atalante / febrero-marzo 2025 / No. 115

 

Flow, de Gints Zilbalodis


Flow
Gints Zilbalodis
Letonia, Francia, Bélgica, 2024, 80 mins. 




Un gato huye de un grupo de perros, encabezado por un labrador juguetón, hasta que una inundación los dispersa por el bosque. El felino vuelve a una casa, aparentemente deshabitada, que ostenta ilustraciones y esculturas. Mientras la altura del agua incrementa, el canino sube a un bote en el que, azarosamente, encuentra a su manada. El gato abandona su morada y trepa una inmensa estatua que resulta insuficiente ante el aluvión. Para sobrevivir, logra abordar una embarcación, ocupada por un capibara, en la que vivirá nuevos encuentros e incidentes.

Flow (2024) es el segundo largometraje de animación de Gints Zilbalodis (Riga, 1994) luego de que produjera, escribiera, animara y montara Away (2019). Su método en ambos trabajos fue similar: partió de una banda sonora, diseñó escenas sin recurrir a diálogos y dispuso de un núcleo de personajes que deambulan en un ambiente inquietante. Su propuesta más reciente contó con un presupuesto que le permitió dirigir un staff más amplio. No obstante, recurrió a un software de animación de código abierto (Eeve de Blender) para crear un mundo fluvial, inspirado en Piper (Alan Barillaro, 2016) y el naturalismo, para que tuviera una apariencia de artesanía. El resultado es una audiovisualidad envolvente que se distingue de las animaciones convencionales y que podría relacionarse con el impresionismo en el cine.

Zilbalodis buscó convertir la mirada del gato, y la de la cámara, en una experiencia inmersiva para la audiencia. Esto resultó en una simplificación narrativa en la cual no actúa el mecanismos de la fábula o el esquema de develación de un misterio. Lo que vemos es un cambio repentino del medio que desata una suerte de river picture. Un gato vaga entre encuentros y desencuentros con un grupo de perros, un capibara, un ave, un lémur y una ballena. No estamos ante un arquetipo. Es un proyecto de reducción del mecanismo antropomórfico de la fauna en pos de un realismo en el que el carácter de cada animal es arquetípico porque procura ser representativo de cada especie. Los protagonistas son coreografías de cuerpos y maullidos que evocan a sus referentes del universo animal. Son individualidades que, como el gato y el perro, plantean contrastes que nos alientan a descubrir sus experiencia y aprendizajes de adaptación a nuevos entornos. Felino y canino despliegan las conductas de individualidad y colectividad, respectivamente, sin plantear analogías, muy explícitas al menos, con lo humano. El miedo movilizador del gato es, por llamarlo de una forma, inherente a su condición.

La guía de estilo de Léo Silly-Pélissier, director de animación, establece que el eje de Flow consistía en evocar el lenguaje corporal de los animales, a partir de un enfoque documental de sus comportamientos, y plantear cómo serían sus interacciones y reacciones en un entorno postapocalíptico. A pesar de ello, la lectura del filme se ha encontrado con el bagaje de la mitología entre algunas audiencias. Si bien la atmósfera fluvial fue idónea para desarrollar el tema de manera creíble, sus elementos están inevitablemente ligados a las parábolas de la tradición judeocristiana. La inundación es la huella de un aparente diluvio; la barca del capibara, una vía de sobrevivencia que podría remitir al arca de Noé. Si la intención era alejar a los personajes de estos constructos pudo ser pertinente proyectar otras formas del ecosistema poshumano y, también, amplificar la construcción, de antemano lograda, del sonido ambiente en lugar de las composiciones musicales. Sin embargo, el agua implica una puesta en situación plena de sentido. Es, más allá de las simbolizaciones, el elemento que gozaría de inminente ubicuidad en una eventual era geológica derivada del antropoceno.

Flow remite a dos de las condiciones originarias del propio cine: la experimentación con la técnica y la fascinación por el movimiento. Uno de los rasgos evidentes de su visualidad es que la nitidez de sus texturas es distinta si comparamos la apariencia de los animales con la de los ambientes. En contraste con el estilo hiperrealista de Piper, o de Ga'Hoole (Zack Snyder, 2010) y las recientes entregas de la franquicia de los leones parlantes, el pelaje de los personajes no es tan realista en comparación con los efectos de luz en el bosque, la arquitectura y, sobre todo, en el agua. Pareciera que estos seres en busca de sobrevivencia son aperturas hacia una experiencia del movimiento en un entorno inexplicablemente deshabitado. 

Zilbalodis pudo prescindir del relato, pero acudió al temor del gato, a las incidencias y a la música para acercarse al mayor público posible. Sin embargo, en el desarrollo del filme palpitan momentos equivalentes a la recreación de los relieves arquitectónicos de Venecia cuando los Lumiere habilitaron una cámara en una góndola o al desborde óptico del videojuego first person. El realizador lituano experimentó con el repertorio de variaciones lumínicas del programa Eeve de manera análoga a los ejercicios con lentes de un George Albert Smith (1864-1959) al tiempo que exploró el espacio profundo como los animadores de Las aventuras de Tin Tin (Steven Spielberg, 2011) con menos recursos.

Estos ejercicios con las herramientas de animación enfatizan los reflejos de luz, las variables de las sombras, las sensaciones de textura o los efectos de profundidad que remiten al neoimpresionismo del cine contemporáneo que, por ejemplo, tiene un caso ejemplar en el abordaje del paisaje en El viejo y el mar (1999), de Aleksandr Petrov. En varios planos, los animales viajeros están enmarcados por el sol, se convierten en contornos a contraluz o se proyectan en reflejos variados. Son lugares y criaturas de luz y sombra que brindan las imágenes más memorables y memorizables del filme por su estirpe pictórica. Flow es también una película sobre la luz.

Uno de los aspectos más destacados, que paradójicamente implica un mecanismo antropomórfico, es el diseño sonoro. Éste posee una genuina integración de las piezas musicales, compuestas por Rihards Zaļupe y el realizador, y los sonidos del entorno con el movimiento de las imágenes que recuerdan la riqueza de paisajes y vibraciones acústicas de Eo (Jerzy Skolimowski, 2022); otro filme, por cierto, que relata una odisea desde la perspectiva de un animal. Flow podría apreciarse como una interlocución entre ambientes y atmósferas porque aprovecha tanto la potencia realista del tratamiento documental del sonido como los efectos rítmicos y dramáticos de la música. La acústica del ambiente se impone en secuencias como aquella en que irrumpe la marejada que lo arrastra todo. La atmósfera tiene momentos formidables como el redescubrimiento de lo urbano o los instantes de anomalía, tan inexplicables como la presencia de las esculturas de gatos, que ofrecen mínimas alusiones a situaciones que bordean lo irreal.

En la búsqueda de una suerte de cine puro detrás de una anécdota mínima, el gato no es un protagonista convencional. Es un punto de vista y un proceso. El primer efecto se debe a que su mirada nos introduce en el mundo allí representado, con sus incertidumbres y sus peligros, para revelar un entorno cambiante y desafiante como catalizador de la inteligencia de cada criatura. Después, se trata de un proceso porque advertimos la manera en que la individualidad se desvanece ("Flow away", dice un tema de la banda sonora) en la colectividad. Zilbalodis ha sugerido que esta película aborda temas como el individuo, la sociedad y la integración, lo cuales resolvió con impecable simplicidad visual en el motivo del reflejo, pero ha enfatizado el rol de la cámara y el escenario para producir la impresión de presencia. El tratamiento que brinda a las 22 secuencias posee una dinámica cuya duración abarca el plano detalle, el cual nos identifica con un protagonista, y el plano general, que nos recuerda la inmensidad del paisaje. Esta interacción evidencia que el realismo no está en el relato, sino en el ambiente. Se trata, de nuevo, de un hábitat en sucesión que trata de liberarse de la cultura más allá de que un gato, un capibara o un ave aprendan a manipular el timón de un bote o a reconocerse individual o colectivamente en su propio reflejo. 

El discurso de Flow, antes que acercarse a la fábula convencional, parece aproximarse al sencillo montaje documental de Anima Mundi (Godfrey Reggio, 1992) porque alude a la inteligencia de la naturaleza. Ambos trabajos, además, podrían estar conectados por un proyecto más profundo que consiste en descentrar a la humanidad; sacarla del campo visual del cine. Ambas realizaciones son síntomas que coexisten en un tiempo en que la conciencia del impacto humano sobre el medio ambiente es objeto de intensa disputa ideológica, política y económica a pesar de las evidencias del deterioro. El multipremiado filme del reciente festival de Annency no parece perseguir la metáfora de lo humano a través de una odisea ambiental en clave de bestiario, sino que podría apreciarse como una celebración de los aprendizajes de la sapiencia animal cuando se despliega como capacidad de adaptación al entorno y a sus ocupantes en un mundo en donde el agua, que es el origen, siempre descubre maneras de fluir.

 


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Rodrigo Martínez Martínez. Es docente, investigador y editor. Ha impartido asignaturas, cursos y módulos de cine y de análisis audiovisual en la UNAM, la UAM, la UACM y en la escuela de cine Arte7. Ha participado en coloquios, encuentros y congresos REVLAT, ALED, AMIC, SEPANCINE, FACINE, SUAC y Cineteca Nacional. Es director-editor de la Revista Mexicana de Comunicación y co-coordinador de la colección Investigaciones Contemporáneas sobre Cine. Ha colaborado con las revistas Icónica y F.I.L.M.E. Sus líneas de trabajo son cultura, poética y sociología del cine. Es autor del libro Cine y forma. Fundamentos para conjeturar la visualidad fílmica (UAM-C / Filmoteca UNAM, 2019) y ha publicado capítulos de teoría y análisis cinematográfico en los libros Cine digital y teoría del autor. Reflexiones semióticas y estéticas de la autoría en la era de Emmanuel Lubezki (2019), Fragmentario de la comunicación rupestre V. Arte y comunicación (2022), Miradas transdisciplinarias. Nuevos acercamientos al arte cinematográfico (2023), Resignificaciones: lenguajes en acción (2024) y Audiovisualidades y pensamiento tecnológico (2024). Letterboxd: Rodrigo.

 

Punto en Línea, año 17, núm. 115, febrero-marzo 2025

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fecha de la última modificación 5 de febrero de 2025.

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