchos hermanos anhelantes por ascender en la línea de mando. El único objetivo es llegar a ser un warlord y así donar o destruir más riqueza que el rival para, al avergonzar a los oponentes, obtener la admiración y culto entre los incondicionales. Se dice que si la ley está en el warlord, el destino de los seguidores no es ni el poder ni el deseo sino la muerte. Mi caso fue diferente…

La cosa empezó así. En la antigüedad se creía en el principio de que el clan es el refugio, el único lugar capaz de garantizar la seguridad cuando el mundo se desmorona, por tanto, un individuo se casaba en el interior de su clan con la intención de fortalecer la identidad del grupo. Después de la prohibición del clanismo durante el gobierno de Siad Barre, me comprometí en matrimonio sin tomar en cuenta las diferencias entre los clanes, ella isaaq y yo samaron, pues entendí que los problemas pasados habían sido superados. Eso creía entonces, hasta que viejas rencillas causaron el éxodo de mi gente. Abandonamos el lugar propio… ¡Fuimos excluidos del espacio!

Se dice que los problemas iniciaron por el control de unos camellos y la posesión de algunas mujeres. En aquella época, los británicos irónicamente pudieron mediar en el conflicto, pero las diferencias de hoy son irreconciliables, la oposición interna se generalizó y la insurgencia basada en la afiliación al clan se desencadenó debido, probablemente, al hecho de que bajo aquel cielo raso de tierra estéril no cabe el mandato de cada uno de los jefes de los clanes.

Abdí es obligado a separarse de mi lado y no entiendo las razones. Se persigue a su clan y se les expulsa de la comunidad. “¡Al estercolero, al estercolero! Allí es donde pertenecen”, mi pueblo aclama. La gente apedrea a los que osan regresar.

En la diáspora, separado a sangre y fuego de mi esposa, de mi casa, de mi historia, fui reclutado por un grupo de shiftas* con la única intención de recuperar nuestras tierras.

Les he de decir una cosa. En el caso de la masacre de los isaaq, no tengo cabida en ello. Yo no estuve en Woqooyi Galbeed, ni ordené nada.  Me enteré del asalto a la población tan pronto regresó el warlord… y de la manera menos esperada. A la base llegaron tres camiones: en una venían los compañeros, quienes celebraban emitiendo disparos al aire con júbilo. En los restantes vehículos aparecía el botín de guerra: mujeres para el solaz y menores que serían entrenados para combatir. El warlord nos convocó y, como es la costumbre, cada uno de los mandos elegía a la mujer con quien celebraría el triunfo. Cuando fue mi turno, apenas inicié una inspección somera y mis ojos acertantes hallaron a Sagal. Disimulando apenas mi asombro, rápido me acerqué a ella, la tomé de la muñeca y la pedí. Mientras la llevaba rumbo a mi habitación, los boinas rojas, escoltas del warlord, pararon nuestra marcha y dijeron que esa presea ya había sido seleccionada por el líder. No volteé a verla mientras se la llevaban pues no tenía caso, ella ya estaba perdida.

Fue durante el asedio cuando la descarga de la agresividad y de la muerte nos alcanzó. Poseídos del infinito mal arrasaron con los campos, las mieses y con nosotros también. ¡Mataron a diez, a cientos, a miles! Había machetes con vida amputando a quien estuviera en su paso. Todo ardía en columnas sombrías y la gente se precipitaba despavorida sin dirección. “Que se oigan los gritos por cada rincón para hacer temblar a la entera nación”, gritaban las hienas.  Incluso las fieras del desierto lloraron.

Entrado el caos de la noche, un calor agobiante me despertó. Remojé mi rostro en el bebedero y repentinamente tocaron a mi puerta, abrí y allí estaba Sagal titiritando. Sentí una sacudida abrasadora y muchas cosas pasaron por mi mente: felicidad, gozo, pero sobre todo mucho miedo. La abracé y lloré con ella. Al paso de los minutos, llegó por fin el desenlace de mi ansiedad. El warlord entró a mi habitación, observó a Sagal con la mirada dilatada por la ingesta de kat y percibió los índices de una orgía imposible. Desenvainó su machete, se aproximó a mí con la lentitud de una hiena segura de su presa, me tomó de los testículos y posó en ellos la fría y filosa hoja metálica. Una vez que estuve indefenso, a merced del warlord, Sagal sacó de entre sus telas una daga y sin titubeos lo apuñaló en varias ocasiones. Seguramente las mismas veces en que el warlord la había hecho suya. Sagal soltó el arma fatídica y como siguiendo una interdicción sacralizante llevó sus manos ensangrentadas a su rostro y se embadurnó por completo. Por un momento quedé impávido, conocía a la muerte de cerca, pero aquello era abyecto. De pronto, los boinas rojas empezaron a forzar la puerta, así que me apresuré a tomar el machete y, con todo el pesar de mi alma, de un solo tajo degollé a Sagal. Ella yacía sobre el suelo entre sus trapos rebosantes de asquerosidad y mientras sus ojos se daban vuelta hasta quedar fijos, se escuchaba el sonido de la sangre que brotaba de su cuerpo.

La sangre dejó de salir de mi cadáver. No respiro más y me quedo hipnotizada. Me mira, lo miro. Se ve tan alterado que hasta se caga… ¡Alguien ha entrado! Dejo de escuchar y súbitamente reina la oscuridad.                                                    

 
A partir de ese momento, todo era para mí. Yo era propietario del sol y la luna, de la tribu y de un miedo inconmensurable. En realidad así fue la verdad; ningún rastro, aparte de pequeñas minucias, no sé cómo decirlo… insignificantes.

 

 


* Históricamente, los shiftas servían de milicia local en las anárquicas regiones montañosas del Cuerno de África. La palabra shifta puede traducirse como bandido o forajido, pero puede incluir a cualquiera que se rebele contra una autoridad o institución considerada ilegítima. J.Abbink. De Brujin y Van Walraven (eds.), Rethinking resistance: revolt and violence in Africa history.

 


Ilustraciones:
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Iván Medina Castro (Ciudad de México, 1974). Es licenciado en Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey y realiza sus estudios de maestría en Negocios Internacionales en Saint Mary’s University of Minnesota, Minneapolis, EUA. Ha publicado Saqueador de Tumbas (Editorial Tinta Nueva, 2008), Espíritus de paz (Ediciones Oblicuas, 2010) y En cualquier lugar fuera de este mundo (Conaculta, 2012).
 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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