
En el panorama actual del cine norteamericano, uno de los recursos más utilizados es la animación digital. En años recientes la industria ha lanzado películas de este perfil que, más allá de su contundencia tecnológica y visual, poseen valores cinematográficos y estéticos que no son reconocidos en muchas ocasiones. Esto se debe a que la animación es vista como un género cuando en verdad se trata de un conjunto de técnicas artísticas para dar vida a motivos en un filme (personajes, ambientes, objetos fantásticos, suceso mágicos) o para realizar la totalidad de una producción. Se trata, de hecho, de toda una tradición que proviene de las artes plásticas y que cuenta con realizadores que van desde George Méliès, Jiří Trnka y Břetislav Pojar hasta Jan Švankmajer, Tex Avery y Tim Burton. Para hacer una crítica de las cintas animadas no sólo basta con advertir sus cualidades tecnológicas, sino que es preciso identificar las convenciones plásticas, dramáticas o narrativas que las sustentan. Sólo un acercamiento de este tipo revelaría la riqueza de creaciones como El extraño mundo de Jack, Hormiguitas, El cadáver de la novia, Ratatouille y Wall-E pues ésta sobrepasa la calidad de su técnica visual. En estos días, Despereaux (2008), de Sam Fell y Robert Stevenhagen, se suma al grupo de realizaciones que están renovando este tipo de cine en Estados Unidos con algo más que el desarrollo de los instrumentos digitales para la animación. Cuando un roedor marinero, llamado Roscuro, decide asistir al festival de la sopa en el Reino de Dor, un incidente que lo involucra culmina con el fallecimiento de la reina. Al tratar de salvar la vida, pierde el barco en que viajaba. Como la realeza decreta la prohibición de la sopa y la expulsión de las ratas, Roscuro debe habitar un territorio subterráneo donde subsiste una sociedad liderada por un tirano. En otro sector del castillo de Dor hay un pueblo de ratones que asumen el miedo como la regla fundamental de su organización cívica. Sin embargo, al tiempo que Dor se torna un mundo sórdido, nace un ratón, de nombre Despereaux, cuya audacia transformará a su raza y al reino. Como numerosas animaciones del cine norteamericano, Despereaux se desarrolla según el planteamiento narrativo de la epopeya: surge un héroe que confronta y vence la adversidad. Si bien este modelo de relato no es ninguna novedad, esta película contiene valores que rondan desde los referentes fílmicos y literarios hasta la consecución adecuada de un género de origen oral. El argumento va más allá de los designios de la épica pues conjuga la aventura, la metáfora y la didáctica para conseguir un cuento de hadas contemporáneo. Estos elementos derivan en una cinta que reúne calidad visual y variedad semántica. Según la convención del cuento de hadas, Despereaux incluye una voz narradora, caballeros, princesas, animales parlanchines y sucesos fantásticos. Estos aspectos están enriquecidos por códigos diversos. De entrada, las orejas gigantescas del protagonista y su bravura accidentada recuerdan las caricaturas burlescas que heredaron los gags del slapstick comedy. Hay también un guiño sobre la gran literatura del renacimiento pues el héroe de la cinta, cual Quijote, asume su destino de caballero tras leer historias caminando sobre páginas de libros enormes. Y, como añadido, la cinta posee una didáctica explícita sobre el perdón y una serie de analogías sugeridas que toca el terreno de la historia universal (la comunidad de los ratones está debajo del castillo de Dor y encima del mundo de las ratas; Despereaux, el héroe que propicia el cambio, la revolución, proviene así de una suerte de clase media). En concordancia con otras cintas realizadas con la técnica de la animación en Estados Unidos, Despereaux también se nutre del cine mismo. Si en Ratatouille hay claros referentes al cine fantástico (Nosferatu) y en Wall-E los hay del cómico (Charles Chaplin). La historia del ratón que derrotó el miedo de su raza tiene escenarios tomados de la épica (Ben Hur) y tipos del género fantástico (el tirano que gobierna a las ratas viste como un vampiro, disfruta el color de la sangre y huye de la luz). A esta tendencia a incorporar el imaginario fílmico se suma la vitalidad del diseño: no cabe duda de que, aun cuando el arte de esta película es más bien cercano al estilo digital de Walt Disney, algunas texturas del decorado, la geometría de las escenas en interiores y la paleta de colores recuerdan por momentos la estética de la animación checa (la producción fue compartida por compañías de Estados Unidos y de Inglaterra). En Despereaux sólo hay un riesgo que los realizadores no pudieron evadir: el ritmo narrativo decae conforme se incorporan otros personajes. Esto ocurre fundamentalmente en la aparición de Miggery, una empleada doméstica del castillo que proviene del campo y que tiene un perfil secundario en la cinta. Se trata de una joven que fue abandonada por su padre y que siempre ha aspirado a ser una princesa (una vez más fluyen los mecanismos del cuento de hadas). Hay un momento en que la campesina hace pensar que no tiene relevancia pues, por el manejo de la elipsis y del tiempo, parece que no afectará en la resolución del relato. Es curioso que Sam Fell haya comentado, en entrevista con La Jornada, que esperaba que esta película tuviera éxito entre los niños, pero que además sirviera para “asegurar que la narrativa tradicional no ha muerto”. Es evidente que los modelos clásicos de narración en el cine no han llegado a su fin, pero también queda claro que dominar esta técnica es un trabajo difícil. Frente al éxito reciente de Wall-E (que debe obtener el Óscar en su categoría), Despereaux no se colocará entre las grandes cintas de la historia de animación. No por ello deja de ser una historia con riqueza artística e imaginación que pone en evidencia que las técnicas de animación no constituyen un género en sí, sino que afortunadamente es una forma de llevar a la pantalla toda clase de historias en todas las modalidades que brindan las convenciones dramáticas del cine y de la literatura.
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