reseña / octubre - noviembre 2024 / No. 113

Una reseña soleada para cuentos sombríos

Un lugar soleado para gente sombría
Mariana Enriquez
Barcelona, Editorial Anagrama, 2024, 229 pp.

Siempre he tenido la impresión de que todas las ficciones son, en última instancia, historias de terror. La buena literatura tiene el poder de estremecer y provocar miedo, aunque sea en su forma más inocua. Es horrible enfrentarse a la realidad del mundo, pero es más aterrador especular sobre las formas que podría adoptar, para bien o para mal. En este sentido, el cuento se erige como un medio especialmente eficaz, gracias a su brevedad, su ambición concisa y su velocidad vertiginosa. Desde los Cuentos de la infancia y del hogar de los hermanos Grimm hasta Un lugar soleado para gente sombría (Anagrama, 2024), el último libro de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973), cada historia corta se convierte en un macabro Aleph: una fracción del cosmos que representa este y todos los mundos, con toda su ternura y su crueldad.

El nuevo libro de la escritora bonaerense, conocida por dos colecciones de cuentos anteriores y por la monumental novela Nuestra parte de noche (Premio Herralde de Novela), inicia con una pequeña obra maestra. En "Mis muertos tristes", una anciana despliega su extraordinaria habilidad para "calmar" a los fantasmas en beneficio de su vecindario. Este barrio periférico, asolado por la violencia y la desconfianza, alberga habitantes cuya consciencia está corroída. Se lamentan por los muertos, pero evitan hacerse cargo de sus ecos. Porque los fantasmas que la anciana enfrenta no son como los imaginamos, no asolan las casas viejas o baldías sembrando el terror: “No sé qué piensan, si es que piensan, porque más bien repiten, y las repeticiones parecen actos reflejos sin pensamiento, pero sí que hablan y sí que opinan y sí que tienen arranques de mal humor. […] Parecen humanos, parecen inteligentes, pero sin embargo son un filamento obligado a repetir”. Uno de estos ecos fue un joven de la barriada, cuyo cadáver se descubrió una mañana gris. Clamó por ayuda la madrugada de su muerte, tocando cada timbre y golpeando cada puerta del vecindario. Sin embargo, nadie le brindó ayuda, pues los vecinos temían que se tratara de una treta para robar sus casas. El horror es lapidario y totalmente mundano: “Pero al menos hubieran llamado a la policía. ¿Ni eso hicieron?”. Esta historia alude al llamado “efecto Kitty Genovese”, surgido tras el trágico asesinato de esta joven en 1964 en Nueva York. Este fenómeno se refiere a la tendencia de las personas a no intervenir en situaciones de emergencia cuando hay otras presentes. Aunque este concepto ha sido objeto de cuestionamiento en años recientes, no resulta improbable en la dimensión Enriquez: la sociedad está muerta, nadie ayuda a nadie, se desconfía de las sombras y se cierran los ojos frente a los problemas. Los fantasmas-eco son la prueba porque, no son la esencia de los muertos, sino de los vivos que cargan con sus conciencias. “Me pregunto (escribe Enriquez) si esa imagen emana de ellos mismos o de quienes los vemos. Si son o no una construcción colectiva”.

El cuento “La desgracia en la cara” aborda el trauma generacional de tres mujeres (abuela, madre e hija), miembros de una familia donde circulan los secretos como presencias silenciosas: que a la abuela y a la madre las violó, en distintos momentos de su vida, un ser sin rostro que las contagia (¿por el contacto sexual?; ¿a través del miedo y el sufrimiento?) de su condición sin-cara. Al desdibujarse pierden los sentidos: no ven, no escuchan, pero principalmente, no pueden hablar de esa vergüenza, re victimizadas por la sociedad argentina.  

El cuento que da nombre al libro recupera una macabra anécdota de los últimos años: la triste y extraña muerte de Elisa Lam, una turista canadiense, en el tétrico Hotel Cecil de Los Ángeles (la ciudad soleada por antonomasia). El nombre y rostro de esta chica adquirieron fama en internet cuando se filtró la última cinta donde se tiene constancia de su vida: en el elevador del hospedaje, haciendo señas misteriosas y movimientos irracionales, minutos antes de subir a la azotea, donde su cadáver se encontraría unos días más tarde, flotando en el tinaco. Un caso triste, pues Elisa padecía trastorno bipolar y las autoridades atribuyen su muerte a un accidente. Es, sin embargo, un favorito de los investigadores paranormales, y de una periodista en el cuento de Enriquez que asiste al ritual de una pequeña secta que busca contactar a Lam.

Tanto el anterior como el cuento “Julie” (mi favorito) nos hablan del miedo social y la indiferencia frente a las enfermedades mentales. En este último, la protagonista sufre episodios donde espíritus desconocidos se presentan para tener sexo consensuado con ella. Esto, que para ella es un placer sin tapujos, representa la vergüenza de sus padres, dos argentinos que migraron a los Estados Unidos. Todos abandonan a Julie: su familia directa, que planea arrumbarla en un psiquiátrico de Argentina; su familia extendida, que no sabe cómo tratarla, y su prima (la narradora) quien la entrega a una sociedad que practica el sexo con fantasmas (¿será real, o un truco de burdos traficantes de personas?), y siente alivio de no verla nunca más.

Los zoológicos como campos de concentración y casas de detención clandestinas durante la dictadura argentina en “Los himnos de las hienas”; el abandono de la infancia y de la industria nacional en “Cementerio de heladeras”; las intervenciones quirúrgicas, médicas y estéticas en “Metamorfosis”; el capital simbólico misógino, clasista y brutal de la rancia clase alta en “Diferentes colores hechos lágrimas”. Los cuentos de Mariana Enriquez muerden dos veces. Primero, al plantear motivos de realidad espeluznante, la Argentina post-dictadura, en perpetua crisis económica y social, con ciudadanos sombríos de odios arraigados en la entraña. Y después, al recubrirlos con una capa de mutilados, espantos, aparecidos lumpen y monstruos de corte inglés.

Pero el horror en la obra de Enriquez no solo reside en los espectros o en la descomposición de la carne, ni se limita a los atroces actos de barbarie como violaciones, cortes, dilaceraciones y represiones sexuales. Más bien, radica en la escalofriante constatación de que estos sucesos son cotidianos, normales, proliferan a la vuelta de la esquina. Ello despierta un miedo palpable cuyas raíces se remontan a décadas de indiferencia, represión y aislamiento comunitario. En Un lugar soleado para gente sombría, presenciamos cadáveres y fantasmas que habitan en la realidad misma. Con la descomposición de su carne, también se descompone el tejido social; al encontrar sus sombras, los personajes y el lector se enfrentan a los espejismos que han perseguido a nuestros padres, abuelos y bisabuelos.

Reducir la escritura de Enriquez al mero "género", o limitarla al ámbito de lo fantástico o el terror, sería restringirla a horizontes estrechos. Quien la lee con estos anteojos se decepcionará, su lectura será pobrecita y limitada. Porque los de Mariana Enriquez son cuentos sociales en toda regla, retratos anti-realistas, receptáculos de una verdad profunda que trasciende la simple descripción de los hechos.

En los cuentos de Mariana Enriquez, los finales no están cerrados. La tradición del cuento latinoamericano nos ha acostumbrado a finales impactantes: el knockout de Cortázar, el giro de tuerca, la revelación de la historia secreta, tal como enunció Ricardo Piglia. Mariana Enriquez desafía estas expectativas. Sus finales son abiertos porque, en la vida real, las historias no se clausuran; los temores sobreviven a cualquier acción, presente o pasada, a cualquier persecución o huida desenfrenada. No hay duelo, no hay cierre, no hay forma de completar el círculo. Para un mundo retorcido como el nuestro, se requiere una literatura que retuerza los límites del discurso.




Rafael E. Quezada (Ciudad de México, 1995). Cursa el doctorado en Letras en la UNAM. Es autor de la colección de cuentos El hambre del mundo (México, Ediciones del Lirio, 2023). Fue ganador del Primer Premio Memorial 68 en la categoría de Cuento en 2015; del Concurso Punto de Partida 2017 en la catergia de Cuento; del Concurso Iberoamericano de Ensayo para Jóvenes Fondo de Cultura Económica, en 2017; y del XXI Certamen de Relato Corto Eugenio Carbajal 2024.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 114, diciembre 2024-enero 2025

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fecha de la última modificación 5 de diciembre de 2024.

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