A finales de los años setenta, en una ciudad serbia, jóvenes rebeldes y viejos ordinarios se reunían en la ruinosa sala de cine Sutjeska con la regularidad de un adicto. Tal es el pretexto del segundo cuento de Diferencias, obra de Goran Petrović (Serbia, 1961), en el que se destaca un rasgo humano que comparten sus personajes con el resto de los relatos presentados: la posibilidad de transformarse. “Bajo el techo que se está descarapelando” da cuenta del privilegio que el cine, su función de entretenimiento, representa en un entorno decadente. La idea de cambio se sugiere desde el principio y es consecuente con el resto de la obra, pues la época de oro de la sala de cine Sutjeska terminó con la Segunda Guerra Mundial. El ritual de la proyección en el recinto que se despedaza se hace familiar para los personajes que interactúan allí. Es el caso de Simonović, el viejo acomodador que se ha vuelto parte del mobiliario, quien nunca para de quejarse porque ya no es respetado: su responsabilidad al abrir las puertas al paraíso onírico es una función que tiene sin cuidado a los espectadores. Entre ellos está Bodo, el borrachín que asiste a cada función con bocadillos y cerveza, aperitivos que al terminarse son sucedidos por una siestecita; o los gitanos, Dragan y Gagui, analfabetos aficionados de la reinvención de guiones; Oto, un anciano indigente que vive de hacer favores, nunca falta a función alguna; la joven Trsutka, única valiente capaz de frenar los acosos del terrible Krle Abrihter… Otro habitual del Sutjeska es Avramovic, prueba de que Yugoslavia formó parte de la URSS. El comunista Avramovic asiste sólo para dormir y levantar el brazo de vez en vez durante las películas, “capacidad” que la militancia le dejó al votar de manera automática e irreflexiva repetidamente. Petrović recupera el momento histórico como fondo de sus relatos. En consecuencia, el autor cuestiona el sentido de las guerras que han separado una y otra vez a las naciones balcánicas sin ser su principal objetivo. En “La madre de Dios y las demás visiones” la realidad de algunos soldados inactivos en tiempos de guerra, eufóricos y desorientados, entra en conflicto con la de un grupo de pasajeros cuyo viaje es interrumpido. Durante la espera para que sea reparada la máquina se develan las relaciones y las distancias que median entre los viajeros. Otro elemento que Petrović utiliza, sin pretender moralizar, es la fe: su protagonista descubre que puede transformarse por la fe. El mismo principio subyace en “Encima de las cinco macetas desgastadas”, historia de un anciano obsesionado con la Tercera sinfonía de Brahms y que sólo puede ver el mundo en verano desde su silla de ruedas. En “Entre dos señales”, quinto y último relato de la obra premiada con el NIN, el serbio aborda un problema familiar para la sociedad ostracista, cercano a las posturas posmodernas que predican la pérdida de significado de la palabra y la deshumanización de los medios de comunicación. Se trata de Isailović, un hombre que trabaja, lava, paga sus impuestos, hace la compra, una vez por semana visita a su amante y dedica las restantes 52 horas a la televisión. La alienación de Isailović es producto de su cobardía. Adicto a la evasión sólo puede escapar de su aislamiento a través de un factor externo, un pretexto que le haga mirar a otro lado de la pantalla. “Entre dos señales” puede ser el relato menos atractivo de la obra debido al recurso del patetismo, pese a que éste se justifica por la condición extremista del personaje central. Por otra parte, la promesa de cambio está latente y es éste, de nueva cuenta, el punto nodal del cuento. Estas transformaciones, a través del tiempo o de las relaciones con otros, son las que humanizan: ser diferente con respecto a sí mismo. Es por ello que el primer relato, “Encuentra y marca con un círculo”, compuesto por estampas, parte de las reflexiones de un escritor a través de sus fotografías desde el primer año de edad hasta los 22, época en que descubre su vocación, es decir, cuando asume un primer cambio.
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