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ensayo / agosto-septiembre 2024 / No. 112


El ruido de algo que estalla


Isabella Romero Castaño


1

Este texto podrá ser muchas cosas y ninguna. No es la primera vez que lo escribo ni la primera vez que lo evado. Tampoco será la última. Antes de sentarme ya he usado al menos diez excusas. Quizá por eso es necesario empezar por donde no se empieza y terminar sabiendo que es imposible hacerlo.


2

Tamiki Hara, antes de suicidarse, escribió: “Dentro de mí siempre hay un ruido de algo que estalla”. Aunque se refería al sonido único e irrepetible de Hiroshima, nos regaló una definición exacta del trauma.


3

De repente, sueño con un fondo negro de película. Aparece en blanco un texto que leo como si fuera una oración. Sé que no lo es, sé que no es la primera vez que lo veo. Aún así, al despertar, sólo recuerdo una cadena de letras en desorden y una voz que percibo como mía gracias a las licencias poéticas del sueño. Supongo que no debo recordarlo, pero lo hago: “En todas las cosas un grito, siempre”. Anoto la frase. Finjo que el recuerdo es posible porque en él reconozco un verso de Christian Peña de Me llamo Hokusai que justo he leído con intensidad antes de ir a dormir. Mientras escribo este párrafo, me he parado para buscar la frase en el libro, sólo ahora cuestiono mis sueños y su capacidad para citar adecuadamente. La sorpresa es otra licencia poética arbitraria, digo yo, aunque el psicoanalista no esté del todo de acuerdo. El verso real dice: Aquí siempre grita algo.

Tamiki Hara, Christian Peña y yo gritamos. Sin embargo, no es lo mismo.


4

Cada quien tiene sus formas de acuerpar el trauma. No sé si es igual para alguien más, pero en el lugar donde va mi silencio hay vacío. No hay forma de tramitarlo. En el silencio siempre algo se cuece debajo, mientras estoy en clase, mientras camino, mientras tomo el mio. Puedo pensar en que mañana debo llevar el desayuno a la universidad y debajo debería haber más, algo como “recuerda comprar las frutas” y debajo de este pensamiento debería haber otro; y otro y al final silencio. Espacio para tejer el hilo. Enhebrar en mí. Algún psicoanalista diría al leer esto que, cuando ocurre un evento traumático, el aparato psíquico se ve forzado a introyectar de manera brusca las experiencias, y esto impide darle un lugar en la memoria, en la historia personal. Yo quiero saber cosas más simples, cosas como ¿cuál es mi grito?, ¿cuál mi Hiroshima?, ¿mi Nagasaki?

Luego, otro psicoanalista respondería que, aquí y ahora, mis palabras construyen un significado que transforma la experiencia en un recuerdo narrativo.

¿Cómo hago un recuerdo si no sé de qué estoy hablando?


5

En Fractura de Andrés Neuman, el Señor Watanabe tiene el mismo problema que Tamiki Hara, que Christian Peña y yo. Víctima de Hiroshima y Nagasaki, aunque sólo haya vivido la primera: el día en que cayó la segunda bomba se levantó tarde y no pudo subirse al tren que llevaría a los sobrevivientes de vuelta con sus familias. En él, en vez de vacío, hay un agua que fluye por dentro, que ingresa en cada grieta de pensamiento unida por el kintsugi y no deja más que una central nuclear inundada. 

Supongo que nunca he pensado que mi silencio tenga forma de agua, que mis hilos dibujen un camino dorado entre todo lo roto que llevo por dentro. El Señor Watanabe es alguien muy bello, si acercara mi corazón a su pecho conocería el negativo del cielo.


6

En Un cementerio sin palmeras de Tomas Downey, Teresa está desesperada por hablar con alguien acerca del niño que murió ayer en su telenovela favorita. En un intento por hacerse escuchar, le cuenta al verdulero, a la vecina y a su amiga Blanca que Joaquín salió corriendo atrás del camioncito mientras su madre estaba cogiendo con el amante. Ni el verdulero, ni la vecina, ni su amiga conocen la novela, pero más que eso, tampoco les interesa escucharla. Hay un dato más: Teresa oye un ruido que no la deja dormir, lo que hace que se exaspere porque nadie la escucha y porque no encuentra el porvenir del maldito ruido.

Como Teresa, el Señor Watanabe también intenta hablar. Con el paso del tiempo logra contar a sus parejas parte de su historia, sin embargo, jamás llena el formulario que pedía su país para reconocer y “reparar” a las víctimas. Así mismo, nunca fue al médico a revisar sus niveles de radiación.


7

Estamos desesperadas y no encontramos el árbol en medio del desierto, sus raíces que se extienden debajo del cemento.


8

Creo que hay un esfuerzo por evadir el trauma o por intentar modificarlo para reducir sus efectos. La modificación puede consistir en anular el recuerdo o ignorar con el tiempo los detalles, recordar sólo la trama general y lograr cierto distanciamiento, contarlo como se le cuenta a quien sea qué comiste ayer, y convencernos de la premisa popular de que el primer paso es hablarlo y el segundo es no llorar para saber que ya lo superaste. Hace mucho que no lloro, cada tanto mi imprudencia permite que escriba estas líneas. El tema es que siempre hay una forma de narrativa que se condensa. Una vida entera que pasa y el agua que empuja todo a un mismo rincón. Las olas pueden llevarse consigo cualquier cosa que encuentren y en el rumor de un tsunami regresar. Entonces, nada se bota, ni desaparece, ni se supera. El sufrimiento no es una lista de compras que tachas una vez hiciste algo por ti.

Sin lugar de drenaje, comienzo a pensar que algo he confundido con la realidad: parece que toda narrativa es mía y el concepto de verosimilitud es más que incomprensible.


9

El Señor Watanabe pasó la vida entera viajando de un lugar a otro sin extender raíces, sin quedarse. En la vejez decidió volver a su país justo para el terremoto del 11 de marzo del 2011. Quizá ese evento, o una acumulación de pasado, lo llevó a recorrer las prefecturas de Iwate, Miyagi, y Fukushima.

Teresa, al final de la historia, no logra contarle a nadie —ni a sus lectores— qué era lo que la perturbaba de la muerte del niño. En cambio, cree ubicar el lugar del ruido: la televisión. Sin más, intenta sacarla de su lugar. No resiste el peso y al caer la pantalla se rompe. El ruido no para. Ella saca los pedazos de vidrio de la pantalla, pero adentro hay cables, circuitos, cosas que no entiendo.


10

Los psicodinámicos suelen decir que el sueño es el lugar de manifestación predilecto de la psique. Las pesadillas, por ejemplo, son un intento violento de mi inconsciente por repetir el trauma hasta comprenderlo. El problema es que el sueño tiene demasiadas licencias creativas. No importa cuánto lo repita ni en qué situaciones absurdas me encuentre, nada es una respuesta.

Mientras escribo pienso mucho en Gerión, ese ser rojo en un mundo rojo, con alas rojas, que escribe su autobiografía porque él, como yo, prefirió mirar adentro y dejar afuera el afuera. Suficiente tenemos con el frutero vacío que su madre no llena y con que la mía no pregunta cuando lloro, por qué lloro. Ni siquiera yo misma aunque tenga más respuestas que ella.


11

Si aquí no escribo la palabra abuso la historia de mis once, de mis quince, no es en absoluto, aunque me esconda y lo evada. Sé muy bien el peso de mi sufrimiento y lo acepto tal y como los manuales de autoayuda de psicología de la aceptación y el compromiso me lo indican. Lo que sucede es que esta narrativa ya no me dice nada y con el paso del tiempo es indiferente cuál abuso, cuáles adultos, cuáles culpas, cuáles abandonos. El grito no está allí. Si acaso es sólo su eco. Y lo mismo sucede con el Señor Watanabe, con Teresa, con Tamiki Hara, con Christian Peña y con Gerión. No es Hiroshima, no es la novela, no es el adentro, es todo eso y algo más que ha trascendido con simplemente continuar la vida.

Decimos con otras palabras el dolor. Cada uno está solo y separado de los otros. Y aún así, cuando los leo, intuyo que en mis sueños aquellas palabras a las que no logro dar orden despiertan, deben ser semejantes en algún sentido a sus historias. Deben ser como hacer un ensayo que dibuje literariamente el ruido de algo que estalla y, a la vez, no diga nada.




Isabella Romero Castaño (Colombia, 2003). Estudiante en la licenciatura en Literatura por la Universidad del Valle. En 2018 obtuvo el primer lugar en el XIII Concurso de Poesía Inédita de Cali. Ha publicado en las revistas Lexikalia y Revista Luna


 

Punto en Línea, año 16, núm. 112, agosto-septiembre 2024

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