Esperando el voto de las fieras
Ahmadou Kourouma
El Aleph, 2002


 

resena_ahmadou.jpg¿Es el arte pura expresión lúdica, gasto improductivo y, como el erotismo, desemboca en pura nada, en destrucción del lenguaje; o por otro lado, está comprometido con una causa política, y por tanto, sus esfuerzos están inclinados a la denuncia social y a la sátira del teatro humano? La primera de estas posturas desemboca en el silencio místico, en la aplicación de una violencia transgresora sobre el lenguaje. La segunda es bufona de su tiempo, conserva una causa moral y social, busca poner en evidencia las contradicciones de la humanidad, la estupidez inherente a los hombres.

Yo, por mi parte no me inclinaba por ninguna de las dos concepciones, aunque creía comprender que ambas tienen sus justificaciones razonables. ¿A quién no le gusta pensar que el artista, en este caso el escritor, puede ser voz de una comunidad de hablantes y erigirse en crítico de aquello que la sociedad no quiere ver? Y en contraste: ¿no es el arte un terreno de la acción humana en que el individuo, ya de por sí sujeto a los controles sociales como el dinero y la administración (Kafka es un campeón en este terreno), puede apostar a echar a volar su imaginación y destruir los límites que la razón le impone a su saber y a su acción? Por cuál decidirse entonces, por el escritor comprometido o por el escritor sin límites.

Quizás si no hubiera leído Esperando el voto de las fieras (En attendant le vote des bêtes sauvages), obra del escritor marfileño Ahmadou Kourouma (1927-2003), publicada en 1998, yo hubiera pensado que esta situación podría mantenerse en perenne disyuntiva. Pero, ¿no es posible ser un místico comprometido? ¿No se puede jugar a ser bufón de decadencias y rapsoda de mitos sublimes? Kourouma se afirma en la cópula subversiva de ambos discursos. En estos tiempos en que se dice que ya todo está dicho: ¿no podemos concebir que se cuente una epopeya y una novela al mismo tiempo, algo radical y brutal y folclórico? Tal vez sí, tal vez. Sólo tenemos que mirar hacia donde no hemos mirado para llevarnos sorpresas redentoras.

Leyendo a Joyce y a Proust, a Pound y a Elliot, a Villaurrutia y a Borges, nunca había volteado a África. Pero en este caso preferí ser como los niños que no pueden estar quietos largo tiempo. Recuerdo que de pequeño mis papás me decían que no cruzara a las colonias vecinas, supuestamente más pobres, mal pavimentadas y sin luz, me decían que jugara sólo en las calles conocidas, que no me fuera lejos, que lejos era peligroso. Y sin embargo uno, chico e inquieto como cualquier niño, terminaba por olvidar tramposamente el interdicto, suponiendo, tal vez (a los niños, quizás sigo siendo igual, les gusta proponer absurdos”), que si lejos era peligroso no podía ser lejos y entonces no podía ser peligroso. Y por eso mis hermanos y yo nos montábamos en nuestras bicis, o en unas prestadas, y con amigos, nos íbamos a explorar el otro lado de la avenida enlodada, levantado el agua de los charcos para ver qué encontrábamos. Una tirada de dados jamás abolirá el azar, dice el poeta.

Así hoy, con la misma curiosidad y aconsejado por ese mismo azar y por una amiga, con quien estoy muy agradecido, me decidí a cruzar el gran charco por el sur, hacia el continente negro, no con bici sino con libro prestado. Me fui de paseo a las páginas de África y su literatura. Gracias a Ahmadou Kourouma, el escritor griot y respondón de su pueblo, poseedor de una voz nueva y antigua a la vez, me di cuenta de que no hay peores hombres que los que no saben sino mirarse en un espejo pensando que miran la totalidad. Así pues, impulsado por el júbilo que experimenté con esta novela, si se la puede llamar de esa forma, me propongo, más que hacer una disertación sobre la literatura del África subsahariana, bosquejar una presentación de las impresiones que me produjo esta fresca aventura como frutos de baobab; y así,  invitar a mis dos o tres lectores a recorrer el otro sendero que es arcano entre nosotros.

 

***

 

Imaginemos un círculo de hombres, no son hombres comunes, son  los cazadores más feroces de cierto país africano que podría ser Costa de Marfil o Togo, tal vez Senegal, pero que haríamos mejor en situar en la imaginaria República del Golfo. Vienen vestidos con sus trajes tradicionales. Están listos para llevar a cabo un ritual. Entre ellos está presente uno de los más grandes cazadores de la humanidad, su nombre es Koyaga y su tótem el halcón, está sentado en un sillón en el centro del círculo. Es el otrora tirador del ejército francés en indochina, combatiente de los afanes libertadores de los vietnamitas, es el hombre más educado de los paleos, de los hombres desnudos, los indomables, los sin habla, es el prócer de la patria: presidente y dictador. Todos están allí reunidos por él. Los acompaña Macledio, su ministro de orientación, hombre nacido con un ñoro funesto, una maldición. Además de ser la mano derecha de la dictadura de Koyaga, es el hombre más viajero de África, el que ha recorrido desiertos y selvas, perdido mujeres e hijos, e incluso dejado inconclusa su tesis en la universidad, todo por encontrar a su hombre del destino. Y desdichado, Macledio creyó constantemente haber encontrado a su hombre. Anduvo errante hasta que halló, en el hijo de Nayuma y Tchao, Koyaga el cruel dictador, a su verdadero hombre del destino.

¿Y para qué están todos reunidos, en qué consiste el ritual? Se trata de poner en marcha un relato purificatorio, un donsomana, narración que estará en la voz de Bingo, el sora. Un sora es el encargado de alabar las hazañas de los grandes cazadores, canta y toca la cora. La cora es un instrumento africano de veintiún cuerdas. Al sora lo acompaña su aprendiz,  que hace las veces de bufón y de flautista. Su nombre es Tiecura. Él es un cordua, un respondón, y como tal, “hace de bufón, de payaso, de loco. Se lo permite todo y no hay nada que no se le perdone”. Por qué sea necesario un acto de purificación, de catarsis, es una incógnita si no algebraica, sí por lo menos del todo desconocida, sin posibilidad de despeje para nosotros, los lectores que nos colamos en el texto en ese momento de la vida del déspota. Y desde luego no es mi intención contar el final de la película, de eso hablaré escasamente. Lo que sí puedo adelantar es que el relato será contado en seis veladas. En cada velada se entonarán proverbios en el transcurso de los intermedios porque “a veces el tambor se detiene para pedir un calabacino de agua” o, “incluso el río que inexorablemente desciende hacia el mar, descansa cuando llega a una llanura”. Los proverbios tendrán una temática en particular. El relato estará plagado de proverbios mentados por Bingo, el sora

Lo que resulta sugestivo del uso de los proverbios y del relato purificatorio, el donsomana,, que se pone en marcha al inicio de la narración, es el hecho de que el habla y la escritura se combinan sistemáticamente a lo largo del texto: la obra es narración pero no narración en su forma escrita propiamente dicha, no es la típica prosa de la novela, es un discurso en que la forma escrita cede su lugar a la expresión oral. Porque son el sora, Bingo, y su respondón, Tiecura, los que en el transcurso de las seis veladas narran el ascenso, apoteosis y crisis de Koyaga. No es la historia del dictador puesta en primer plano bajo la forma de la prosa escrita tradicional, sino que el autor, nos coloca en medio de la ceremonia para que un rapsoda africano y su aprendiz nos cuenten el relato purificador. De esta manera el recurso que Kourouma explota es la constante reproducción del habla tradicional de los griots africanos, la reproducción del ritmo lingüístico malinké, lengua materna del escritor marfileño, como estilo de escritura a lo largo de la narración. Por eso los proverbios y las tradiciones del África subsahariana cobran una importancia crucial.

Quiero presentar los temas de las seis veladas, y además tomar algunos de los numerosos  proverbios que en ellas se dicen, acaso así pueda despertar la curiosidad de algunos. 1) La veneración de las tradiciones: “Es en el extremo de la vieja cuerda donde se teje la nueva”. 2) La muerte: “Son quienes tienen pocas lágrimas los que lloran en seguida al difunto”. 3) La predestinación: “El ojo no ve aquello que lo revienta”. 4) El poder: “El grito de angustia de un solo gobernado no consigue golpear el parche del tambor”. 5) La traición: “Aquel a quien has curado la impotencia es el que toma a tu mujer”. 6) Todo tiene su fin: “El día lejano existe, pero no existe el día que nunca ha de llegar”.

A mi juicio el resultado de la tensión de la oralidad del malinké y la escritura del francés, el uso de un estilo literario obtenido de un hibridismo lingüístico, “es la exaltación de la tradición cultural del malinké para un público universal”. Kourouma sortea la objeción de ser africano y escribir en francés, la lengua del extranjero colonizador, porque su discurso subvierte al francés; por eso pienso que Kourouma hace de la disyunción entre el escritor sin límites y el escritor comprometido algo baladí, él asume los dos papeles. Kourouma, matemático de profesión y escéptico de la magia, es un escritor alquimista porque ejerce una violencia transgresora en el lenguaje, amplía sus fronteras, visita la nada y caza nada que trae al corazón de otra lengua, de otra concepción del mundo, y transforma la nada en reclamo social, revelando por medio de una epifanía que esa nada, el malinké, lo es todo y tiene derecho a existir. En entrevista con Catherine Argand el escritor marfileño afirmó­: “Écrire pour moi, c’est vider une colère, répondre à un défi” (escribir para mí es vaciar una cólera, responder a un desafío).

Si el pueblo francés, grande por su historia, fue capaz de llevar su imperialismo por el mundo, comerció con negros y los llevó fuera de sus tierras y cometió injusticia con los pueblos aborígenes, si en suma, el imperio francés, tan excelsamente convertido en mito en los años cincuenta del siglo pasado, se atrevió a violar las costumbres de otros hombres y mancilló otras tradiciones, formas de vida y lenguas,  y mandó a sus antropólogos a estudiar a sus conquistados para “evangelizarlos, cristianizarlos, civilizarlos. Volverlos colonizables, administrables, explotables”, dice Ahmadou; entonces parece coherente y razonable que, al renacer, una tradición cultural negada —con una literatura escrita apenas existente porque la tradición oral es la de mayor importancia y aún perdura en los griots— despierte subversiva y se levante con las armas de la lengua en cuanto a literatura se refiere.

Kourouma el hombre libre, griot y guerrero de su pueblo, guerrero es la etimología de su nombre, reclama libertad y autonomía para los pueblos marfileños y africanos. Y no se conforma con ello, quiere además esparcir la buena nueva por el mundo. Si el francés pisoteó el malinké, si a la generación del escritor marfileño se le enseñaba el francés en las escuelas y se le prohibía hablar su lengua materna, ahora el malinké dotado del poder de la pluma de Ahmadou y su voz libertadora violenta la lengua francesa, la hace suya, monta las estructuras lingüísticas y la sintaxis de su lengua madre sobre el francés: transforma ambos idiomas, ya no es francés ni malinké, ya no es la lengua ni del señor ni del esclavo, es la novedad desgarrando al mundo con la imagen honesta, sanguinaria y furtiva de su existencia, de sus religiones, de sus cazadores, de los emasculadores de hombres y animales.

En Esperando el voto de las fieras Ahmadou Kourouma no sólo se rebela contra el imperio francés y su lengua, sino que además afirma una crítica contra el poder político fundado tras la independencia formal del continente africano. Koyaga es el hombre paleo, desnudo, que se forjó como el más certero de los cazadores de su pueblo, el mejor combatiente, hombre de disciplina imperial y puntería eficaz a la hora de asesinar rebeldes. Es también el conspirador contra el orden del presidente Fricassa Santos y asesino de sus rivales políticos, enemigos a muerte. Ya convertido en dictador, es incasable persecutor de opositores y fiel aprendiz de los más funestos dictadores de todo el continente. Para Occidente es el bastión demoledor en la lucha contra el comunismo internacional, orden político y social que Koyaga sólo entiende como la ausencia de patrocinio económico capitalista.

El poder político en este contexto va de la mano, invariablemente, con el poder de la magia. La estrategia política es cuestión de superstición y de recomendaciones mágicas. Las garantías de la conservación del orden no están basadas en el establecimiento de un código jurídico legítimo. Los artilugios del poder de Koyaga son un ejemplar muy especial del Corán y un meteorito. No posee múltiples correligionarios encargados de un ministerio cada uno, tiene sólo a su madre Nayuma y a su marabut, un mago. El poder lo es todo y es magia. Koyaga es el poder. La práctica gubernamental es un vestigio esotérico, y así, uno que otro lector se va sintiendo más en casa.   

También en este aspecto el sora y su respondón juegan un papel esencial. El sora asume un rol solemne, su labor es purificar al dictador con su relato. En cambio su respondón, Tiecura, tiene una oposición antagónica y burlona frente a Koyaga, posición que puede permitirse porque al aprendiz se le perdona todo. Tiecura no deja de ser irónico, hace comentarios mordaces, grita y baila exaltadamente, le hace saber sus verdades al maestro cazador. Desde un principio advierte: “Diremos la verdad. […] Toda la verdad sobre las cochinadas suyas, sobres sus gilipolleces, denunciaremos sus mentiras, sus numerosos crímenes y asesinatos…”. La voz del narrador, compartida entre el sora y su aprendiz, es al mismo tiempo ditirámbica y satírica.  

Así pues, Ahmadou Kourouma fusiona la oralidad y la escritura, buscando hacer transparente la segunda para resaltar la primera, pero, si la literatura moderna es primariamente forma escrita, cómo hacerla totalmente transparente,  y de esa forma, lo que realmente se produce es un escamoteo que hace saltar a las dos lenguas y crea una nueva expresión personal, subversiva y delirante. Y esto desencadena otras circunstancias.

La forma escrita está emparentada en este doble movimiento, con el francés, con la modernidad, que es engaño de civilidad porque también sabe emascular pueblos, sabe justificar guerras justas contra gente indefensa. En suma: el francés tiene una conexión en la literatura con su forma arquetípicamente moderna: la novela. Y por otro lado, la forma oral tiene en el malinké un hogar aún más cómodo y todavía apegado estrechamente a la religión, a los proverbios y a las tradiciones, por lo tanto, a la epopeya. Aquí tenemos otra de las consecuencias de esta obra: la narración de Kourouma es inclasificable.  

Lo inclasificableresulta siempre un problema para los incansables exegetas, para los irremediablemente taxonómicos cerebros del mundo “civilizado”. Esperando el voto de las fieras es novela sí, pero también epopeya; no es ninguna de las dos. Yo no veo problema alguno en que la obra permanezca en la ambigüedad, me niego a la clasificación, porque, como dice Bingo, el sora: “ésta es una explicación infantil, de blanco que tiene necesidad de racionalizar para poder comprender”.

Ya se ha señalado que la épica de la sociedad moderna es la novela. Esto no es lo que ocurre con Ahmadou Kourouma, su narración no es una épica moderna con los cánones de la modernidad que adquiera la forma de la prosa, un pensamiento cartesiano que disecciona la psicología de sus personajes, que es concepto y combate siempre el ritmo de la lengua. No, Esperando el voto de las fieras pertenece a otro desarrollo histórico y a otra necesidad expresiva, es algo que quizás jamás exista en Occidente, porque esta narración logra un sincretismo jadeante entre épica y novela, no es la épica moderna, es ambas cosas a la vez.

Al ser ambas cosas, vale también la pena señalarlo, adolece de algunas virtudes de la novela, como la ya mencionada inspección psicológica de los personajes, el flujo de consciencia y las repetitivas dudas de los personajes indecisos, cambiantes. Tanto Koyaga, no héroe sino antihéroe, como Macledio son personajes redondos que actúan siempre determinadamente, no se pueden esperar cambios sorpresivos en su proceder. Esta situación aunada al ritmo de la épica y constante repetición de la enunciación del sujeto, da la impresión de que la historia se mueve hacia lo predecible. Sin embargo, el secreto que Kourouma se guarda para el final lo vuelca todo, la última velada le da al donsomana un cierre fuera de todo pronóstico.

La obra de Ahmadou Kourouma es, al menos en parte, una epopeya, y como toda epopeya es siniestra, cruel y castradora, que el Occidente hipócrita, oculta debajo de la cama de los sueños anodinos bajo la forma maquillada de la novela. El héroe moderno ya no aliena su acción a la voluntad de un dios y ya no apuesta al restablecimiento del cosmos, aliena sus decisiones a fantasmas que “racionalmente” él mismo ha creado, le resta violencia a su existencia pero se hace doblemente culpable: no sólo no tiene el entendimiento y valor suficientes para salir de la minoría de edad, sino que cree tenerlos y en cantidades más que generosas.

La velada final es un pasaje apocalíptico. Todo el caos y la destrucción emergen. El fuego pone en fuga a hombres y animales. Hombres y bestias parten hacia el éxodo. ¿Qué debemos esperar del futuro? ¿Por qué el relato purificador era necesario? No quiero aventurar una respuesta que interrumpa el viaje, la aventura de quienes ahora quieran cruzar el charco por el sur. Todavía nos quedan historias por leer y autores que conocer. Después ya habrá tiempo de charlar sobre estos menesteres y divertirse entre cafés o cervezas. Lo que sí pienso y quiero decir ahora es que, aquí y en África, la realidad se entrecruza con la ficción, y lo que creemos que no puede ser real porque es demasiado cruel resulta minúsculo ante la crudeza de la realidad. Y para que el olvido no irrumpa la ficción puede convertirse en testimonio de la crueldad. Finalmente, en Turquía y Egipto, también en México: “La noche dura mucho tiempo, pero el día acaba por llegar". Porque el voto de las fieras es el último recurso de los dictadores perdidos, dice Ahmadou Kourouma, le guerrier africain.


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Ilustraciones:

Foto de Ahmadou Kourouma
www.connectionivoirienne.net

Globe trotter www.sxc.hu

Australian Gum Tree www.sxc.hu
 


Alejandro Salvador Ponce Aguilar (Ciudad de México, 1990). Es estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ha publicado en las revistas electrónicas MilmesetasPerro NegroContratiempo Revista Autónoma de Comunicación. Obtuvo mención honorífica en el concurso 44 de Punto de partida en la categoría de Ensayo.

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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