Blanco Oro Negro
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El origen de la poesía consterna porque hay ciertas inflexiones de la palabra encarnada en verso que, de forma velada, dan cuenta de una iluminación. La figura del poeta ha sido interpretada, por buena parte de los poetas, como la de un médium. Esta relación con la divinidad genera conflicto en Occidente, tan es así que en la República ideal de Platón los poetas debían ser expulsados. Se les acusaba de no crear sus discursos, de ser sólo portavoces de un mensaje divino. Parecía que a causa de la Musa sus versos no eran propios, sino reproducciones. En un mundo de filósofos no era concebible adjudicarse el verbo que tenía que venir de un dios. La tierra era para lo finito, era para los humanos. La poesía por su ambigüedad, que escapaba de la razón, estaba descartada. Aun así nunca ha desaparecido esta expresión, es la mejor contraparte de la racionalidad. En una prosa poética Italo Calvino plantea que lamentablemente el progreso tecnológico y el ansia de la especialización, hijos predilectos de lo racional, han provocado que el hombre pierda su vínculo con el mundo:
El nuevo saber que el género humano va adquiriendo no resarce del saber que se propaga sólo de directa transmisión oral y que una vez perdido no se puede recuperar y retransmitir; ningún libro puede enseñar lo que se aprende en la infancia si se prestan oído y ojo atentos al canto de los pájaros y si hay alguien que puntualmente sepa darles un nombre. Al culto de la precisión nomenclativa y clasificatoria, Palomar había preferido la persecución continua de una precisión insegura en definir lo modulado, lo cambiante, lo compuesto, esto es, lo indefinible.1 Esta voluntad por comunicar lo evanescente es el punto central del poemario Blanco Oro Negro. Eduardo Estala Rojas se pregunta qué es lo que hace de la poesía poesía. Las tres palabras del título son su invocación. Se repiten constantemente, podríamos decir que fungen como la cantilena de su rezo. Al igual que el señor Palomar, desea partir de su individualidad, de su percepción, para elevar su canto: “El Oro es Blanco cuando la palabra despierta/ en las entrañas de mi tierra.”2 Desde esta perspectiva para que surja la palabra literaria, ésta debe desprenderse del contacto del poeta con el mundo. Esto implica que éste se confía a una revelación que debe materializarse en el momento de la escritura: “Orar en Oro Blanco para que la sangre de los siglos active/ el báculo poético y proteja con sus poderes mágicos/ la enseñanza y la historia de nuestros ancestros.”3 Es como si el entorno estuviera poblado de latencias, que sólo con el conjuro indicado pudieran liberar lo esencial, “sin miedo al instante eterno.”4 (25) De hecho, el poeta de Tepoztlán pone como epígrafe inicial la primera parte del soneto XXXIII de Shakespeare, en el que la naturaleza es festejada como contenedora de virtudes. Es la convicción de que una mirada mortal puede traducir en poesía el intersticio divino: Bellos amaneceres yo he admirado Ante esta postura, uno de los cuestionamientos del señor Palomar es necesario: “¿Si los mirlos se hablaran en el silencio?”6 La metáfora de Calvino es precisa: ¿es el poema en sí, el canto, lo que genera este vínculo misterioso?; o por el contrario, ¿es el silencio que nace de su enunciación lo que nos deja escuchar ese eco lejano? Considero que los poemas de Estala se inclinan por la segunda opción. El libro está repleto de símbolos que se entrelazan con las reminiscencias vitales de quien lo escribe: “Iluminan mis versos/ el lago, venados, cuervos, ardillas.”7 El poeta está y, al mismo tiempo, se escinde del texto. La voz que canta es testimonio de un encuentro al que se abandona y sus versos aluden. El lector debe reconstruir el evento que sugiere el poeta. Nos parece casi como un diálogo con ese misterio, que debe acontecer en cada lectura del libro. En la segunda parte del poemario, “La cábala: el mago se funde con el Oro Blanco”, es especialmente claro este tratamiento estilístico. En estos poemas de repente hay apóstrofes, la voz empieza a referirse a un tú: “dialogas con mis venas.”8 Estos versos son punto de fuga, porque el cambio de voz provoca una ambigüedad. Es como si por momentos se filtraran en el discurso los instantes en que le fueron dados sus dones, “reapareces en los sueños”9, “Deleito tu boca/ ahí precisamente estás/ con los brazos cruzados en mi pecho.”10 Este recurso recuerda un poco la experiencia poética de Eugenio Montale, porque en su obra fue constante su referencia a un tú. Un Otro que nunca quiso aclarar quién o qué era. Elemento indescifrable con el que alimentó su poesía: Los críticos repiten,
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1 Italo Calvino, Palomar, Barcelona, Alianza, 1985, p. 31. Rodrigo Jardón Herrera (Ciudad de México, 1988). Egresado de la licenciatura en Letras Modernas Italianas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, con especialidad en Traducción. Fue miembro del comité organizador del IV Coloquio para Estudiantes de Letras Modernas, donde presentó el trabajo: “Giorgio Manganelli y los ilimitados caminos de la locura”. Asimismo participó en la quinta edición de ese coloquio con la ponencia: “Teorema: el luminoso pesimismo. La fragmentación humana dentro del capitalismo, según Pier Paolo Pasolini”. |