La violencia que a todos nos habita
La superficie más honda
Emiliano Monge
México, Literatura Random House, 2017

Los protagonistas en los cuentos de Monge comparten una particularidad: surgen y forman parte de la cotidianidad. Niños, jóvenes, adultos, todos en una edad imprecisa, dotados de nombres, pero no de rostros capaces de ser retenidos más allá del tiempo que dura la narración. Una de las piezas más logradas del libro es “Mejor hablemos de mí”. En ella, Monge articula dos narraciones que se afirman entre sí: la de una mujer, escritora, que habla con dos policías —quienes, al parecer, la interrogan acerca de un crimen— y les cuenta detalles sobre sus hijos, su carrera literaria, su talento, su belleza; la segunda es el relato que la escritora escribía mientras ocurría el crimen. La voz de la mujer sostiene todo el relato: se disgrega y vuelve a sí misma, una y otra vez. Lo que en un momento podría parecer exasperante —la egolatría de la escritora— se transforma en explicación cuando la mujer establece ante los oficiales una especie de declaración de principios cuyo espíritu defiende el arte, y su ejercicio, por encima de la vida personal, de los vínculos afectivos, de la realidad. Las dos historias se entrelazan con más fuerza al final del relato y no podemos saber con seguridad si el crimen ocurrió en la “realidad” o en el relato dentro de la narración.
Todos los personajes que aparecen en este libro también comparten una especie de resentimiento contra el mundo: una escritora frustrada por la vida cotidiana, un niño cuyos recuerdos de las navidades infantiles se ven empañados por una presencia extraña en la vida de su padre, un hombre cuyos proyectos económicos siempre han fracasado, dos parejas de jóvenes en medio de un viaje turbulento, un hombre y una mujer retirados en un pueblo donde nadie les dirige la palabra, un payaso que se asume muerto desde muchos años atrás, un grupo de niños que se enfrentan a la pubertad en medio de la violencia que implica el pertenecer a un grupo. Todos ellos, además, se desenvuelven en escenarios donde permanece una sensación de extrañamiento.
Uno de los mayores aciertos de este libro radica en su capacidad para revelar cómo desde lo cotidiano también es posible deshumanizarse y, al mismo tiempo, convertirnos en jueces de lo desconocido a partir de nuestra propia ignorancia. Cuando se vive en medio de la violencia, ¿cuál es nuestro papel dentro de ella?, ¿desde dónde se ejecuta?, ¿existen, tan sólo, dos polos: las víctimas y los victimarios? Tal vez la respuesta nos resulte desoladora. Quizá si exploramos nuestros gestos cotidianos, desde la perspectiva de esta serie de relatos, comprendamos que la violencia no es una entidad concreta cuya ejecución puede ser determinada con límites precisos, sino un ejercicio del cual participamos todos durante muchos momentos de nuestras vidas. Ahí se encuentra la necesidad y el valor de este libro de Emiliano Monge.