Bloque y cemento
En mi familia, las mujeres
se han quedado solas.
Muy solas.
¿Quién les habrá́ otorgado
la necesidad de convertirse en albañil?
¿Desde cuándo empañeto este cimiento?
Mi abuela está orgullosa.
Le digo que me largo y me sonríe.
Qué fuerte
sentir que se es fuerte y saber que se es débil.
Las flores de tu patio
te susurran verdades sobre mí por las mañanas.
¿Desde hace cuánto tiempo empañeto este cimiento?
¿Por qué no vienes y me ayudas a pintar? No me gusta el color de estar desnuda.
Tapicemos flores en las grietas del cemento. Quizás las raíces crezcan
y lo hagan más fuerte.
O lo rompan.
Lo que sea que llegue primero.
¿Tendré talento en lo que hago?
Mi abuela dice que está orgullosa.
¿Desde hace cuánto tiempo empañeto este cimiento?
Las mujeres de mi familia... Las mujeres....
Mosquitero
La luz en la casa de Milena tiene vida propia. Viene y se va a su antojo.
Mi abuela intenta domarla con lámparas de gas
que guarda en la meseta de la sala
junto al cuadro de aquella virgen,
o aquella tía, cuyo rostro no recuerdo.
Ella prende la linterna con un trozo de papel quemado y me guiña un ojo manifestando luz.
—Yo sé que no he llegado a donde tengo que estar en la vida, porque no veo el sol subir por mi ventana en las mañanas —me dice.
Yo no entiendo.
Me quedo hipnotizada por el reflejo de la luz en sus lentes rectangulares. Los que antes sólo se ponía para leer,
y ahora todo el tiempo.
Lleva la lámpara hasta su cuarto,
y yo la sigo porque lo oscuro me da miedo.
El fueguito de la lámpara entre el mosquitero,
hace sombritas graciosas.
Mi abuela se ríe conmigo.
Me arropa, acoteja el mosquitero y se acuesta al lado mío.
—¿Cómo era tu papá? —le pregunto.
Se me salen lo pie
Mi abuelita me bañaba en una redonda ponchera. Verde; naranja; roja; azul;
en medio del calor de su patio trasero.
Recuerdo,
que mi pequeño cuerpo
cabía sin dificultad.
Un ajuste perfecto.
Y recuerdo
como cada día
mis pies llegaban
cada
vez
más
cerca
de sus altas circulares paredes.
Aparentaba ser mágica,
la ponchera,
se encogía tras cada pestañear y con ella,
arrastraba mi mundo completo.
Los dedos arrugados
de mi abuela
y los míos,
son los mismos bajo el agua.
Y si bajo ésta decido abrir mis ojos, mi abuela y yo
nos movemos con la misma distorsión.
Ella,
Mientras vertía agua sobre mi cabeza, compartía sus sueños y recuerdos. En canción.