Tiene la noche un árbol
Diego Cristian Saldaña
México, Tierra Adentro, 2019, 248 pp.

La novela está dividida en dos partes: dos historias aparentemente separadas, cuya unión profunda se me escapa. Por alguna razón, la primera parte consta de los capítulos nones y la segunda, de los pares. No sé si la relación entre ambas historias es de simultaneidad o si, al contrario, deben de contarse en dos tiempos distintos. (No recuerdo, por ejemplo, si en esta segunda parte se habla de la epidemia que ocurre en la Ciudad de México o del terremoto que la devasta). Por alguna razón, el autor no las barajó sino que dejó los dos montoncitos de capítulos separados unos de otros.
Me referiré a ciertos aspectos de la trama. Los sueños de Felipe, el protagonista de la primera mitad de la novela, se cumplen puntualmente al día siguiente de ser soñados. Un día, una pandemia; otro, un terremoto. Al tercero sueña que desaparece Nora, una exnovia que trabaja como conductora de un programa de televisión en el Amazonas… Todo esto se lo comienza a contar a Julia, una psicoanalista con la que empieza a tener una relación erótica. Ese día, en la mañana, la madre de Felipe, Laura, llega inesperadamente a vivir con él. Por cierto, cada cosa que ella come tiene un extraño sabor a huevo… Ah, por cierto, su padre, que lleva mucho tiempo en estado de coma, acaba de morir. Son demasiados asuntos en unas pocas páginas, más de los que cualquier narrador sería capaz de contar. Por esa razón, supongo, las consecuencias de cada uno de estos sucesos no tienen la suficiente trascendencia en la historia. Si bien la ciudad está devastada, eso apenas interfiere en la narración. Aunque hay una epidemia de algo como una gripa, tampoco hay consecuencias serias (lo cual notamos de inmediato, todos, luego de vivir una larga epidemia). La narración avanza pero se llena de varias referencias (el blues y el jazz, el cine de Christopher Nolan, la poesía japonesa, el Surrealismo, etc.) cuya consistencia no siempre me queda clara. Y algunos elementos de la trama que no vuelven a aparecer o a justificar su presencia (el trabajo de Felipe como analista de economía, o el de su madre, en un laboratorio de biología). Es como si la trama fuera una ramificación que terminara en estériles inflorescencias, como todas las cosas que le saben a huevo a Laura, aunque el huevo le sabe a fettuccini en salsa de tres quesos con piñón y trozos de salmón ahumado. Tal vez eso se deba a que el hilo central de la novela, o la semilla que dio como consecuencia todo este planteamiento novelístico sea la admiración por el Surrealismo, los artefactos literarios que no conducen a resoluciones lógicas, las ramificaciones absurdas, etc. Pero suena contrario a la sucesión estrictamente lógica entre sueño y predicción que vive el protagonista de esta primera mitad de la novela. Pero, ¿y su revés?, es decir, la otra mitad del libro. Es completamente diferente. Mientras la primera parte del libro podría ocurrir en una ciudad cualquiera, la segunda tiene un fuerte arraigo en el paisaje (Xilitla, Acapulco…). Mientras que la narrativa de la primera parte tiene una complejidad que parece evocar los guiones de Christopher Nolan, la segunda parte tiene una linealidad centrada en apenas tres personajes. Su estilo me parece más cuidadoso en cuanto a las consecuencias que tienen los actos de los personajes. A diferencia de los nones, cada capítulo de esta sección está precedido por un haiku: recordatorio de la pequeñez de la humanidad ante la naturaleza (por ejemplo: "No lloréis, bichos, / que sufren desengaños / hasta los astros", de Kobayashi Issa, 1763-1827). Aquí se cuenta la historia de un viaje que realiza una pareja (Mercedes y Andy). Los acompaña Phillip, el abuelo de Mercedes. Estos últimos, de Texas; Andy, de ascendencia griega. Es un nuevo homenaje a los surrealistas: la imagen de André Bretón los lleva a visitar San Luis Potosí. El tiempo se espacia, existe la oportunidad de integrar el paisaje a los estados de ánimo, y los personajes igualmente logran crear un espíritu lo suficientemente estable como para guardar secretos y para contemplar misterios. Caminan por Las Pozas y la arquitectura de Edward James se refleja en el interior. Los jóvenes buscan la experiencia estética, el descubrimiento de un pequeño mundo perdido en la Huasteca; en tanto que Phillip regresa a visitar un recuerdo. Al final, los jóvenes se dan cuenta de que forman parte de la continuidad de una historia que comenzó mucho tiempo antes que ellos.
Jean Cocteau, cercano a los surrealistas, dijo que "el mecanismo de una obra de arte era invisible". Como un mecanismo de referencias, me parece que la novela crea una constelación inconsistente. Mayor fortuna tienen los personajes que construyen su destino como un proyecto de búsqueda del Surrealismo, para que —como dicen en algún pasaje de la novela— "los sueños gobiernen la vida, para permitir que el alma gobierne al hombre".