CARTOGRAFÍAS / Octubre-noviembre 2014 / No. 52



 De La casa de la niebla*
 
 
I
VI
VII
El teléfono
algunos mueren como los conejos
fui a las altas oficinas del silencio



I

señor,
vos le diste a mi hermano un ford falcon rojo
para llegar a la casa de la niebla

y después qué

¿le dijiste?
¿le explicaste que el camino estaba cortado?
¿que el motor estaba roto?
¿que todo estaba roto?
¿que no había vuelta?

¿qué hiciste, cómo
para convencerlo?

para que te diera la mano
se sentara en la sillita de mentira
dejara que la oscura hostia de tu nombre
le llegara a la boca

¿o le metiste una piedra?
o una moneda, un gancho,
un papelito

de dónde lo enmudeciste, lo hiciste
olvidar
olvidarnos

qué señas le habrás hecho para que en vez de volver a casa
apagara el motor del falcon
se escurriera de la sedosa perfección del cuero
de la música en la radio
del ronroneo cachondo del auto
y se bajara con vos
para ir adónde

¿a cazar pajaritos?
¿a ver el dorado pasto extinguirse tras el fuego del invierno?
¿a romper el cristal del agua para que beban las crías?

o era verano, quizá, por entonces
y le diste el agua peligrosa de tu cielo

entradora, el agüita, sí
clarita, el agua, bueno
pero detrás de eso vos sabés que un agua así da más sed
uno se entierra más en el pozo
y más
hasta echarse tierra en el lomo

y ni el ángel constante y poderoso de los molinos de viento
puede salvarte
no

¿sabías que mi hermano iba a decir sí?

cuando viste el polvito que levantaba el falcon rojo en el camino
¿no pensaste dejarlo ir?

aunque sea, señor, porque él era toda belleza,
a esa edad,
toda alegría
toda
razón de ser



VI

muchas
veces fuimos pobres
no había dinero para ropa o música, pero
el taladro magnífico de dios
caía contra la mañana

las palomas se desbandaban
como si vieran
la comadreja o el halcón

un pedazo de mí entraba en la amargura
como en el pozo del molino
donde la serpiente infectaba
el agua de beber

yo tenía pocos años y ya era
rigurosamente anciana

sabía que el altísimo podía aplastarme la cabeza
enfermar nuestras ovejas
quitarnos el verano, la poca dicha

pero igual miraba siempre para arriba
y bajito decía
que sí, señor, venga a mí la destrucción
lo que deba venir
soy tu surco, señor,
soy tu surco



VII

como
lázaro, el de betania, estuve o estoy
dormida
muerta

en esta cueva umbría cultivo la orquídea salvaje
y en la húmeda pared, la palabra que cuenta
los días que faltan
los que han pasado

él debe venir: quizá me lo anuncie
su tacto robusto tocando la piedra
o la voz, el estigma

hace mucho que espero

este pueblo es lejos: hay
médanos al norte
niebla al sur
caballos ciegos en la llanura
trigos amargos

puede que hayan perdido el camino
o que el camino haya sido una ilusión

quizá la palabra ya fue pronunciada
pero no la escuché, era distinta
a la esperada
o fue corrompida en el camino
de la vida hacia la muerte

no hubo milagro, o ya se produjo
y es esta suave penumbra
este tremendo paraíso



El teléfono

desde alguna ciudad han llamado los otros
los que por alguna razón están afuera

ignoramos lo que eso signifique

pueden estar, quizá, retozando
de felicidad
—el pulso candoroso—
amando
o dejándose amar
por extraños

pueden, también,
estar caminando, aún,
sobre el áspero desierto
de sus alucinaciones

han llamado

y hemos ido, vehementes,
a levantar
el rojo auricular que creíamos muerto

y no hemos entendido nada:

un idioma extranjero
tal vez
la interferencia del viento
entre un balbuceo y otro
una falla mecánica

la lengua que nos hermanaba
ha caído, rota,
como un vaso en el piso
y es inútil reconstruirla

¿qué decían, aquellos?
¿sigan la línea del lago
hacia el Sur?
¿nos pedían esperarlos?
¿o el mensaje era
permanezcan allí
que la zona es infinita
e inusual su infierno,
y triste?



algunos mueren como los conejos
mirando la luz
de su propio exterminio

no esperan tomando la sopa fría
su pastilla del corazón
oliendo la propia
sostenida
corrupción de la carne

amanece y alguien entra
al cuarto oscuro, el televisor
alumbra los ojos vacíos
como los de la muñeca
en el estante

afuera
el árbol se mueve un poco
y más atrás los autos

después
la vida de siempre
como siempre



fui a las altas oficinas del silencio

llamé

no me atendieron

llamé
tome un numerito, dijeron

tuve sed, y tomé el agua del pueblo

esperé mucho, mucho
sentada
parada
acostada

vi las cortinas mugrientas
las revistas de las star
el cuadro de la amazona del siglo XIX

desesperé

después de un tiempo
quise salir
gritar
espantar el oscuro pájaro de la nada

y la puerta estaba cerrada
y el cuadro como siempre
y el pájaro sombrío parado en mi pecho
cenando
mi lengua

 

De tabaco mariposa                                                     De Las madres remotas


* La casa de la niebla, edición digital de la autora, 2013.


 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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