CINE / septiembre 2008 / No. 11 |
Japón, viaje sin retorno hacia lo extraño, lo desconocido, lo lejano |
Japón |
![]() El cazador: ¿A qué ir a ese caserío perdido?... Si no es indiscreción. […] ¿A qué decía que iba allá? El hombre: A matarme El cazador: Entendido. Súbase. Un hombre parte de la Ciudad de México hacia el campo. La cámara, poderoso instrumento con el que el creador nos hace mirar lo que él desea, dirige su lente firme… inmutablemente hacia adelante, sugiriendo un viaje sin retorno. Las intenciones del protagonista pronto serán reveladas. No obstante, su propósito (el de suicidarse) no resulta inquietante, ni siquiera conmovedor para el personaje al que se lo comunica. Como él, desconocemos los motivos del visitante. A partir de este momento, en la vasta llanura que rodea los parajes agrestes y anónimos del campo mexicano, comprendemos que El hombre ha iniciado un éxodo hacia el lugar propicio, donde halle la tranquilidad necesaria para quitarse la vida. Carlos Reygadas (Ciudad de México, 1971), autor de tres largometrajes: Japón (2002), Batalla en el cielo (2005) y Luz silenciosa (2007), busca en sus filmes retratar la naturaleza desde un punto de vista contemplativo. Fuera de los estudios y sirviéndose de actores sin experiencia profesional, infringe los valores cotidianos, para así extraer la esencia misma de los hechos, sin disfrazarlos con alegorías endebles, aun haciendo uso del simbolismo como herramienta recurrente. Cada una de sus películas alude, de una forma u otra, a la presencia trasgresora, provocativa, que puede poseer el cine. En el caso de su ópera prima —Japón—, el público acude a un recorrido por ese cine que subordina el guión a las imágenes. Cada efigie está cargada de significados que el espectador puede ir desglosando con modesta ecuanimidad. El filme se toma su tiempo para cada una de las escenas (en especial el plano-secuencia final, que le permite cerrar con la sobriedad propia de una obra madura, estable). En el desarrollo de la trama, podemos observar una serie de opuestos y dicotomías que, a pesar de su naturaleza, ligan a los personajes en un devenir sobrio pero nunca redundante: Ciudad-Campo, Juventud-Vejez, Lejanía-Cercanía, Ascenso-Descenso, Vida-Muerte. ![]() Alejado del enajenamiento y el hostigamiento urbanos, El hombre experimenta el ligero despertar de sus instintos. A través de las primeras escenas de la película, logramos acceder a su constante y natural indiferencia ante lo que sucede a su alrededor. Las intenciones suicidas (que aluden a la destrucción del Yo, tanto íntimo como social) explican esa indolencia con la que vive su relación con el Otro, que no es sólo el hombre o la mujer, sino también los elementos de la naturaleza. No obstante, hay algo que permanece latente en él: la pulsión de vida, expresada por medio del deseo sexual, planteado primeramente en la escena de la masturbación, el cual encuentra una vía de realización en la figura de Ascensión. Conforme transcurre la historia, El hombre empuña el revólver contra su pecho en dos ocasiones, sin jalar nunca el gatillo; en la segunda, desfallece al lado de un animal que yace muerto, cerca de una cornisa que mira a un abismo. La toma, lograda desde un helicóptero que gira a su alrededor conforme se aleja, revela la imperiosa necesidad del personaje, quien, quizá íntima y secretamente, anhela seguir formando parte de ese todo que lo redime y lo vindica en tiempo y espacio. ![]() La clave del argumento podemos hallarla al final del acto sexual: de modo similar al niño que recién ha abandonado el vientre de su madre para nacer y anunciar al exterior su presencia con un invencible chillido, el hombre comienza a llorar, irremediablemente. La juventud ha sustraído de la vejez los últimos vestigios de su silenciosa pulsión vital. El sexo, grácil y egoísta, en este caso es el símbolo de aquella libido intacta en el protagonista. La busqueda de Reygadas puede definirse desde el campo de la poesía: concebir la contemplación como una sutil aprehensión del mundo. Aprehensión usurpada por medio de la cámara, que sensibiliza al espectador, permitiéndole entrar en esa quimérica intimidad que existe y se extingue en el mundo, en la realidad. La cinta Japón, ubicada en algún remoto lugar de Hidalgo, es un conjunto de contrastes construido con el propósito de contemplar un innegable fragmento de la naturaleza humana. Su título, insinuante de por sí, nos remite de manera inevitable a lo extraño, lo desconocido, lo lejano. Japón se distingue dentro del cine mexicano como una excelente ópera prima, tanto por su belleza cinematográfica, como por la trasfiguración que hace de la realidad misma, no de la ficción, sino de ese algo que posee una peculiar cualidad de espejo, en el que podemos hallarnos nosotros mismos. |
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Antonio Rohman Montufar (México, 1985) es licenciado en Psicología por la UNAM. Ha publicado cuento breve, minificción y teatro en Opción (ITAM). Es miembro de la compañía de teatro Sin máscaras y director del grupo teatral Dharma & Artificio. |