I señor, vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo para llegar a la casa de la niebla y después qué ¿le dijiste? ¿le explicaste que el camino estaba cortado? ¿que el motor estaba roto? ¿que todo estaba roto? ¿que no había vuelta? ¿qué hiciste, cómo para convencerlo? para que te diera la mano se sentara en la sillita de mentira dejara que la oscura hostia de tu nombre le llegara a la boca ¿o le metiste una piedra? o una moneda, un gancho, un papelito de dónde lo enmudeciste, lo hiciste olvidar olvidarnos qué señas le habrás hecho para que en vez de volver a casa apagara el motor del falcon se escurriera de la sedosa perfección del cuero de la música en la radio del ronroneo cachondo del auto y se bajara con vos para ir adónde ¿a cazar pajaritos? ¿a ver el dorado pasto extinguirse tras el fuego del invierno? ¿a romper el cristal del agua para que beban las crías? o era verano, quizá, por entonces y le diste el agua peligrosa de tu cielo entradora, el agüita, sí clarita, el agua, bueno pero detrás de eso vos sabés que un agua así da más sed uno se entierra más en el pozo y más hasta echarse tierra en el lomo y ni el ángel constante y poderoso de los molinos de viento puede salvarte no ¿sabías que mi hermano iba a decir sí? cuando viste el polvito que levantaba el falcon rojo en el camino ¿no pensaste dejarlo ir? aunque sea, señor, porque él era toda belleza, a esa edad, toda alegría toda razón de ser VI muchas veces fuimos pobres no había dinero para ropa o música, pero el taladro magnífico de dios caía contra la mañana las palomas se desbandaban como si vieran la comadreja o el halcón un pedazo de mí entraba en la amargura como en el pozo del molino donde la serpiente infectaba el agua de beber yo tenía pocos años y ya era rigurosamente anciana sabía que el altísimo podía aplastarme la cabeza enfermar nuestras ovejas quitarnos el verano, la poca dicha pero igual miraba siempre para arriba y bajito decía que sí, señor, venga a mí la destrucción lo que deba venir soy tu surco, señor, soy tu surco VII como lázaro, el de betania, estuve o estoy dormida muerta en esta cueva umbría cultivo la orquídea salvaje y en la húmeda pared, la palabra que cuenta los días que faltan los que han pasado él debe venir: quizá me lo anuncie su tacto robusto tocando la piedra o la voz, el estigma hace mucho que espero este pueblo es lejos: hay médanos al norte niebla al sur caballos ciegos en la llanura trigos amargos puede que hayan perdido el camino o que el camino haya sido una ilusión quizá la palabra ya fue pronunciada pero no la escuché, era distinta a la esperada o fue corrompida en el camino de la vida hacia la muerte no hubo milagro, o ya se produjo y es esta suave penumbra este tremendo paraíso El teléfono desde alguna ciudad han llamado los otros los que por alguna razón están afuera ignoramos lo que eso signifique pueden estar, quizá, retozando de felicidad —el pulso candoroso— amando o dejándose amar por extraños pueden, también, estar caminando, aún, sobre el áspero desierto de sus alucinaciones han llamado y hemos ido, vehementes, a levantar el rojo auricular que creíamos muerto y no hemos entendido nada: un idioma extranjero tal vez la interferencia del viento entre un balbuceo y otro una falla mecánica la lengua que nos hermanaba ha caído, rota, como un vaso en el piso y es inútil reconstruirla ¿qué decían, aquellos? ¿sigan la línea del lago hacia el Sur? ¿nos pedían esperarlos? ¿o el mensaje era permanezcan allí que la zona es infinita e inusual su infierno, y triste? algunos mueren como los conejos mirando la luz de su propio exterminio no esperan tomando la sopa fría su pastilla del corazón oliendo la propia sostenida corrupción de la carne amanece y alguien entra al cuarto oscuro, el televisor alumbra los ojos vacíos como los de la muñeca en el estante afuera el árbol se mueve un poco y más atrás los autos después la vida de siempre como siempre fui a las altas oficinas del silencio llamé no me atendieron llamé tome un numerito, dijeron tuve sed, y tomé el agua del pueblo esperé mucho, mucho sentada parada acostada vi las cortinas mugrientas las revistas de las star el cuadro de la amazona del siglo XIX desesperé después de un tiempo quise salir gritar espantar el oscuro pájaro de la nada y la puerta estaba cerrada y el cuadro como siempre y el pájaro sombrío parado en mi pecho cenando mi lengua
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