Te he entregado
mi única posibilidad
para no desistir.
Busco asirme
sin ahogarme
en la sangre
que dejan a su paso
las palabras.
Ciénagas con cuerpos
volviéndose espejos.
Tus hijos juegan
a olvidar el tiempo
o el dolor
pero encuentran
el crujido de los leños
cuando arden.
No todos sabemos
soltar nuestro horizonte
sin deshacernos.
Nómada
Habito la distancia
entre una arquitectura
que rompe la luz
y el final de mi patria,
su paso lento
e intangible
de todos los días
al litoral,
valle dormido
bajo la iridiscencia
del agua
y la historia.
Cualquier imagen oculta
la luz que acoge
nuestras geografías
cuando iniciamos
el viaje.
Es media noche
y el país
sigue bailando
entre los brazos
de quienes
nos desprendimos.
En la cadencia
de una lengua
que siempre fue nómada.
Algo nos une,
el nudo
del tiempo
o del sonido
anclando su utopía
en un paisaje extraño.
Llegada
Soy las distancias
que dejé de buscar
para entender
o concluir
o descender a la raíz
fundamental
de la idea,
del deseo acurrucado,
como laguna sobre cuenca,
en mi arteria pulmonar.
Invoco
al frágil trazo compartido
en mi intento
más desesperado
de eludir
seguridad y certeza.
Mi voz,
resto material del saqueo,
cede poros y grietas
a la fuerza del río,
tiempo vuelto decibeles
inconstantes
según el caudal, su altura,
su caída,
su impacto con la calcedonia,
sus sequías.
El silencio
también nos revelará.
Los balseros de mañana
detienen su canto plural
para dolerse,
para arrancar
de este páramo breve
el óxido,
las tumbas sin nombre,
la mala hierba.
Medramos.
Somos bulbos arraigados
en las redes profundas
de toda la vida
que no sabemos ver.