Señor, yo no soy aire pero he sido transparente.
He palpado aunque no tenga manos.
En mí caben todos los cuerpos.
En mis ojos guardaste no el cuchillo,
sino el pan de la luz.
Y así contemplo tu creación desnuda:
aquello que se esconde bajo el musgo,
mariposa dormida en rama,
a nadie había lastimado tanto el otoño.
Es la hora del lobo
y los hombres se sienten tristes
porque descubren mi mirada,
donde olvidaste una oruga
para que abriera sus alas.
No me has dado el vino
para que escuchara los pasos
de los grillos entre las hojas.
No me permitiste embriagarme
y retiraste de mis labios
la mentira cuando aún no echaba su raíz.
Me pediste que anduviera descalza para repartir mis pestañas
y sentir su caída verde sobre la tierra.
He dormido a la intemperie abrazada
por cantos anónimos.
Nada más dulce, Señor.
Lo entiendo y me dejo al lado del camino.
Contemplo al niño que tira piedras al gato:
no es distinto del gato,
no es distinto de la piedra.
En mi plegaria está cuanto cabe en la punta de mis dedos:
algunos estróbilos, una brizna de hierba.
Le hablo a la semilla que hace espirales
sobre mi frente
y sueña que es un cascabel o el amor,
algo que habrá de desbordarse.
No tienes cuerpo pero tienes semillas, Señor.
Tu sexo está cubierto por coníferas
y en tu mirada un ciervo mastica la rosa dorada de su carne.
Con el corazón espinado por una cornamenta,
me ofreces tu sangre:
mi amor es el amor de las bestias.
Paso la noche en vela midiendo los astros
con el espesor de las colinas.
No me conmueve la caída del agua
ni el frescor con que fragmenta
al cielo en su estómago.
En mí no hay un hombre ni el amor a un hombre.
Al centro de mis senos, una orquídea.
Ninguna rama forma un anillo.
Todo está destinado al quiebre.
Señor, aún no lo entiendo.
He estado quieta con las otras cosas sin nombre
que se están quietas dentro de ti
mirando la oscuridad a través de tu ombligo.
Pero aún no sé si soy escombros o estrellas.
Al amanecer, mecida por tu respiración vegetal,
colmada y sabia: no necesito pensar.
El frío lame con su lengua mi espalda.
Aquí estás, Señor:
brilla una soledad perdida entre las nubes,
el olor a alimento sale de las casas
y los hombres son hermosos frente a las hogueras.
Nadie puede reprochar esta pureza.
¿No lo escuchas?
Avanza con lentitud
como algunos reptiles
y otros seres celosos de su sombra.
Percibo del paisaje
algunas hojas y flores.
Bastan para soñar con un árbol.
Un árbol puede ser una casa:
tengo el pecho pegado a la tierra.
He muerto tantas veces
en medio de la suciedad y la ternura
que no alcanzan la luz.
Te acerco mi corazón sibilante
escúchalo, Señor.
