Tres recuerdos
Marilú Caballero Robles - Lúm
Mi trici
Seis días después de la Matanza de Tlatelolco pasaría la antorcha olímpica frente a nuestro balcón, mi mamá adornaba la baranda blanca con globos. A mis tres años yo no entendía nada de las “Olimpiadas de Sangre”, como las llamaría yo, cuando tiempo después tuve conciencia de lo que había ocurrido en 1968. No nos dejaba tocar los globos, “¡No son para jugar!”, decía. Eran rojos, pero perdían algo de su color cuando mi mamá y Guille los inflaban; elipsoides, rojizos y blanquecinos, como tal vez fue el crúor lavado en la Plaza de Tlatelolco.
Sentí la propulsión de mi triciclo en mi tórax erguido: alto total, después avanzar al frente, pedalear corto hacia atrás y adelante, ir y venir en el espacio reducido entre el sofá y el portal del balcón. La energía se elevaba por mi cuerpo, desde mis pies que accionaban los pedales hasta mi melena. Saboreé la autonomía mucho antes de que supiera lo que era la libertad ciclista. Mi primera vez fue en mi triciclo. Rodaba circundando los racimos de globos que mi mami y Guille, mi nana perdida, ataban de tres en tres y colocaban por afuera del balcón. Ese balcón al que no nos dejaban ir, y al que nos escapábamos para tirar y ver nuestros juguetes precipitarse hacia la calle. Los transeúntes solían subir los tres pisos con el correspondiente objeto lanzado. Así fue como se enteró mi mamá que yo transgredía los límites impuestos, cuando a mis cuatro años causé un apagón desde ese balcón, que dejó a oscuras todas las manzanas circundantes menos la mía. Ese balcón recorrido sin cesar por mí, con mi triciclo.
Mi mami reservó una tríada de globos y engalanó mi manubrio. Recuerdo la curva del óvalo de látex moviéndose al ritmo del triciclo: un vaivén. Entonces, vi pasar la antorcha vitoreada, abajo en mi calle, y así participé también de la historia, ignorando esa vez que era por los muertos. Que vivimos ignorando a los muertos. Mi triciclo y yo saludamos el paseo de aquel fuego inocente y culpable que nos calcinó.

Lux velocior sonus
A mí me gustaba lo dorado-dorado, ¡que brillara y se notara el color!, no esos tonos soplados, como el oro viejo de mi “elegante” Vagabundo. Pero la amé. Montada en mi bici, yo me crecía y me engrandecía. Dominarla me hacía sentir segura y con poder, yo era una extensión de ese artefacto. La bici y yo: una línea imparable de color del sol, como mi nombre: luz, y yo la centella que partía en dos el aire, abriéndome paso sobre el pavimento, pedaleando con decisión y precisión, sin frenar por nada ni nadie, y menos por el grupo de grandulones amenazantes, mayores de quince años, que me esperaba al final de esa calle empinada, justo frente al Cine Lux. Pero no pudieron detenerme ni pegarme, como pretendían. A mis diez años surqué el mar de idiotas, sus burlas y ofensas mudas, como calcomanías estampadas en sus caras atónitas de un tajo certero. Hendido en dos su orgullo de manada “varonil”, desconcertados y aturdidos, sólo atinando a gritar el insulto verbal del incapaz, decidí no escucharlos, lux velocior sonus: la luz es más rápida que el sonido.

La bici de Belice
Tauro, un ex policía del sur de México, que cocinaba delicias en un hotelito a la orilla del mar, conseguía cosas de la zona franca de Belice. Era azul ultramar y costó 600 pesos, un regalo sorpresa que yo no pedí. Cómo iba a atravesar en bicicleta esa carretera de tráileres veloces, que partía en dos esa villa del caribe mexicano, pedalear unas cuadras para ir a trabajar al bar de Bionda y ayudarla a no perder su última inversión.
El Cipactli se volvió el lugar de moda, empecé a cantar por gusto, y con gusto se juntó el público que pedía el repertorio de siempre. Una madrugada preferí caminar y dejé la bici en el bar. Por la mañana sonó el celular, la voz preocupada de Luis, el bartender, me dijo: “Me llevé tu bici. Tengo una emergencia, te la llevo al rato”, y colgó sin esperar mi respuesta. No lo volvimos a ver, por supuesto que a mi bici tampoco: pueblo chico, infierno grande. Se rumoraba que le habían dado el pitazo, que iban por él. Huyó librando los balazos en mi bici azul ultramar de 600 pesos, comprada en Belice.

Febrero 2024