DOSSIER / junio - julio 2024 / No. 111

Pedalear y escribir: ser
Segunda edición de Pedaléalee. Letras en bicicleta


Lucila Navarrete Turrent



El primer pedaleo constituye la adquisición de una nueva autonomía,
es la escapada, la libertad palpable, el movimiento en la punta
de los dedos del pie, cuando la máquina responde al deseo
del cuerpo e incluso casi se le adelanta.
En unos pocos segundos el horizonte limitado se libera,
el paisaje se mueve. Estoy en otra parte, soy otro
y sin embargo soy más yo mismo que nunca;
soy ese nuevo yo que descubro.

Marc Augé


En El tercer policía (1967), novela del escritor irlandés Flann O’Brien, escrita en 1940 y publicada póstumamente, la bicicleta es un símbolo, el objeto clave para resolver el caso de un asesinato y un robo. Algo singular ocurre a partir del delito: una serie de sucesos definen nuevas formas de relación entre humanos y bicicletas, lo que a su vez, altera las leyes de la naturaleza. Los investigadores del caso descubren que para resolver el enigma deberán comprender la personalidad resultante del acoplamiento entre los individuos y sus respectivas bicicletas. ¿La herramienta es más humana cuando es montada?, o ¿la persona se “maquiniza” al usar la bici? son las interrogantes que atraviesan esta investigación colmada de absurdos.

El resultado “bruto y neto” de la gente que pasa su vida montando en bicicleta, dice uno de los personajes de El tercer policía, es que “llega a tener sus personalidades mezcladas con las de sus bicicletas”, por lo que “sorprendería del número de gente por estos andurriales que son mitad persona y mitad bicicleta a causa del intercambio de átomos”.

La divertida historia de Flann O’Brien funciona como metáfora de la diversidad que despliega la relación entre el ser humano y esa maravillosa herramienta que desde su primer prototipo en 1817 —la draisiana—, no ha dejado de fascinar por generaciones. Atletas de alto rendimiento, cicloviajeros, cirqueros, fixeros, bicimensajeros, ciclistas recreativos, ciclistas urbanos, afiladores, tamaleros, exploradores y amazonas del pedal… son tan sólo algunas de las posibles maneras de sostener un vínculo con el velocípedo; alianza que se construye, en primera instancia, a partir de una conciencia radical del cuerpo y sus capacidades. 

Pero la conciencia del cuerpo es tan sólo el punto de partida, pues el acto de pedalear tiene profundas implicaciones cognitivas. En realidad, lo que un ciclista y su máquina edifican con el paso del tiempo es una identidad, una memoria que sitúa al sujeto frente al mundo, en el sentido que la bici no aísla al individuo —como sí lo hacen otras máquinas, entre ellas el automóvil—, más bien propicia encuentros y hallazgos a escala humana y, por lo tanto, activa la imaginación y la experiencia de libertad. En ello reside su nobleza y plasticidad. 

Una de las intenciones del curso-taller Pedaléalee. Letras en bicicleta, convocado por la Dirección de Literatura de la UNAM, con la participación de la División de Educación Continua de la Facultad de Filosofía y Letras y Bicipuma, ha sido construir una comunidad de ciclistas lectores procedentes de distintos lugares del país. En el corazón de esta experiencia está la propuesta bibliográfica, que abarca textos desde el siglo XIX hasta los de autores y autoras contemporáneas, así como sesiones dedicadas a talleres de escritura creativa, mismas que construyen un puente de afectos y confianza. El diálogo y la escucha atenta son parte de la apuesta metodológica del curso, pero los cimientos están, definitivamente, en el amor que le profesamos a nuestra cómplice: la cleta.

Ésta es la segunda edición que he tenido el honor de impartir. Se llevó a cabo entre el 7 de febrero y el 3 de marzo de este año, y se graduaron 11 personas que residen y pedalean en ciudades como Cuernavaca, Puebla, Morelia, San Andrés Tuxtla y la Ciudad de México. En conjunto emprendimos una maravillosa Vuelta que nos permitió conversar sobre textos de variopinta naturaleza, como los manuales de ciclismo del siglo XIX —Damas en bicicleta de F. J. Erskine y Pleasure cycling de Henry Clyde—, los ensayos breves de Pablo Fernández Christlieb y Julio Torri —“La velocidad de las bicicletas” y “La bicicleta”, respectivamente—, la autobiografía ciclista de Miguel Delibes, Mi querida bicicleta, la crónica biográfica ilustrada de Powerpaola, Todas las bicicletas que tuve, los Diarios de bicicleta de David Byrne, la historia del colectivo Bicitekas que se vierte en la imperdible Crónica Biciteka de Georgina Hidalgo Vivas, los aportes de Sandro Cohen en su entrañable manual Zen del ciclista urbano, el ensayo Elogio de la bicicleta del antropólogo Marc Augé, el ensayo filosófico y biográfico del ciclista profesional Guillaume Martin, Sócrates en bicicleta, entre muchos otros textos. Además, tuvimos la dicha de conversar con el autor de Bicicletas y otras drogas, Rogelio Garza, quien nos compartió sobre su relación vital con las bicicletas, y su pasión por la escritura y la música.

Pienso, a propósito de la novela de Flann O’Brien, que nuestra Vuelta evidenció, en primer lugar, la personalidad del colectivo: coincidir en el hecho, asombroso, de ser mitad persona y mitad bicicleta, pero también, lectores y escritores. Como tallerista constanté que hay una dimensión ontológica en ello, de la que irradia una particular forma de amar la vida y una mirada crítica sobre el entorno; un deseo de resistir, de invertir las lógicas que a diario se nos imponen; un impulso errante que invita a perdernos, a explorar nuevos horizontes y experimentar, con la fuerza y fragilidad de nuestro cuerpo, una pequeña porción de libertad.

A lo largo de esas semanas que culminaron con una rodada de convivencia en Ciudad Universitaria, el entendimiento del yo en movimiento adquirió un significado más profundo a través de los ejercicios de escritura, en los que abarcamos géneros como el ensayo, la autobiografía, el manual y la crónica. Escribir es otra gran compañera que permite representar, objetivar, darle sentido a lo que somos y al espacio que habitamos.

Así, Yuri Sevilla nos enseñó que la bicicleta puede tener una dimensión escénica y disruptiva en el espacio público; Gisela Lima nos mostró que se puede pedalear para sobrevivir a la ciudad, pero sobre todo para sobreponerse a la pérdida; Levi Ramos compartió que la bicicleta es la mejor amiga para un viaje, sobre todo cuando se trata de desandar el árbol genealógico; José Luna y Hugo José demostraron que la cámara fototográfica puede engranarse a la bicicleta para documentar los usos de esta herramienta en distintos ámbitos: José Luna argumentando que algunas de ellas son indomables y pueden ostentar un temperamento que supera al de su jinete, Hugo José retratando la dimensión poética de las cletas y de sus usuarios en múltiples entornos socioculturales. Gerardo Ochoa nos sedujo con los relatos de sus cicloviajes en solitario: errabundeos que rozan la épica. Alexandra Ferro cautivó con los efectos curativos que montar bici ha significado en su vida, mientras que Marilú Caballero nos permitió asomarnos a la dimensión simbólica de “esa” bicicleta de la infancia. Patricia Arciniega nos conmovió con sus recuerdos de madre, en los que se cruzan los suyos y los de su hijo, otrora atleta de velódromo. Ángel Reyes nos cautivó con su activismo crítico, y le imaginamos pedaleando con fluidez por la gran ciudad, contagiando el vicio por la música y la rila. Por su parte, Alejandro Parra, adicto a abordar retos atléticos sin previsión, nos contagió su humor mordaz.

Sea ésta una introducción sui géneris, en el sentido que he querido presentar, más que los textos, una minúscula parte de los perfiles de quienes atendieron con entusiasmo el curso. Como podrá advertir el lector, en esta publicación colectiva se vierten historias, la mayoría biográficas, en las que también se asoman las personalidades de las respectivas bicicletas de Alex, Ángel, Paty, Marilú, Alexandra, Gerardo, Hugo José, Levi, José, Gisela, Yuri. Invito, entonces, a que el lector complete la imagen “mitad persona, mitad bicicleta”. El dossier, además, cuenta con las bellísimas ilustraciones de Marilú Caballero y las fotografías de Hugo José.




Lucila Navarrete Turrent. (Torreón, Coahuila, 1980). Es ensayista, ciclista y académica. Es docente de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila. Su libro más reciente es Cura rotatoria (IMCE, 2022). Le interesa la crítica y la teoría literaria latinoamericanas, la relación entre periodismo y literatura, y la presencia de la bicicleta en la escritura.


 

Punto en Línea, año 16, núm. 111, junio-julio 2024

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