CARTOGRAFÍAS / octubre - noviembre 2016 / No. 64

De El libro de las escalas múltiples (Inédito)

  
[ARISTÓTELES ASEGURA QUE todos los sentidos...]
[EL ESPACIO Y las cosas...]
[CUANDO ERA MUY chico, había inventado...]
[LA ÚLTIMA ESCALA que realiza el Principito...]
[DENTRO DE SU esquema, Aristóteles...]



ARISTÓTELES ASEGURA QUE todos los sentidos o acepciones en que se puede hablar del Ser constituyen un conjunto de predicados: las cosas son concretas, iguales o diferentes, necesarias o accidentales, grandes, pequeñas, únicas o complejas, etc. A ese conjunto de características y de diversos modos de decir, los llama tà schémata tês categorías, el esquema de las categorías, y le dedica el capítulo V de la Metafísica para desarrollarlas y ejemplificarlas. Diógenes Laercio llamaba a este capítulo el libro de las acepciones múltiples.

Schêma (esquema), según el viejo diccionario griego VOX con el que estudiábamos en la Uni, significa apariencia exterior, forma, figura; y el schematízo es representar. Todavía conserva entre sus hojas un pedazo de hoja de carpeta en la que Julia repasaba los nombres del alfabeto: α(alfa); al lado, β(beta); luego, γ(gamma)…Su letra redondeada es igual a la de hoy. Y en la página 566, el mismo diccionario revela que syntaxis significa ordenación, disposición.
   
El orden de las letras y los duraznos.

Las cositas junto a sus categorías.

El pasto y su predicado cubierto de finísimas púas de hielo.

La sintaxis de lo real.



EL ESPACIO Y las cosas tal como las conocemos se despliegan en tres dimensiones, por eso las abejas vuelven con partículas amarillan sobre su lomo y danzan frente a la colmena para indicar a sus compañeras dónde están aquellas flores. La palabra escrita y los mapas se despliegan en dos dimensiones a lo largo de todos sus sentidos y escalas. Según el diccionario de la Real Academia, la tercera acepción de escala es: “Línea recta dividida en partes iguales que representan metros, kilómetros, leguas, etc., y sirve de medida para dibujar proporcionadamente en un mapa o plano las distancias y dimensiones de un terreno, edificio, máquina u otro objeto, y para averiguar sobre el plano las medidas reales de lo dibujado”.

El mar que dibuja el anciano sobre los libros de su escritorio es una mancha azul e irregular, una superficie inmutable y pequeña. Posiblemente haya le haya escrito encima OCÉANO ATLÁNTICO del mismo modo que lo haría con una etiqueta adherida a un frasco, pero el conjunto será algo tan abstracto como la distancia que separa la palabra árbol de los eucaliptos que bordean los adoquines de la Avenida Pringles hasta el cementerio.



CUANDO ERA MUY chico, había inventado un país llamado Guyarland. Mi hermana todavía se acuerda y se ríe. ¿De dónde habría sacado ese nombre ridículo? ¿Dónde se ubicaría?  ¿Quiénes lo habitarían? No puedo recordar absolutamente nada.  Muchos años más tarde, en un rato libre comencé a escribir acerca de otro país que había llamado Malabia. Le dibujé una bandera verde y azul; instalé un presidente y dos o tres personajes, uno de ellos tenía una ferretería. Pero no avancé más que eso.

Acaso, un niño de Guyarland imagina y describe una extraña ciudad llamada Bahía Blanca donde hay un hombre de barba y lentes que escribe un librito. Dar un rodeo a la imaginación para encontrar al fin lo real es navegar en un barquito de papel a través de un río que desemboca sobre sí mismo dibujado por un geógrafo solitario en un asteroide que se ilumina bajo la cola de un cometa.

Quizá, Malabia sea uno de los países más pequeños y despoblados que existen.



LA ÚLTIMA ESCALA que realiza el Principito es en un cuerpo celeste ocupado por el geógrafo. El dibujo que trazó el propio Saint-Exupéry lo muestra como un anciano de barba blanca volcado encima de un grueso volumen que ocupa casi la totalidad del escritorio. Con la mano derecha da vuelta las páginas y con la izquierda aferra una lupa.

Aunque el asteroide del geógrafo es “diez veces más vasto” que los anteriores, el sabio no sabe si tiene mares, ciudades o desiertos. Es un completo ignorante de su propio territorio porque un geógrafo –le asegura al Principito– es demasiado importante para andar deambulando y debe permanecer siempre en su oficina. Entonces, hay una peculiar distribución de las tareas. El geógrafo traza los mapas y levanta el inventario de las montañas, valles y ríos que le refieren los exploradores. Fija en la quietud de su escritorio el movimiento de los otros; se desplaza sobre las páginas en blanco y describe las características del espacio sin tener experiencia del espacio, por eso debe estar absolutamente seguro de que el informante no fabule o quiera burlarse de él. El temor al engaño se vuelve paranoia que exige la estricta correspondencia entre las cosas y las palabras que las designan: si el explorador le asegura que descubrió una cadena montañosa, se le exigirá que traiga grandes piedras como testimonio. Correlativamente, deducimos, el testimonio de un río exigirá litros de agua y peces; la existencia de una llanura fértil de pastos, el aporte de algunas plantitas de gramilla.

El anciano está ansioso. Afina la punta del lápiz y se dispone a transcribir el testimonio del Principito acerca de su propio asteroide. Toma nota de los tres volcanes –dos en actividad y uno extinguido– pero se niega a registrar la presencia de la rosa. Es algo efímero y los libros de geografía hablan de lo que no cambia ni pasa de moda. Con una altísima consideración del valor de su trabajo, afirma que las geografías son los libros más valiosos de todos los libros y concluye: “Nous écrivons de choses éternelles”, escribimos de cosas eternas.

Como Aristóteles, el anciano no puede concebir que haya una ciencia de lo particular y contingente. El Principito se entristece: su flor no merece el don de la palabra que la fija en el papel. Si el geógrafo no fuese tan orgulloso, anotaría cuidadosamente las cuatro espinas, el tamaño de sus hojas, su miedo a las corrientes de aire y los tigres, los reflejos del amanecer que se filtran en su capullo y hace que sus pétalos se abran, luz de luz sobre la superficie terciopelada. La flor se sostendría orgullosa junto a las colosales masas de continentes y océanos porque, como ellos, serían trazos sobre el papel, delgadísimo espesor de un sustantivo. Habría que apresurarse a escribirlo todo antes de que los pétalos se marchiten y el viento los disperse; atreverse no sólo a señalar la ubicación y límites de los mares sino también sus olas, las colinas de agua espumosa que se baten sobre los pesqueros cuando hay tormenta y el mar está de fondo y el barco cargado de merluza se precipita desde la cresta de esa onda hacia un profundo valle y luego debe remontar otra pared líquida con los motores bramando y así una y otra vez durante horas y a veces durante días.



DENTRO DE SU esquema, Aristóteles señalaba que hay cosas o hechos que están cercanos o lejanos y los llama anteriores (próteron) y posteriores (hysteron). Esta es la categoría del Ser que corresponde al espacio y al tiempo. La guerra de Troya es anterior a las guerras médicas; desde este lugar en Villa Mitre, el puerto de Ingeniero White está más cerca que Buenos Aires y mucho más cerca que Corrientes; pero Corrientes está muchísimo más cerca que París y Venecia e infinitamente más cerca que un asteroide o el planeta Venus. Y sin embargo, equella provincia azul es un espacio del que apenas puedo decir unas pocas palabras en un idioma que no entiendo. 

¿Y entonces Venecia?

¿A qué distancia se encuentra el mar para un geógrafo solitario que lo dibuja y pinta con lápiz celeste?



 

Punto en Línea, año 17, núm. 115, febrero-marzo 2025

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