Hasta ese día ningún féretro había sido despreciado por él. Sin apego, pero con pulcritud, convertía en láminas los cajones que un día habían albergado a quienes tuvieron vida. Un martillo, la herramienta principal. Ningún miedo, ningún problema al destruir los ataúdes y quitar los ornamentos. Pero la tarde del ocho de julio sus manos se paralizaron. Nunca el mismo día en que tuve que improvisar la caja para mi niño. Pensó. “Si no te calmas, nos quebramos al chamaco”, recordó que le habían dicho. El recuerdo y el presente hilvanados. Se echó a andar en la camioneta. Iría al otro panteón, al abandonado. Ahí le entregaría su ramo de recuerdos al hijo asesinado a causa de que el padre, aseguraban, creía en la hoz y en el martillo. |
Ilustraciones: |
Rocío García Rey (Ciudad de México, 1971). Doctorante en Letras Latinoamericanas en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Escribe cuento y poesía. Imparte talleres de literatura y redacción en el Museo del Chopo. Es autora del libro La otra mujer zurda (Verso Destierro, 2010). |