ensayo / agosto-septiembre 2024 / No. 112


Un osito de peluche de Taiwán


Claudia Fernández



Nuestra fascinación por los osos se remonta al paleolítico; un ejemplo de ello se puede observar en el arte rupestre de las cuevas de Ekain, en el País Vasco. Resulta curioso pensar cómo esas bestias peligrosas se transformaron en los tiernos juguetes de peluche que hoy descansan en nuestras camas. Ya sea en cuevas o en nuestras habitaciones, los osos y los humanos compartimos un vínculo poderoso.

Para los ainu, un pueblo originario de Hokkaido, en el norte de Japón, los osos son conocidos como kamui, que significa dios. Estos animales fascinantes tienen la capacidad de hablar con los dioses y transmitir sus mensajes a los humanos. Aunque otras especies, como lobos, cuervos, ranas y peces, también son consideradas deidades, los osos están a la cabeza de los espíritus, puesto que son ellos quienes se encargan de proteger las montañas.

Así, los dioses visitan nuestro mundo disfrazados de animales y sólo pueden regresar a su lugar de origen con la ayuda de los humanos. Para lograr esto, se realizaba la ceremonia del iomante, en la que se sacrificaba un oso para liberar su espíritu y devolverlo al plano supraterrenal. Este ritual, que duraba tres días, era una muestra de respeto y veneración al dios-oso.

El iomante fue eliminado en la primera mitad del siglo veinte, al ser considerado una manifestación de crueldad animal. Décadas más tarde, la ceremonia pasó de la censura al reconocimiento, ya que data de más de mil años y es fundamental para entender la historia de los ainu. Actualmente, los kamui están en museos y son animales de respeto. Gracias a ellos, los humanos pudieron sobrevivir y alimentarse.

En Occidente, los osos se popularizaron a través de la figura del teddy bear. Se dice que estos tiernos juguetes fueron creados en honor al presidente Theodore Roosevelt, quien se negó a disparar a un oso durante una cacería. Posteriormente, Morris y Rose Michtom aprovecharon la noticia y decidieron fabricar ositos de peluche para su venta.

Desde una perspectiva psicológica, los osos de peluche funcionan como "objetos transicionales", es decir, posesiones materiales que brindan seguridad y tranquilidad a los niños, especialmente en momentos de cambio y transición emocional. Nuestra atracción por los osos ha llevado a la creación de peluches robotizados con reacciones y personalidad propia.

Por otro lado, los ositos de peluche no son exclusivos de la infancia, también pueden ser muy útiles en la vida adulta. Estos suaves y tiernos objetos nos ayudan a afrontar situaciones de estrés y momentos de crisis. Tal vez tener un animalito de felpa parezca infantil y motivo de vergüenza para algunos, pero es bastante común conservar nuestros juguetes de la infancia, pues nos permiten dormir mejor y sentirnos acompañados en tiempos de soledad.

De esta manera, nuestros objetos de transición nos recuerdan que existe el amor incondicional y nos ayudan a superar los traumas de la niñez. Podemos tratar a esos animalitos con la ternura y la comprensión que nos hubiera gustado recibir de nuestros padres. En mi caso, convivo con dos osos de peluche: Otto y Rita. Otto permaneció mucho tiempo escondido por vergüenza, y Rita llegó por casualidad. Probablemente, ambos representan un vínculo material con mi infancia. Me gusta pensar que acompañan a mi perro y cuidan de mi hogar cuando salgo a trabajar.

Escribo esto y poco a poco dejo atrás el sentimiento de vergüenza por tener juguetes como compañía. Los objetos tienen un lugar especial en mi vida y también forman parte de mi pasado. Quizá mi memoria no distinga entre materia y espíritu. Aún queda algo de ese hombre primitivo que imaginaba que las cosas, las plantas y los animales tenían su propia alma.


Claudia Fernández (Toluca, México, 1987). Poeta y traductora. Ha publicado Nada eres (Ed. La Chifurnia, El Salvador) y Tiricia (Plétora editorial, México). Se dedica a la docencia de literatura y lengua francesa.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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