Lo mejor de la vida
Patricia Arciniega
Estoy sentada en las gradas del velódromo, me acompañan las páginas de un libro cuya historia se ve disminuida ante la velocidad que alcanzan las ruedas de las bicicletas. Fijo la mirada en la oscuridad del túnel. Y, no sé por qué, siempre me sorprendo cuando finalmente surge la silueta de mi hijo montado en su bicicleta. A pesar de que estoy lejos lo distingo porque es el más joven, tiene apenas doce años. El entrenador habla con los chicos, les da indicaciones y todos comienzan a pedalear.
Una vuelta, dos vueltas… El tiempo parece retroceder. Tengo doce años, justo como mi hijo; me preparo en la línea de salida para la carrera de bicicletas con mis primos.
–¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera!– grita Víctor.
Arranco con la mayor fuerza posible, esta vez tengo que ganar, no importa que ellos sean más grandes que yo. Cuando cambio la velocidad mi Chopper no reacciona y caigo al suelo. Otro raspón más a la cuenta. Me levanto enojada, llorando pero no por la sangre de la rodilla. Me duele perder. Mi mamá y mis hermanas corren hacia mí para ayudarme.
–¿Cuándo vas a entender? Deja de echar carreras con Víctor. Mira ya como tienes esas rodillas todas lastimadas.
Quince vueltas… No siempre tuve mi propia bicicleta, por eso cuando mi mamá me compró la Chopper fui increíblemente feliz. Meter velocidades, imaginar que corría tan rápido como los Mustang que rugían en las calles era todo lo que necesitaba para sentirme libre, auténtica, única. Salía por las tardes a andar en bici, recorría los callejones de Coyoacán, llegaba hasta el Altillo, regresaba, iba hasta la gasolinera de Xicohténcatl, volvía y, finalmente, hacía una parada en los helados. No había nada mejor que la libertad de ir y venir.
Treinta y tres vueltas… Monto en el carro las bicicletas. Voy a llevar a mis hijos a andar en bici al Parque Hundido. Recuerdo lo difícil que fue lograr que Ian diera la vuelta completa al pedal. ¿Quién hubiera podido pensar en aquellos días que hoy estaría aquí en la parte más alta del peralte del velódromo?
El entrenamiento ha terminado y mientras camino hacia la salida para encontrar a mi hijo trato de recordar cuándo y por qué cambié la bici por el spinning. Me hace falta el aire, me hace falta la libertad.
–¿Me viste, mami? ¿Me das agua?
–Claro que te vi. Eres lo mejor de la vida.