CUENTO / octubre 2008 / No. 12 |
Angie |
|
A Haidet |
1
Enfebrecida noche. Angie ha terminado con aquel evanescente vaho lleno de millones y millones de borlas con sabor a whisky; se estrellan en este rostro, raído y lustroso; mi rostro. Su refulgente cuerpo sólo es comparable con el albor que siega la oscuridad. ¡Qué olor! Ese olor que asciende de su anatomía y me vuelve un maldito descerebrado; como cuando acabas tu sopa favorita (fideos) y te pones de estúpido a lamer el plato. Y es que el horrible color de mis paredes —que mi madre me obligó a pintar— da un tono ocráceo a su piel recién extasiada. Ella me mira con sus pequeños ojos negros, me regala esa sonrisa suya que me declara haber hecho un buen trabajo. Acaricio su cabello desaliñado. Rozo mis labios con su orejita y le susurro: “mi endeble animalito, te voy a duchar”. Inserto mi juguetona lengua en su orejita, por dentro, por detrás; bajo lentamente hasta su barbilla y vuelvo, sin dejar de humedecer mi lengua (truco aprendido en mis años de bachiller), sobre su cuello, primero terso y ahora agallinado; puedo sentir el estremecimiento mecánico de su hirviente cascarita sabor a sal y chocolate que todavía quedaba aprehendido en su altiva superficie... 2 ![]() Día con día la cita era a las cuatro de la tarde, junto al puesto de gorditas; sin embargo, ella siempre llegaba tarde. Era la señorita del “es que”: es que mi mamá, es que mi carnal, es que la tarea —su pretexto más tonto—, es que el metro, es que me quedé con una amiga, bla, bla, bla, bla. Pero nunca dejó de llegar. Ya dentro, caminábamos por el pabellón alfombrado de adoquines rosas; lo primero que hacíamos era ir a comprar papas fritas y refresco a un puesto que estaba al lado de la cancha de fútbol rápido; allí, donde una vez Angie había comprado sus sempiternos chetos con extra salsa (Valentina); cuando estaba a punto de probar el primero con tanto picante que empezaba a desintegrarse —casi podía ver la baba que le escurría de los labios–, un balón salió disparado con tan escrupulosa exactitud que acabaron sus frituras sobre la grava de tezontle. Desde aquel accidente, Angie se quedaba escudada a un lado del puesto. Hubo una vez en que no estaba la Hortaliza, ése era el nombre que Angie le puso a la dulcera porque dice que tiene dientes de mazorca, cabello de cebolla y ojos de aceituna, y pues… la verdad es que tiene razón… pero como decía: no estaba la Hortaliza sino su hija, aunque yo siempre he dudado que lo sea, tal vez porque me impresiona aquella muchachita: tiene unos senos enormes y un trasero exuberante; no pude evitar, al verla, recordar algún documental sobre… Sí, sin duda tenía trasero de hipopótamo. —Me das… ¡ejem! Me das… ¡ejem! —qué quieres, no podía dejar de mirar— unas papas, con sal, sin limón y con mucha salsa de la que no pica. Nos dio la espalda al preparar las papas. Angie se dio cuenta de que la veía. Se acercó y me dijo en tono secreto e irónico: —Ya viste, trae tanga morada, y además es de encaje. Anda, qué esperas, agárrale la cola. —¡Güey!, por favor, no seas así. —Eres un peeerrrroooo, un zooorrrrooooo. No mames, no entiendo por qué te gusta si está hecha una marrana —y aquélla que no dejaba de mover su voluptuosa extremidad. Al fin terminó mis papas; Angie pidió sus chetos y una coca de lata. Le pagué y nos encaminamos. Mira, ¿cuánto le pones a esa muñeca?, me dijo; yo le pongo un… ocho ¿y tú? Había empezado de insidiosa, con sus conocidos sarcasmos. No se me hace tan bonita, le contesté. ¡Uy, estarás para escoger, tú! Destapó su coca: ¡Psss!, dio dos traguitos: ¡gulp, gulp! ¡Ah! Pues a mí me parece que la del suéter morado está ahí dos dos, tiene buen cabús ¿no?, y tiene la nariz respingadita, como te gustan. Sí, sí, güey, le dije, lo que tú digas. No mames, me contestó, no aguantas ni una pinche broma, anda, vamos; pero no me vas a negar que te gustó. Y sí, era bonita, pero nada sorprendente, ¿eh? Este tipo de cosas eran extraordinarias en nuestra vida diaria, ya que normalmente Angie me platicaba sobre algún tema que suponía saber; así, la mayoría de las veces cometía errores tan desagradables como decir que los textos griegos no eran literatura, que ningún clásico valía la pena, perjuraba que la Iliada había sido escrita en prosa, y los que decían que en verso sólo exponían sus terribles deficiencias naturales —así les llamaba. Esto era: Un día apacible en el parque, creo. 3 Hoy. Domingo. Empezó el día frío. Mientras corría en la mañana, ese vaporcillo helado que pocas veces se ve en la ciudad —excepto cuando es smog—, me golpeaba la cara, entumiéndomela casi de inmediato… ¡Arde! …Bajé la mirada y me cubrí la cabeza con mi gorrito de teporocho —eso dice Angie— Los adoquines se esfuman formando un piélago rosita y en momentos manchas blancas. Pequitas de caca de bellos pajaritos. Algunas verdaderas motas verduscas, ¿escupitajos? No; inmensas mierdas de ratas voladoras ¡Diablos! Y yo que quiero dar poesía a mis pensamientos. Acabo de lastimar a un adoquín… Oh, no, espera… ¡el adoquín me lastimó a mí! ¡Auch! Estúpido pedazo de… Inhala, exhala. Sudor en la espalda y pecho, gotita en mi ojo ¡Quema! Me tallo. Un tuerto, un pirata corriendo sobre la estera rosa; conchitas pequeñas, lentas; cangrejillos ermitaños —bueno, algún nombre tiene que dársele a los caracoles (asquerosos)—. ¡Crack! ¡Uppss! Pobre babosa. Ella se atravesó. ¡Tierra a la vista!, o mejor dicho: ¡Álamos, fresnos, y muchos pero muchos eucaliptos a la vista! La niebla, adusta, se ha dado por vencida. Joven viene trotando. Sonrío. Pasa. Recibo rostro de bolo alimenticio. Me desconcierto. Paso mi mano para enjugar mi frente empapada; tapo los ventanales de mi nariz. ¡Wack! Moco verde, pétreo. Entiendo. Hoy en la noche: Angie. 4 Perennes saetas transparentes enjuagan mi cuerpo ¡Qué bonito se escuchó eso! Un febrido destello que proviene del ventanal hiere la lluvia provocando una metamorfosis iridiscente. ¿Qué color forman todos los colores? ¿Acaso el negro? No, el negro es la ausencia de color, sí, creo que sí. Negro. La ausencia de este iris son los ojos… los ojitos de Angie. ![]() Angie. 5 ![]() Mamá rata: Bambi… digo, Ratiti… ejem… ejem… tienes que ser fuerte. Ya, no debo ser tan manchado; supongo que también sufren. Continuando la cuenta: dos ardillas, una de ellas muy violenta por cierto. El semáforo me a-du-ce que tengo veinte segundos para cruzar. Inhala, exhala. Sí, exhala tu alborozo. Cruzo lento; zancada larga. Ando a la Beatle. I’m John Lennon. Con permiso, aquí está tu café, ¿gustas crema? No, sólo un cenicero, por favor. Ajá, ahora lo traigo. Asiento con la cabeza. Oh, ven, ven tacita marmórea, ven con tu nubecilla vibrátil. Pequeño sorbito. Mmmm. ¿En dónde iba? ¡Ah! Sí; pasé la calzada todavía con la imagen de la ardilla que correteaba a la otra. Policías y ladrones: Chipchipchipchip chip: Detente, pelos de escobeta, dame mi nuez, ¡mi nuez! Ya podía ver la cornisa verde del bar. Chip chip chipchipchip: Ja, ja, ilusa; estúpida ardillina desdentada, mejor ponte a tragar florecitas. ![]() ............................................................................................................ 6........................................................................................................ .................................................................Silencio................................. ...............Incertidumbre.......................................................................... ............................................................................................................ ....................................ObeliscoInescrutable............................................ ....................................................................................... .............arañando el firmamento centellante............................puedo sentir el estremecimiento mecánico de su hirviente cascarita sabor a sal y chocolate que todavía quedaba aprehendido en su altiva superficie. Ilumino sus labios, los contorneo; húmedos. No te puedes mover. Mordidita sutil mientras mi mano susurra su perfecta media luna. Suaves glúteos. Angie se enrosca. Sus ebúrneos dedos perforan mi laberíntico cabello, lo estruja y me devuelve la deliciosa sensación del whisky. Sentido gustativo. Musito sus firmes pechos; estupendos botoncitos, cúpulas miniatura. Angie se entrega, extiende su cuerpo en forma de cruz; una de sus piernecitas queda atorada por un extremo de mi frazada violácea. Lamo desde su cóncavo ombliguito hasta la mitad de su cuello. Soy Eolo, dios de los vientos; vendaval gélido provoca su sobresalto tiritante. //////¡León!////// ///////¡León!//////. Angie toma mi almohada púrpura y se cubre la carita; tiembla impaciente. Gemidos felices. Mano izquierda arañando mis viejas sábanas. Muerdo sorpresivamente una de sus cúpulas. Ya por favor, hazlo ya —me implora—. El flujo sanguíneo, arquitectónico, ha erigido, convincente, mi enhiesta columna jónica. Monto sobre su torso. Me acerco. En fugaz movimiento cambio la almohada por un extremo de la frazada; sólo sobre sus ojos faltos de color. ==Ataco==. Ariete sobre la bermeja puerta del castillo. ¡Ahhh! Mmmm ¡Dth! ¡Dth! ///////¡León!////// //////¡León!////////. Ascenso, descenso. Des-pa-c-i-o. Su marmórea mano abraza la base de la construcción. Presiona. Acaricia el par de cimientos esféricos. Sus uñitas mancillan, dulcemente. ¡Aaaauch!................... -------------------------------- ............................................................................................................ .................../////////////////////////////////////////////////////////////////////---- -------------El entorno dalinesco: Paredes escurridizas, sudorosas. Simetría contrita. Perchero danzante. Imágenes amorosas escapan de libros abiertos, flotantes. La bóveda del cuarto hecha una gran colmena. Perfectos hexágonos luminosos. Lecho murmurante. Afables fragmentos polinizan nuestro infinito de Alfas y Omegas ------------------------------------------------------------- -------------------- ........................................................................................................... ................................................../////////////////////////////////////////........ ------------------------------------. Retiro mi saeta de sus labios. Él se resiste. Mnnn. Bajo lento, lento, rozando con mi capitel su cuello, su pecho. Luciérnagas descienden de las colmenas propagando una tenue luz que tremuliza las sombras. Bailen, bailen. Beso. Beso. Beso aquí y allí. Presemenensuombliguito. Se forman agujeros azulinos en el suelo. Escapa agua límpida. Vorágine luminosa. Lago vítreo. Entes tiritantes. Me deshago de la frazada, la arrojo al pisoenlagado, antes de caer se deshace en pececitos flotantes en todo el cuarto, nadando, alimentados por nuestro hálito fluorescente. Angie mira sacar mi lengua y pasar mis dedos por ella; toco pausadamente sus pies. Mis yemas trotan por lo largo de su pierna. La recoge. Triángulo. Trote en espiral hasta su ingle. Estoy ansioso. Voy agazapado. Pez payaso cosquillea mi espalda. Angie extiende su brazo hacia mí: Ven, me dice. Luciérnagas juguetean por la coyuntura de sus dedos. Peces plateados giran alrededor de su brazo. Estrellitas coronan su rostro, dándole una opalescencia delicada. Avanzo hacia el sol y descubro… Obelisco inescrutable. ===Una espléndida columna dórica===. La aprehendo entre mis manos y lamo su lindo capitel..................................... ................................................==Paradoja==. Despierto. Madre: ¡León! ¡León! Te ha estado hablando Ángel. Aquiles y la Tortuga. |