Giselle López Fernández
Inaprensible
He deletreado
la honda hambre
que mueve mis miembros,
la espesa y gruesa sed
que me deambula.
La he dividido en sílabas,
la he masticado
sin digerirla
para colocarla en la boca
de los pichones.
Ha quedado siempre
detrás de las aves
y las densas vértebras,
después de la apoteosis
y la serena tarde hidrofóbica,
la grafía de algo
que pasa de largo.
Como orden léxico
inferior a toda su apariencia de caos
ha quedado su prófuga sombra.
Autoanálisis
Me busqué con ojos pardos
con ojos insomnes
con ojos de persona extraviada.
Me rastreé, me olfateé
me seguí la pista
me perseguí
me acorralé
me predé.
Me escribí canciones
me recité poemas
me dije un piropo
me tiré una piedra.
Me rodé entre las manos
me lancé a la otra orilla
me sembré
me desmembré
y di mis raíces
como tubérculos
a los mercados.
Me puse abono,
me expuse al sol
me quedé a la sombra
y me deshice de lo hijos
como la mala madre
serpentinosa.
Me conocí un poco
me extrañé algo más.
Me empujé
paré de empujarme
me dejé empujar
me cansé de que me empujaran.
Me convertí en conato
achaté el vientre
inflé las caderas
y me hice vela de nave
punta de flecha
cosa que va
cosa que se clava
hasta no poder
clavarse más.
Aves
El cuerpo mío se ha ido
a perdonar ausencias.
Como un trazo un pabilo
se ha ido.
De unos días acá
todo lo trivial es sagrado.
El colador,
una bombilla,
los aguacates.
¿Qué tendrán las aves
que de tanto viento
y luz
y lírica
parecen ángeles?
Afanes de verano
Evaporadas
como lluvia retenida en nube negra
están sobre mi cabeza
las palabras.
Yo que era campo anegado
paraíso del arroz y la legumbre
hidropónico de rúcula y albahaca.
Delante de mí
y debajo
va el sol tragándose las aguas.
Desayuno luz
almuerzo vapores de asfalto
en la cena aderezo
astros redondos
de metales preciosos.
Aquí es siempre casi día
para las cosas que quiero contar.