"¿Qué vende?" Doce o quince coyotes en la 5 de Mayo. Se recargan en el muro del Monte de Piedad. "¿Qué vende?" En estos días, vendería mis dientes, mi cabello. Hasta mi alma, me digo y recuerdo esos cuentos del demonio y la firma con sangre. Si empeñara mi ropa no alcanzaría para regresar a casa. Vendería mis uñas, los calcetines que llevo desde el lunes. Los coyotes revisan joyas de fantasía, relojes barnizados. Pensé que heredaría algo de valor de mis padres. A los cuarenta, sé que les debo la mala postura, el tic del ojo derecho y la diabetes. Vendería mis adicciones, esa fuerza bruta que me permite beber durante ocho horas seguidas. Mi colchón y mi alacena. Los tendones. Mis hábitos: dejar escurrir un poco de café en la orilla de las tazas, llevar un trozo de papel para no tocar el pasamanos del metro.
873 HVP: 873 Hugonotes Viajan a la Patagonia. Desde la adolescencia este juego con las placas. 197 DFO: 197 Delfines Fingen Orgasmos. Inevitable. Mientras me rasuro pienso en las variaciones de las siglas de los vecinos. IUY, TRG, VBV. En los bolsillos llevo una libreta con aquellas combinaciones que de botepronto se niegan. 987 XXN. 775 WUC. Un amigo me recomendó viera la película de Pi. Me asusté un poco. Tiré mis herramientas a la basura. 345 PRT: 345 Pingüinos Raspan Taladros (en mi cabeza).
2. Jon Horvath.
Pisas la hierba seca. Desde hace dos años y tres meses que no llueve. Ya salieron cuatro procesiones rumbo a la capital para pedir el milagro. San Luis Rey. Le cuelgan milagros de oro y de plata. Tú has aportado 9 mil pesos desde enero. Ente los matorrales hay tuzas. Miras sus hocicos, los dientes amarillos. No hay síntomas de rabia. El ganado esta temporada seguirá masticando el pasto amarillo y duro. Escupes. El gargajo lo pisas, lo refriegas.
No te gustaban las cucharas de la abuela. Decías que te cortaban los labios. A mí me divertía el filo del cuchillo. Fingía serruchar la mesa. El rostro de la tía cuando lo pasaba por mis brazos. Me gritaba como si realmente pudiera herirme. Lo que me agradaba era embarrar la cuchara con miel y esconderme detrás de la vitrina. Era un espacio de unos 15 cm. Respiraba el polvo ancestral de las cortinas. Había arañas viejitas. En la universidad una mujer me contó que ella le arrancaba las patas y observaba cómo se movían, le hacían pensar en el movimiento que debían tener las prótesis de los amputados.
3. Thy Tran
Antes de seguir le pedía que se quitara el anillo. Temía que me lastimara. Ella se negaba. Decía que le gustaba tocarme de esa forma, ver el color de su anillo y el color de mis muslos. Decía también que le excitaba sentir mis bragas húmedas. En esa época yo vivía aun con mi madre. Luego del trabajo la encontraba en la zotehuela. Fumábamos juntas. Había heredado el color oscuro alrededor de los codos y las rodillas. Rezaba para no repetir la forma de sacar un poco de saliva al hablar ni tener la obsesión por la ropa coordinada. Era principios de 2014 y conservaba la esperanza de regresar a la escuela de cine, de que mi madre aceptara que no tendría nietos y que nunca cambiaría los cigarros mentolados.
Estaba obsesionado con poemas donde aparecieran axilas. Saint-John Perse y César Moro estaban en lo más alto de mi lista. Escarbé en los libros de Walcott y sólo encontré algunas referencias al picor de la sal en la piel que cubre las costillas. Como deseo a los Reyes Magos pedía que se hallaran textos inéditos de la Wislawa, Becerra o Seferis que describieran la sensibilidad que emana de las axilas. Estaba inscrita a grupos de poesía antigua y ultramoderna sólo por el estímulo de hallar más versos axilares. Alguna vez le comenté esto a mi terapista. Quiso saber si era una fijación textual o mi compulsión incluía la corporalidad. Lo pensé durante una semana, realmente los vellos, los desodorantes no me preocupan. Tal vez si existieran algunos objetos que adornaran esa parte del cuerpo podría ampliar mis intereses. Hay una escena de Her que considero la más erótica del siglo, Scarlett Johansson pregunta cómo sería el sexo si los seres humanos tuviéramos los genitales en las axilas.
Jorge Posada (San Luis Potosí, 1980). Es autor de Costa sin mar (UAM, 2012), Adiós a Croacia (Zindo & Gafuri, 2012) y La belleza son los aeropuertos vacíos (Liliputienses, 2013). Tiene el blog <http://costasinmar.blogspot.com>