El tiempo… como aliado y enemigo lo he visto actuar en repetidas ocasiones… en el atardecer, en el ruido desesperado de las campanas que se agitan en lo alto de la catedral, en la neblina densa y baja de las montañas, en el timbre agudo de un despertador sincronizado con el alba. En este último caso, es el enemigo quien llama, quien me avisa entre sueños que el día comenzará y que, con ello, me convertiré en otro ser.

¿Qué clase de mujer seré? Alguien de más edad, con más secretos que guardar y con tantas ilusiones encerradas dentro de un corazón sin más fuerzas que las de enterrar el pasado bajo el presente en exactamente sesenta minutos. Si analizo el tiempo que me tardaré en adelantar la manecilla del reloj, concluyo que lo haré en un parpadeo, sin más esfuerzo que el de mover la perilla hacia la derecha para matar en fragmentos una larga hora de vida rutinaria que me echo a cuestas.

Sin reflexionar a fondo, pienso en las cosas que pudiera hacer en este tiempo robado; ocuparlo para dormir, para charlar en alguna reunión, para leer, o bien, para meditar en lo que no he hecho al día de hoy. Concluyo que mi tiempo no ha sido bien aprovechado. La duda se forma en mi mente como una nube gris, deforme y espesa: una simple hora de mi vida, ¿en qué la cambiaría?

Faltan apenas escasos minutos para que el sábado se convierta en domingo apresurado. Abrazo el reloj, cierro los ojos y trato de hablar conmigo misma, gritando a la cuenta de tres, qué es lo que más me hubiera gustado hacer en estos treinta y ocho años, a mi parecer bien vividos, y se me ocurre una sola idea…

Me tardo en responder, las palabras no salen con voz, al contrario, se quedan mudas, provocándome una gran ansiedad, una angustia contenida que me inquieta y que a la vez me sorprende. Me pongo de pie con tal impotencia que me dirijo al balcón de mi recámara. Es casi de madrugada y las estrellas se asoman para ayudarme. Las observo y empiezo a contarlas. No me alcanzaría el tiempo para saber cuántas son en total, así que concluyo que el infinito se acerca a la respuesta correcta.

Hablo en voz alta nuevamente y sale de mi boca la palabra infinito. Enumero tantos sueños, muchos de ellos convertidos en infinitas utopías: mundos idealizados y a la vez, alternativos a la realidad que vivo… Si tan sólo uno de mis sueños se hiciera posible en esta hora robada, podría decir que avancé, pero si analizo a conciencia el razonamiento, una vez cumplido el sueño, ese mundo idealizado y sublime pudiera no rebasar mis expectativas y frustrarme ante tal decepción.

Regreso a la mesa donde coloco el reloj–despertador, lo tomo en mis manos y dudo en adelantar el minutero o dejarlo así. Es la hora de decidir por mí misma o bien, si el tiempo lo hará por mí… Respiro hondo, le doy la bienvenida a la madrugada y espero a que mi reloj biológico haga su trabajo: que sea él quien cambie mi horario de verano.


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Ilustraciones:
Old fashioned clock www.sxc.hu 

Lordes Franyuti (Veracruz, Veracruz, 1974). Colabora con el blog Los Elementos del Reino, el periódico El Dictamen y el Semanario Éxodo. Tomó curso de Realismo Mágico en el Tecnológico de Monterrey. Publicó la novela Disfraz de Carnaval en 2011.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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