Como tu amante o tu amigo
Ángel Reyes
Una de las bondades de andar en bicicleta es que hay más de una ruta para llegar a tu destino: los ciclistas no sabemos de monotonías al pedalear. Eran cerca de las ocho de la noche, así que decidí atravesar el Centro Histórico, recién se había instalado la ciclovía en la calle 5 de mayo. Nunca antes me había sentido con tanto derecho de rodar por ese sitio. Era el mes de octubre y la plancha del Zócalo lucía con las carpas y foros que albergan la Feria Internacional del libro.
Como buen melómano, siempre traigo música en la bocina a un volumen considerable, mi playlist es como la caja de bombones de Forrest Gump, nunca sabes qué te va a tocar. A veces uso la música como un experimento social cuando pedaleo: veo cómo la gente a mi alrededor reacciona agitando las manos o mueve la cabeza al ritmo de la canción que se esté reproduciendo. Entre tantos ruidos ambientales que tiene la ciudad, escuchar una canción de fondo puede parecer un oasis auditivo.
Al llegar al semáforo en rojo de Fray Servando y Bolívar hice lo que cualquier ciclista hace: colocarse al frente de los vehículos para hacerse visible. Los oficiales de tránsito, un hombre y una mujer, observaban estáticos el flujo vehicular a mi lado izquierdo; sus caras reflejaban el cansancio del día, expuestos al sol, a la lluvia y el smog. En la bocina se escuchaba “Como tu amigo o tu amante”, la canción de salsa que hizo famoso al grupo La Sabrosura Orquesta. De repente noté que la mujer policía hacía playback con la canción, al tiempo que le daba su mano izquierda al compañero en turno. Él le correspondió, los dos no hacían contacto visual, sólo estaban unidos por las manos. Ella continuó cantando. Fueron unos pocos segundos en los que ese crucero se convirtió ante mis ojos en una cita en el mejor restaurante o cafetería de la zona.
Tuve que avanzar. Atrás se quedaron los oficiales que cambiaron por un momento su día de mentadas por unos instantes de complacencia musical.
Todos tenemos historias que contar, sólo que algunas no se escriben, se viven y se escuchan.