Priscilla, de Sofia Coppola
Priscilla
Sofia Coppola
Estados Unidos, Italia, 2023, 113 mins.
Priscilla, octavo largometraje de ficción de Sofia Coppola (Nueva York, 1971), comenzó de manera casi paralela junto a un proyecto televisual que AppleTV rechazó al señalar que la protagonista del relato era "antipática". El personaje en disputa era Undine Spragg, protagonista de la novela Las costumbres nacionales, de Edith Newbold Jones, conocida como Edith Warthon, y a quien la cineasta calificó como su anti-heroína literaria favorita (Rachel Syme, The New Yorker, 2024). El papel de la directora de Perdidos en Tokio (2003) sería como productora. La realización de cinco capítulos contaría con 40 millones de dólares. Para entonces, Coppola ya había leído el libro Elvis y yo, de Priscilla Ann Beaulieu, y se sintió interesada tanto en el tema como en su contexto visual. Obtuvo apoyo de The Apartment y A24, y reunió un presupuesto de 20 millones. Además, invitó a Priscilla Ann Beaulieu para que participara como productora de una película sobre un periodo de su propia vida y logró convencerla tanto por la filmografía que ha legado como por su vínculo con Hollywood.
La primera impresión del filme, como lo sugiere su prólogo repleto de detalles, es que "Cilla", como la llama Elvis, es una mujer convertida en el objeto más preciado de un microcosmos encabezado por el cantante, pero sostenido por las personas que les rodean. La muchacha no únicamente es mirada como un objeto de exhibición, sino como un fetiche destinado al coleccionismo más íntimo y caprichoso. Según dicta el presunto orden espiritual del músico, una mezcla de puritanismo sureño y de exploración de La autobiografía de Yogi, él no debe perder el control con "su chica". Ella es sagrada y, sobre todo, ocultable como todas las cosas kitsch que hay en el núcleo mismo de la inmaculada Graceland: la habitación a la que sólo pueden ingresar el roquero y la protagonista del filme, quien dos veces (primero simbólicamente en Alemania) asciende las escaleras para ingresar a esa vitrina patriarcal de un sujeto que pareciera estar en una busca desesperada de una segunda madre.
Por ello, Cilla no sólo es el fetiche, dejado a la soledad del cuarto o de la estancia, sino que es también el objeto maternal anhelado por una figura pública desprovista de madurez y resiliencia. Él espera que ella esté cuando sea necesaria. Aquí subyace uno de los hallazgos temáticos de Priscilla: película íntima siempre, lejos de todo espacio público y multitudinario, los personajes podrían pensarse como la metonimia de numerosos vínculos moldeados por los roles y las violencias de género naturalizados en su tiempo. La mirada de Coppola transita de un realismo romántico, siempre inestable, que se diluye sin llegar al naturalismo. Estas mutaciones sitúan al largometraje entre producciones como Revolutionary road (Sam Mendes, 2008), que desbarata el ideal colectivo de pareja en el marco del ideal americano de los cincuenta, e Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019), que desarma el ideal de la pareja misma. Coppola va más allá: desactiva las creencias e ideales de las relaciones de farándula para mostrarlas como vínculos cotidianos.
Una evidente sensibilidad formal, como la que ya vimos en Somewhere (2010, ver reseña en Atalante 30) y On the rocks (2020, ver reseña en Atalante 90), distingue la producción a cargo del habitual equipo de Coppola de otros relatos similares. Por ello, acude a su habitual simbiosis entre decorados y música porque desea construir una mirada empática y adecuada para complementar los cambios recreados por la presencia apacible ante la cámara fija, aunque firme, de Cailee Spaeny, quien recibió la Copa Volpi como mejor actriz en el Festival de Cine de Venecia. Tamara Deverell, diseñadora de producción, produjo un contraste entre la sensación monocromática, casi en escala de grises, de la base alemana frente a las paletas de colores con contraste de Graceland y Las Vegas. Es, según explicó la realizadora a Hollywood Reporter, casi como en El mago de Oz (1939). La textura de la música, por supuesto, también se transforma cuando la adolescente de 16 años llega a Estados Unidos y participa en desbordantes noches que luego serán una rutina (farra-desvelo-pastillas-escuela) con edición elíptica, planos rítmicos, caminatas autoreferenciales con estilo Ladrones de fama (2013, ver reseña en Icónica 6) frente a la lente y cámara móvil como evidencias de que ha sido capturada por un vértigo ajeno similar al brazo extendido de su querido que parece tenderle una barrera para aprisionarla.
Resulta discutible si Priscilla dio un protagonismo excesivo al músico si pensamos que se trata de una biopic sobre la joven. Ante ello es posible que el filme haya sido ideado con intención minimalista. No es la biografía abarcadora y ambiciosa como los recientes Oppenheimer (2023) y Napoleón (2023). Más bien, se trata de una historia de vida; un periodo y no la totalidad; un lapso que se asoma por los huecos de las ventanas ―cuya luz divide el rostro de la joven en dos mitades― a la intimidad detrás de las puertas mientras ocurrió la relación. Es, además, un relato subjetivo que sitúa la atención en la gestualidad silente de Spaeny quien funge como un eco lejano de Lilian Gish de El viento (Victor Sjöström, 1926) al encontrarse, siempre rodeada de los hombres de la banda, con un tempestivo chico con mamitis. Salvo en la secuencia de la joven explícitamente fetichizada, que quizás fue rodada así para romper el maniqueísmo y explicitar los deseos que ella tenía, las violencias verbales ("es que soy yo o una carrera, nena") o físicas (los objetos arrojados) de Elvis están fuera de nuestro alcance visual. En cambio, allí impera la fisonomía de la joven que, como su cabello y su atuendo, fluctúa entre alegría y desasosiego, arreglo y desarreglo, o Priscilla y "Cilla". De allí que una elección escénica tan elemental como el uso de un vestido con estampados resulte una premonición.
En un contexto de producción en que el género conocido como comming of age ha adquirido protagonismo, la filmografía de Sofia Coppola resulta idónea cuando ella misma ha señalado que gusta de los relatos sobre la búsqueda de la propia identidad o la maduración de las muchachas adolescentes. Priscilla resulta un caso extraño. Es como una precuela de comming of age pues, esta vez, esa parte de la película no está del todo en las imágenes. El filme abarca una toma de conciencia de la indiferencia. No muestra quién fue Priscilla Ann Beaulieu, la ulterior actriz de cine, de series de televisión como Dallas y empresaria, sino cómo encontró a Cilla. No está el proceso de crecimiento, sino el conjunto de experiencias que cataliza algo que está más allá de la pantalla. Antes que emancipación, es resiliencia. Antes que maduración, es toma de conciencia de la necesidad de salir de un paradójico vértigo, colectivamente sostenido, en una relación de poder cuyo ejecutor también es un prisionero.
Filme empático y solidario. Historia de un vínculo tortuoso sin exaltación. Tránsito gozoso por los sonidos de una época, actualizados creativamente con vibraciones electro-pop (Phoenix otra vez) como paralelismos de los descubrimientos de la juventud (ante la negativa de Elvis Enterprises para que aparecieran sus canciones en la película porque ésta no protege sus intereses). Película interior e interiorizada. Es inevitable pensar en la manera en que Priscilla se relaciona con la reciente superproducción Elvis (Baz Lurhmann, 2022) y resulta difícil ignorar el enfoque ético y, en particular, la mirada que nos ofrece su política de la representación. Lo anterior tendrá relevancia particular porque esta película podría constituir la más política de la trayectoria de su directora hasta el momento. No es circunstancial que una constante del modo en que la realizadora de Maria Antonieta (2006) nos hace ver la relación Priscilla-Elvis consiste en que ella siempre debía convivir con la corte de hombres que circundaban al músico y que se sumaban a las decisiones que él tomaba sobre ella. De manera similar a lo que propuso Pablo Larraín en Jackie (2016) con la actuación memorable de Natalie Portman, cuando muestra cómo una viuda supera el luto para ejercer la autoridad que le correspondía entre hombres que la menospreciaban, Priscilla debe abrirse un lugar en espacios que, como la Casa Blanca, también eran excluyentes con las mujeres.
De vuelta al constructo político de la mirada, Sofia Coppola dijo a Vogue (2022), en entrevista, que la película de Lurhmann tenía un tratamiento creativo y que apreciaba el apego que causó con su personaje. No obstante, también consideró que era pertinente contar con dos visiones de un mismo hecho pues la Priscilla de aquel filme no permitió una identificación similar. Si bien el trabajo de Lurhmann tuvo aparentemente su máximo interés en dos procesos adaptativos (adecuar el emblemático concierto de televisión Aloha from Hawaii a cine y reelaborar la época del protagonista desde una poética que disloca la temporalidad contextual-musical como en otros proyectos), su relato, con 80 millones de dólares a cuestas, presenta a Elvis como el chico explotado y encerrado por el mánager conocido como El Coronel. En Priscilla, Coppola bordea con la idea del prisionero aprisionador. Además, con dominio técnico e inteligencia estilística, supera, como una Warthon con cámara, la visión maniquea. Por ello, observa a los dos jóvenes como una pareja común, con todo y su fardo de inequidades y roles debido al mandato social que replican, en la que alguien tuvo la voluntad necesaria para tomar el volante de su propia vida.
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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios, encuentros y congresos ALED, AMIC, SEPANCINE y SUAC, así como en las dos primeras ediciones del Encuentro Internacional de Investigadores de Cine Mexicano e Iberoamericano de la Cineteca Nacional. Ha colaborado con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Sus líneas de trabajo son cultura, poética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C, Filmoteca UNAM, 2019) y ha publicado capítulos de análisis cinematográfico en Cine digital y teoría del autor. Reflexiones semióticas y estéticas de la autoría en la era de Emmanuel Lubezki (2019), Fragmentario de la comunicación rupestre V. Arte y comunicación (2022), Miradas transdisciplinarias. Nuevos acercamientos al arte cinematográfico (2023). Letterboxd: Rodrigo.