Entre los rotos
Alaíde Ventura
Ciudad de México
Literatura Random House, 2019

temprana. El valor de culto de la imagen tiene su último refugio
en el culto al recuerdo de los seres amados, lejanos o fallecidos.
WALTER BENJAMIN, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica
Todo álbum familiar edifica un sentido. Archivo íntimo que ordena y cristaliza la existencia de aquellos que una vez se encontraron vivos. Su interior resguarda imágenes excluidas de tragedias que resisten al tiempo para ser miradas por generaciones venideras, pero al fin y al cabo es eso: una historia, una construcción ficticia y selectiva. La novela Entre los rotos, ganadora de la quinta edición del premio Mauricio Achar Literatura Random House 2019, bien podría ser un álbum familiar. “Originalmente quería escribir una novela con retratos, porque para mi generación, en los años noventa, un retrato significaba un momento muy especial”, afirma Alaíde Ventura en una entrevista realizada por el periódico Excélsior.
El distintivo de ese álbum de familia escrito es la catástrofe. Al leer el libro fue inevitable tener la sensación de llevar a flote un barco al que la bravura del mar reclama. Con una emotiva prosa, la autora reflexiona sobre los procesos de memoria, la imagen y la violencia familiar.
No toda foto merece ser conservada. No obstante, la novela se aleja de la tradicional idea de álbum como archivo de instantes dichosos. En ella las fotografías o, mejor dicho, esos “pequeños abismos personales, esas cicatrices mal sanadas” funcionan como antesalas de vivencias dolorosas. Son el detonante de recuerdos tormentosos. Entre los rotos es el retrato de un linaje en vías de extinción, ese origen no siempre colmado de ventura donde “la primera guerra a veces es la casa. La primera patria perdida, la familia.”
A través de una voz íntima y siempre en primera persona, la novela se desenvuelve a partir de la relación que hay entre dos hermanos que comparten un pasado en común, un padre muy generoso “que da, que ofrece. Regalos, consejos no pedidos, órdenes, golpes”, una madre de “mirada esquiva” y personalidad apocada, así como una abuela “de presencia arrebatadora” siempre dispuesta a poner el desorden. Integrantes todos de una unidad en ruinas.
Con una mirada ácida y no por ello menos crítica, Entre los rotos logra cuestionar la imagen tradicional de familia entendida como el núcleo de cualquier sociedad. A contracorriente de ese fantasma que aún hoy merodea el imaginario mexicano, Ventura escenifica una vida familiar que, lejos de ser un recinto de apoyo, destruye y lastima. Lo propio de sus integrantes es estar rotos. Se consumen a sí mismos por el dolor, la culpa o el silencio. Son islas carcomidas por la soledumbre: “Entre los rotos nos reconocemos fácilmente. Nos atraemos y repelemos en igual medida. Conformamos un gremio triste y derrotado.”
En ese entorno Ventura pone en escena el enredo generado por la violencia. Esa maquinaria de poder que, una vez encendida, es capaz de tomar muchos rostros. En la novela, cada personaje reproduce sus distintas máscaras; los golpes, el maltrato psicológico, el abandono, la mentira, la manipulación y hasta el silencio. Los rotos terminan inmiscuidos en ese violento engranaje donde la frontera entre víctima y victimario no está bien delimitada. Queriéndolo o no, terminan rompiendo a otros.
Ese mundo en continua desgracia es narrado por la voz de la hermana mayor descrita por Roberto Pliego como una “chantajista sentimental” —capaz de observar el pasado con una mirada infantil— tras hallar algunas postales de Julián, su ya no tan pequeño compañero de juegos. ¿Qué significa atesorar un pasado que ve en el olvido una tregua? Sin comprender por qué guardó esos objetos sin valor, ahonda en los recuerdos que van más allá de lo capturado en las fotografías hasta reconstruir una vida familiar llena de fisuras donde “la normalidad es esa memoria hecha de fragmentos irrecuperables”.
¿En qué lugar persiste una historia familiar tras su desintegración? En el libro, la memoria funciona como un criterio de verdad anclado a ciertas imágenes: hermanos jugando en los columpios de un parque, un perro negro de pecho blanco y mirada triste, una quinceañera orejona de cara ovalada. Igual que un rompecabezas, al libro lo conforman los fragmentos de una vida. Perder tales evocaciones significaría olvidar el propio origen donde la condena a ser un desterrado permanece para siempre, pues “¿qué son los recuerdos sino un conjunto de inverosimilitudes?”.
A través de la ingeniosa construcción de la novela, en la que se yuxtapone el relato, las definiciones y la lista como elementos narrativos, Alaíde crea un mundo propio. Construye una atmósfera familiar llena de intimidad. Su potencia escritural descansa en la tensión narrativa que inventa, reflejo del dominio que tiene del lenguaje y del arrojo sobre la palabra. Otra de sus virtudes es la facilidad con la que logra hacerte llorar, igualable sólo a su habilidad para hacer reír. Tremendamente sarcástica es capaz de expresar un acontecimiento doloroso cargado de humor:
En aquel entonces a Julián le daba miedo el tétanos. Acababa de salir la noticia de un niño de su edad al que se le había deformado la espalda después de picarse con un alambre de púas. El pobre niño tendría que caminar el resto de su vida usando pies y manos, y con el vientre hacia abajo, como las arañas. Miedos: el tétanos, los perros, los relámpagos, las pesadillas, papá, las víboras. […] Te daba tanto miedo, insistí, que una vez le pediste a papá que no te pegara con la hebilla del cinturón para que no te fuera a dar tétanos.
Ventura se asume como parte de una generación de escritoras que se atreven a hablar con total transparencia sobre lo que tienen en frente: lo doméstico, el duelo, la violencia cotidiana. Entre los rotos es un libro conmovedor, auténtico y lleno de honestidad. El recordatorio de que somos nuestra memoria y ésta, igual que un caleidoscopio, no sólo se halla llena de color: también está rota.