reseña / junio- julio 2024 / No. 111

La ciudad y sus muros inciertos, de Haruki Murakami

La ciudad y sus muros inciertos
Haruki Murakami
México, Tusquets, 2024, 568 pp.


Después de más de una década de leer con atención la narrativa de Haruki Murakami (Kioto, 1949), en esta novela me encuentro con muchos de sus temas más conocidos y desarrollados a lo largo de su trayectoria literaria, tal como él mismo lo indica en su epílogo, quizá porque se trata de la reescritura de un texto que empezó hace 40 años y retomó durante la pandemia de covid-19.

Posiblemente lo más reconocible para el público lector asiduo del autor sea el protagonista de esta novela: un hombre solitario, encerrado en sí mismo y de mediana edad que trabaja en una industria creativa, esta vez en una agencia literaria. Aunque habitamos su subjetividad por más de quinientas páginas, nunca llegamos a saber su nombre. Su vida monótona transcurre sin grandes sobresaltos hasta que, sin saber cómo, se interna en un mundo imaginario que creó su primer y único amor de juventud.

El personaje femenino también puede resultar familiar para quien conoce la obra del autor. Lo interpreto como una expresión del eterno femenino murakamiano: una joven con quien el protagonista tiene una profunda conexión emocional e intelectual, y además siente una gran atracción física que es correspondida. Con esta joven él vive un amor perfecto que dura poco, porque ella desaparece inesperadamente y sin dejar rastro. Esta chica, como muchos otros personajes femeninos de Murakami, resulta ser insustituible, insuperable y por algún motivo u otro inalcanzable e irrecuperable. Al leer la novela, me pregunto si este personaje, que aparece una y otra vez con algunas variaciones en su obra, tiene un referente de carne y hueso en la vida de Murakami o si es producto de la imaginación.

Al tratar el tema del amor perdido, la novela supone el regreso a uno de los mitos de creación más socorridos por Murakami, el de la pareja de dioses japoneses Izanami e Izanagi, cuya historia guarda un gran parecido a la de Orfeo y Eurídice, y donde la deidad femenina muere y la masculina viaja a la tierra de los muertos para buscarla, pero ya no puede recuperarla porque ella ha comido del horno del inframundo.

En esta obra, si bien no hay un inframundo como tal, hay un “otro mundo” que toma la forma de una ciudad amurallada donde el protagonista se desempeña como lector de sueños junto a su amada, quien lo asiste cada noche. En este contexto ella no lo reconoce, pues en el pasado ella aseguró que su verdadero yo vivía en aquella ciudad, mientras que la joven con la que él convivía en el día a día no era más que una sombra que desaparecería tarde o temprano con todo y sus vivencias y recuerdos. Este es un aspecto importante de la novela, pues para entrar a la ciudad amurallada es necesario abandonar la propia sombra, la cual va debilitándose con el tiempo hasta morir y es un componente importante de la subjetividad de los personajes.

La muralla que rodea la ciudad parece estar viva y ser móvil, por lo que es imposible trazar mapas. Adentro, no existen las sombras ni el tiempo ni la música, y el protagonista no la extraña. Todo parece viejo y abandonado, y hay muy pocos animales, algunas aves y muchos unicornios que a menudo mueren de frío. Se puede entrar, pero es muy difícil salir, y pese a que es un mundo casi desprovisto de emociones, el protagonista en ningún momento se siente solo. Por su parte, la joven de la ciudad amurallada no tiene sueños ni llora; es más, casi siempre parece distante y poco emotiva.

Sin embargo, este mundo no escapa de la tensión dramática: la sombra del protagonista quiere regresar al mundo “real”, pero termina emprendiendo el camino de regreso sola porque su otra parte quiere permanecer allí junto a la joven bibliotecaria.

Una vez afuera, y tras desempeñar su trabajo con eficiencia durante un tiempo, el protagonista, o más bien su sombra, abandona su empleo en la agencia literaria de Tokio para buscar un trabajo en alguna biblioteca que no requiera un profesional en el ramo. Curiosamente, y como por arte de magia, el protagonista encuentra lo que busca en una apartada y pequeñísima población rural de la prefectura de Fukushima. Un lugar de Japón tristemente célebre por el triple desastre que lo asoló en 2011, y que poco a poco revive dentro y fuera de la literatura japonesa. 

Esta biblioteca y el pueblo donde se encuentra, como es de esperarse, son espacios liminales que tienen una profunda conexión con la ciudad amurallada, a través de ciertos objetos compartidos y por el clima gélido, que en otras obras de Murakami se relaciona con lo sobrenatural. En este lugar, el protagonista se encuentra con Koyasu, el fundador y exdirector de la biblioteca, un hombre espectral de voz tersa y atuendo excéntrico, con un pasado trágico y marcado por el dolor de la pérdida, quien provisionalmente se convertirá en amigo del protagonista y lo vinculará con el otro mundo.

En esa misma biblioteca, el protagonista también conoce a un joven que tiene la capacidad de leer casi sin parar y a gran velocidad, así como la habilidad de acumular cualquier cantidad de información, y de calcular el día de la semana en que ha nacido una persona. Tiene una rutina de lectura extenuante y bien establecida que solo interrumpe a causa del agotamiento.

Este joven es muy tímido y solitario. Se refugia en la biblioteca tras haber fracasado en la escuela y por ser muy poco funcional respecto a las demás personas comunes y corrientes. Un día, por accidente, escucha al protagonista hablar de la ciudad amurallada, elabora un mapa casi perfecto que comparte con él, así como su deseo de dejarlo todo para marcharse al “otro mundo”. Este joven afirma poder leer sueños antiguos y pretende hacerlo por siempre, porque en este mundo nada lo retiene. Sin embargo, nadie puede guiarlo hacia esa ciudad y solo puede llegar por sí mismo para sustituir al protagonista en su labor. 

De manera simultánea, el personaje principal empieza a interesarse por una mujer divorciada. Ella es dueña de la cafetería que se encuentra en una estación que él frecuenta. Puesto que el protagonista es una sombra y vive distanciado de sus emociones, al principio no identifica si ella le gusta o si le interesa por algún otro motivo, si esa relación podría ser importante en su vida, más allá de mitigar por unas horas su soledad y su existencia sin propósito definido.

A medida que se conocen, resulta ser que a esta mujer anónima le desagrada el sexo, por lo que la relación nunca habrá de consumarse sin importar lo mucho que él espere. No obstante, el protagonista parece gozar de la compañía del personaje, con ella platica y reflexiona sobre la soledad que lo atenaza: “Uno siempre anhela la compañía de alguien. Lo que varía es el modo de anhelarla”. 

Quizás a causa de este nuevo afecto y de haber encontrado a su sustituto en la ciudad amurallada, llega el momento de que el verdadero yo del protagonista regrese a su vida y a su sombra, porque al parecer su corazón desea y advierte la necesidad de escapar. Así las cosas, al protagonista no le queda más remedio que despedirse de su primer amor con un “hasta siempre”. La joven bibliotecaria apenas se turba, parece envejecer por unos segundos, y él entiende que ella desaparecerá en cuanto él salga de aquel mundo hecho a su medida, pues en adelante se adaptará a la subjetividad del joven que habrá de sustituirlo. Entre líneas, él parece aceptar que no tiene sentido alguno seguir esperando a alguien que no existe más que en sus recuerdos. Se marcha para seguir viviendo y sintiendo cariño hacia una mujer del mundo real con todo y las limitaciones que la relación entraña. 

Me gustaría concluir esta reseña con la reflexión de que Murakami, en su más reciente novela, nos habla de uno de sus temas más recurrentes: una herida en la memoria que marca al protagonista y lo impulsa a emprender un viaje emocional que no resuelve su anhelo ni el vacío que le provoca, o al menos no del todo. Sin embargo, en esta ocasión, el personaje interrumpe la espera de manera definitiva, con lo que reafirma la vida misma y los afectos como el antídoto para mitigar el dolor y, tal vez, sanar.




Alejandra Tapia (Ciudad de México, 1982). Licenciada en Letras Modernas Inglesas por la UNAM y maestra en Estudios de Asia y África, con especialidad en Japón, por El Colegio de México. Editora en el CIEG-UNAM. Actualmente, es coordinadora académica de la Cátedra Extraordinaria Fátima Mernissi de la UNAM (2023-2025). Como traductora literaria, su trabajo más reciente es la novela Seis días en Roma, de Francesca Giacco (Espasa, México, 2023).

 

Punto en Línea, año 16, núm. 111, junio-julio 2024

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