CHoy vi una imagen en la que estaba un ángel de mármol con la cabeza gacha, la mano en la frente y  los ojos entrecerrados. Parecía muy desesperado —simplemente hasta la madre de algo. Supuse que mi ángel de la guarda se vería igual. Si pudiera hablarme, seguro emitiría una queja, armaría una huelga. Es obvio que cuando se junta con sus amigos, luego de un arduo día de trabajo, con chela en mano les cuenta lo pesada que es su chamba y lo insoportable y desquiciada que soy.

Cuando voy manejando, seguramente sufre y va moviendo el volante con su mano tratando de evitar que me den fin las peligrosas maniobras que emprendo. ¡Pobrecillo! Jamás lo había pensado. Debe ser difícil cuando voy de fiesta, cuidarme de no caerme en tacones y rodar (de nuevo) por las escaleras o evitar que me miren los machos alfa y me quieran robar, comprar, vender o alguna otra transacción.

Esta cabrón cuidar como lo hace (y miren que es estupendo en su labor) a alguien como yo. Una mujer con muchos impulsos y arranques. Qué chinga. 

Me tiene que librar de la lluvia y el granizo en la calle cuando camino,  de los callejones oscuros por los que me pierdo; librarme del perro de mi vecina que siempre me ladra con ira. Agobiado me da un zape y me avisa que el camino por el que voy en realidad es una brecha maltrecha, que ya es muy tarde y debo pararle a la fiesta, o simplemente le da un poco de equilibrio a esta persona con cero coordinación. ¡Infeliz niña! Seguro dice cuando me subo a andar en bicicleta,  un pie, luego otro, pedalea, cuidado con ese bache, está en rojo, frena. ¡Cuánta angustia!



El día que me quedé a dormir en el coche, los amores fugaces, los bares de mala muerte. Cuánto tiempo mi pobre ángel llora de rabia, risa o de desesperación, cansado de andar activo (no se qué clase de droga se mete) las 24 horas, siete días a la semana, siempre.  Alerta,  sin descanso y también emocionado, por qué no, impidiendo que esta vida llena de altibajos, de emociones fuertes, llegue a su fin. Nos hemos vuelto aliados, yo no puedo vivir sin él pero él tampoco sin mí.
 

 

 


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Ilustraciones:
  windchaser www.freeimages.com
 


Jaqueline Pérez Guevara (Chihuahua, 1993). Estudiante de Literatura Latinoamericana en la Universidad Iberoamericana campus Santa Fe. Ha colaborado en medios electrónicos e impresos como El Heraldo de Chihuahua, Revista Ombligo, Altertexto y Esquire. Es miembro del consejo editorial de la revista CESURA, de alumnos de la UIA.

 

 

Punto en Línea, año 17, núm. 113, octubre-noviembre 2024

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